Del caso Asunta a Rosa Peral, así se ha convertido el «true crime» en el nuevo «Sálvame»

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Candela Peña interpreta a Rosario Porto en la serie que estrenará Netflix sobre el caso Asunta
Candela Peña interpreta a Rosario Porto en la serie que estrenará Netflix sobre el caso Asunta -

El placer inmediato que provoca un chute de crónica negra se explica con la cantidad de series documentales que ofrecen las plataformas en «streaming»

27 oct 2023 . Actualizado a las 16:31 h.

A Jorge Sobral le picó la curiosidad con El cuerpo en llamas. No suele ver documentales ni series que retraten casos sonados de la crónica negra española, por eso de que en casa de herrero, cuchillo de palo, pero le dio una oportunidad a la trama basada en el crimen de la Guardia Urbana y con tino apuntó: «La actriz que interpreta a Rosa Peral [Úrsula Corberó] lo hace genial. Esa mirada de loca, de malvada, de dura, de psicópata de libro; lo borda». Este catedrático de Psicoloxía de la USC lleva años distinguiendo el mal de la locura, lo normal —y lo moral— de lo patológico, y descifrando entre otras cosas qué lleva a una madre a cometer un filicidio.

El trabajo de este experto en psicología criminal lo realizan cada día millones de personas en nuestro país, de modo amateur, cuando las cabezas encienden el chip del Netflix and chill con El caso Asunta, Muerte en León o El asesino de la baraja. Otros tantos prefieren el folletín y usan, o más bien usaban, Sálvame y sucedáneos para conseguir la desconexión absoluta. «Yo me ponía en modo encefalograma plano con este programa, y si lo piensas no hay mucha diferencia con un true crime; en ambos casos el espectador quiere ver cómo triunfa el bien sobre el mal, se trate de una infidelidad o de un crimen».

Alicia Lage es neuropsicóloga en Burela, y quien cofiesa ese placer culpable que muchos sentían cuando perdían las horas viendo a Jorge Javier Vázquez y su prole. Ella misma explica que, pese a gozar de mejor reputación, las ficciones sobre investigaciones y reconstrucciones de crímenes reales provocan las mismas sensaciones —por extraño que parezca— de placer inmediato que un banquete repleto de comida basura. «Hay que salvar las distancias al hacer este tipo de comparaciones, pero al consumir true crimes subimos los niveles de adrenalina y nos activamos, adoptando una actitud de hipervigilancia, como cuando estamos ante una situación de riesgo. Lo que ocurre es que como observamos estas situaciones y de peligro desde el sofá de casa, a la vez nos encontramos a salvo. De este modo, nuestra corteza prefrontal interpreta este confort y liberamos dopamina, el neurotransmisor del placer».

Úrsula Corberó en el papel de Rosa Peral en «El cuerpo en llamas»
Úrsula Corberó en el papel de Rosa Peral en «El cuerpo en llamas» -

a la caza de las mejores historias

Esta misma semana, la consultora The Wit, una empresa que caza tendencias en el mundo de la ficción audiovisual, dejaba constancia de que en este terreno, las historias basadas en crímenes reales tienen y seguirán teniendo tirón. Concretamente, según esta compañía, los true crimes crecieron un 39 % en los últimos meses. Constata este dato Susana López Raña, trabajadora en el departamento de I+D en la productora Unicorn Content. «Efectivamente hay una fiebre por este tipo de contenidos, y las productoras están muy interesadas en estos proyectos. La dificultad que tenemos ahora es encontrar sucesos que sorprendan. Aunque yo soy muy defensora de los casos pequeños, esos más locales pero que esconden grandes historias».

Subdirectora de la docuserie Dolores: la verdad sobre el caso Wanninkhof, indica que la evolución de este tipo de formatos es absolutamente palpable, sobre todo porque en la actualidad se busca un punto de vista más cinematográfico en el que los testimonios siguen siendo una pieza fundamental. Tan indispensables son las fuentes directas, y tal es la notoriedad que llegan a alcanzar algunos casos que hace unas semanas salió a la luz una gresca entre Rosa Peral y Angie, conocida como la autora del crimen perfecto. La primera podría tener una estrella en el paseo de la fama noir, al saltar a la palestra mediática una vez fue condenada junto a su amante por matar a quien era su pareja, Pedro Rodríguez. Tanto esta exagente de la Guardia Urbana como Angie, que mató a una amiga para cobrar los seguros de vida que había contratado suplantándole la identidad, fueron protagonistas de Crims, desatando una feria de las vanidades en la prisión de Brians (Barcelona) que acabó en una pelea monumental.

En la actualidad, la parrilla de las plataformas de pago y de la televisión en abierto se nutre de horas y horas de radiografías de crímenes sangrientos donde la maldad campa a sus anchas. Según explica Jorge Sobral, esto no tiene por qué ser pernicioso. «Afortunadamente, vivimos en una sociedad que todavía se escandaliza por casos como el de Asunta o el de Diana Quer. La población reacciona con la necesidad de buscar explicaciones e información, y los medios de comunicación se la sirven. Esto es válido si se generaliza, porque después nos encontramos ante un grupo más reducido de personas necesitadas de estimulación, que es la manera técnico-pedante de llamarle al aburrimiento, que buscan de manera rara, morbosa y obsesiva, información sobre estos asuntos». Continúa el especialista advirtiendo del carácter efímero de muchos sucesos, como puede ser el caso de Daniel Sancho, que si bien ocupó el centro de la actualidad informativa el pasado verano, casi tres meses después de producirse el asesinato de Edwin Arrieta, su caso se menciona de refilón. Al menos, hasta que una plataforma vuelva a poner el crimen de Tailandia en el candelero.

Para Alicia Lage el problema del bum de este tipo de contenidos se encuentra en que su consumo se ha naturalizado, convirtiéndose casi en productos familiares como en su momento pudieron ser series como Médico de familia o Los Serrano. «El cerebro termina de madurar entre los 21 y los 23 años. El hecho de que los más pequeños vean true crimes puede incitar a la violencia porque los niños aprenden por imitación, pasa lo mismo con los videojuegos», puntualiza Alicia Lage.

líneas rojas

A la hora de llevar un suceso a la pequeña pantalla, los consultados para elaborar este reportaje alertan de que no todo vale. Sí hay, o debería, líneas rojas. Esta psicóloga menciona la pederastia como el límite que la sociedad, con cierto consenso, se marca a la hora de consumir estos productos de ficción. Asimismo, María Oruña, la superventas viguesa de novela negra, cuenta que para ella el muro infranqueable es, además de la pederastia, la trata de blancas. «Aunque creo que es bueno que haya ficciones que traten estos temas, sin nombres ni apellidos para que la sociedad reflexione sobre estas cuestiones, yo prefiero no tocarlos porque son temas muy delicados para hacer juegos de astucia, como proponen mis libros».

La autora de El camino del fuego o Los inocentes, cree que no hay una fórmula mágica a la hora de captar la atención del público amante de la crónica negra, ni en casos reales ni en historias inventadas. Sobral, sin embargo, sí enumera una serie de ingredientes que sacan a la gente a la calle y, después, la sientan frente al televisor. «Ocurre cuando se mata a un inocente para que el agresor obtenga un beneficio. Un ejemplo es el caso de Miguel Ángel Blanco, que fue terrible; un asesinato a sangre fría con premeditación, alevosía y crueldad infinita».

Para López Raña el caso Asunta no tiene parangón. «Lo seguí de cerca como reportera, y cuando accedes al sumario te das cuenta de que era una niña que lo tenía todo y a la vez nada. Por otro lado, al contrario de lo que ocurre con la policía, para la gente es muy importante conocer el móvil del crimen, y en este caso nunca se llegó a saber. Además, aunque estuvo implicado en la muerte de su hija, tampoco se pudo localizar a Alfonso Basterra en la casa de Teo... Son cuestiones que para la gente siguen necesitando una respuesta».

Esta trabajadora del audiovisual considera que, en la actualidad, el concepto de true crime tiene un significado más amplio del que se manejaba hace unos años. «El término ha evolucionado mucho. Ahora no hace falta que haya un cadáver: una investigación económica, una trama de corrupción o incluso el caso de la lotería premiada de A Coruña [Susana creó y dirigió la docuserie Se busca millonario] ya están concebidos como true crime porque tienen las dosis suficientes de suspense, intriga, dolor y esperanza.

víctimas secundarias

Dentro de España, Galicia tiene una cuota elevada de crímenes que han marcado un punto y aparte en las páginas de sucesos del país. Hace unos días se esclarecía la muerte de Elisa Abruñedo, diez años después de que esta vecina de Cabanas apareciese muerta cerca de su casa. Roger Serafín Rodríguez, su asesino confeso, se convertía en el cazador cazado, poniendo fin a un largo periodo de tormento. Su caso no ha saltado al terreno audiovisual, a diferencia de lo ocurrido con Diana Quer, Asunta o el crimen de Santoalla, que dio lugar al largomentraje As bestas. Estas y otras fechorías pusieron el foco no solo en los malos de la película, sino también en sus allegados, un peligro que se corre cuando un crimen se convierte en reclamo de entretenimiento. «La familia es lo que llamamos víctimas secundarias. Muchas veces los espectadores son o somos muy crueles y ponemos en marcha el efecto halo: la mala es la madre, la novia o la hija, pero lo amplificamos a todo aquello que la rodea y al final queda todo el mundo manchado. Este sufrimiento está muy bien representado en los padres de Rosa Peral en El cuerpo en llamas», concluye Jorge Sobral, experto en crímenes, novato en true crimes.