Miriam Toews, la memoria de las desgracias con importancia: «Gran parte de mi trabajo es una carta de amor»

FUGAS

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Creció en una colonia menonita, perdió a su padre y a su hermana por suicidio, deslumbró a Hollywood con la denuncia de «Ellas hablan» y logra una abuela maestra en «No dejar que se apague el fuego» . Empiezas a leer y la vida pierde la costra

02 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Quién diría que esta abuela tiene un pie en la tumba. No le da miedo nada, ni los gritos de las mujeres que van a parir a casa ni los «embarazos geriátricos», fuera de temporada. Elvira es como una abuela gallega que deja la aldea para pasarse cuatro pueblos... Una abuela que escribe cartas y se enfada si dices chichi o bocachancla. Es una abuela que vive con una hija que afronta «un embarazo geriátrico» y que ha de hacerse cargo de la educación, en casa, de su nieta, una niña de 9 años a la que echan del colegio. Son solo unas miguitas de cómo pellizca la vida y cocina las historias Miriam Toews (Ellas hablan, Pequeñas desgracias sin importancia) en No dejar que se apague el fuego, humor y amor arrebatadoramente genuino, coloquial, reivindicativo, siempre con perspectiva. Towes nos desarma con «yujus», exclamaciones y muchos puntos suspensivos que parecen los resoplidos largos de llegar por los pelos a pillar el bus en marcha de vivir.

«No me gusta Hollywood. Antes volvería a la comunidad menonita donde crecí que allí», bromea la autora, que vio cómo la película basada en Ellas hablan recibía el Óscar al mejor guion adaptado. En Ellas hablan, horada el horror de una colonia menonita boliviana donde las mujeres son prisioneras. Son drogadas y violadas noche tras noche, y la comunidad quiere hacerles creer por la mañana que sus heridas son producto de su imaginación o del demonio. En Pequeñas desgracias sin importancia, Toews consigue una obra maestra en la cuerda floja de la vida fabulosamente despiezada de dos hermanas opuestas.

—¿Cómo consigue hablar de asuntos tan graves con esa gracia?

—No lo sé. Supongo que es algo orgánico. Así veo el mundo, que es absurdo, divertido, trágico. Igual el hecho de haber crecido con mi padre y mi hermana, que sufrieron tanto con las depresiones, influyó. Cuando llegué se me otorgó el papel de dar ligereza a la familia. Igual me di yo ese rol y como niña hice lo que podía hacer: contar historias divertidas en el contexto de ese dolor.

—¿Hay en esta novela un deseo de comprender a su hermana y a su padre en el suicidio, y de explicarlo a sus hijos?

—Correcto. Ahora ya tengo nietos, ¡cuatro nietos, de hecho! Este no es un libro para niños, pero sí hecho desde el punto de vista de una niña de 9 años, que se hace muchas preguntas... Responde a las preguntas que se harán quizá mis nietos y querría, al tiempo, que fuese una historia universal capaz incluso de hacer reír y disfrutar. No dejar que se apague el fuego es básicamente la historia de tres generaciones de mujeres, sobre cómo batallan con la vida. La Voz de Swiv [de 9 años] era para mí el desafío más importante, por esa combinación de fortaleza y debilidad propia de la infancia

—¿La muerte se ha vuelto un tabú?

—La gente tiene miedo de la muerte, sin duda. Es un tema raro, pero cada vez menos tabú. En América del Norte la gente quiere vivir para siempre, ¡nunca lo he entendido!

—¿Por qué pone al volante de este relato la voz de Swiv, esa niña de 9 años a la que echan del cole, es esa una edad clave?

—A los 9 años se produjo un cambio importante en mi cerebro. Empecé a observar más a los adultos, de otra manera, me dije: «¿Y ahora cómo voy a encajar yo en este puzle de vida?».

—Entrando en el detalle, su lenguaje merece reseña aparte: «embarazo geriátrico» es una maravilla de expresión, y hace pensar en una tendencia social en auge...

—Bueno, yo he sido abuela muy joven..., pero es cierto que parece que las mujeres tenemos bebés cada vez a mayor edad. Embarazo geriátrico es una expresión que se utiliza aquí [en Toronto]. Una amiga de 42 años fue al ginecólogo por su embarazo y cuando vio que el doctor escribía «embarazo geriátrico» ¡se quedó horrorizada! 

—Esta historia empieza con una carta al padre ausente, muy reveladora. ¿Cuando escribe envía cartas; escribe siempre para la misma persona?

—Es buena pregunta. Gran parte de mi trabajo es una carta de amor. En mi familia somos todos escritores y nos enviamos cartas unos a otros en forma de novelas. Siempre pienso en mi hermana; mi primera lectora, la persona que me alentó a leer. Al escribir, puedo sentirla en mi hombro...