«Golpe de gracia»: esperanza e ira en un libro que suena a despedida

FUGAS

Dennis Lehane nos lleva al Boston racista de los años 70 siguiendo los pasos de una madre coraje

04 feb 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A nuestro maestro de novela negra Domingo Villar le encantaba Dennis Lehane y siempre que le preguntaban por los libros y los autores que inspiraban su prosa a la hora de construir las intrigas que debía resolver su entrañable inspector Leo Caldas citaba el libro Cualquier otro día. De hecho, en El último barco, título profético bajo el que Villar nos ofreció su última gran novela, el inspector protagonista devora este libro de Lehane. Por eso, al abrir el otro día Golpe de gracia, la nueva entrega del escritor bostoniano y que según anuncian será también su última obra literaria, no pude dejar de tener un pensamiento nostálgico hacia Villar. Sé que la hubiera disfrutado.

Golpe de gracia (Small Mercies) nos lleva de vuelta a un Boston sacudido por los problemas raciales en un fresco histórico, más actual de lo que a los estadounidenses les gusta reconocer, que sirven de fondo a una historia criminal escrita como un mecanismo de relojería de precisión que marca la espera para que explote la violencia definitiva.

La protagonista, raro en Lehane, es una mujer. De armas tomar. Mary Pat es una rubia de 40 años que vive en el muy irlandés barrio de South Boston en el momento (1974) en el que la política de desegregación se pone en marcha. Se trataba de intercambiar estudiantes de un instituto de un barrio negro con otros de un centro de un barrio irlandés para mezclarlos en las aulas. La iniciativa, que se realiza a través del envío de autobuses, desemboca en una gran tensión. Por ejemplo, los irlandeses de Boston escupen en un acto público al senador Edward Kennedy por apoyar el intercambio.

En esta confusa situación, Mary Pat debe afrontar además la inquietante desaparición de su hija Jules, una adolescente de 17 años que salió por la noche y no volvió, y que coincide con la muerte, en extrañas circunstancias, de un joven negro.

La desesperación de Mary Pat por conocer lo sucedido a su hija la llevará a emprender una batalla sin retorno contra las fuerzas criminales del barrio. Un mundo subterráneo al que se lanzará esta madre coraje sin medir las consecuencias. «En el interior de aquella mujer hay algo irremediablemente roto que, al mismo tiempo, es del todo inquebrantable. Esas dos cualidades no pueden coexistir: una persona rota no puede ser inquebrantable, y viceversa. Y sin embargo, allí está Mary Pat Fennessy, rota, pero inquebrantable», nos explica de forma magnífica Lehane por boca de otro de los personajes principales, el policía Bobby Coyne.

Una mujer capaz de golpear al novio de su hija y amenazarle con cortarle los genitales si no dice la verdad. Una madre racista y vengativa producto de un barrio donde «la mayoría de los niños salen del vientre materno con una cerveza Schlitz y una cajetilla de Lucky Strike en las manos, por no hablar del Azote: ese asqueroso polvo marrón y sus putas agujas, que convierten a chicos sanos en cadáveres, o casi, en menos de un año». Una mujer que pega, muerde y da cabezazos sin un atisbo de vacilación.

Lo contrario del odio no es el amor

Como contrapunto está ese policía pausado que rompe el estereotipo de agente corrupto y odiador de negros. Bobby es un extoxicómano que lucha con sus propios demonios sin renunciar a la vida con el que Lehane nos abre una rendija en esta oscura historia por la que se cuela una pequeña la luz porque, dice, «tal vez lo contrario del odio no sea el amor, sino la esperanza. Porque el odio tarda años en construirse, mientras que la esperanza puede aparecer a la vuelta de la esquina cuando ni siquiera estás viendo hacia allí».

Dennis Lehane, con su magnífica prosa cinematográfica, nos transporta a lo que podría ser un nuevo episodio de The Wire (serie, de la que como ya sabes, es guionista, además de haber participado en Boardwalk Empire, en Black Bird y en la película The Drop, basada en su libro La entrega). Y hace pasar los hechos por las páginas, fotograma a fotograma, para engancharnos a una trama imparable llena de diálogos ágiles y vitales y con un sinfín de personajes secundarios que en sus manos se vuelven principales. Disfrutamos y sufrimos la ira que crece dentro de Mary Pat y que se nos contagia sin poder evitarlo. La historia nos devora.

El autor que nos anonadó con Mystic River afronta el tramo final de su carrera de escritor, que no de guionista, con un libro que suena ya a nostalgia. Basta leer el último párrafo en el que «cuenta lo que puede recordar de su vida, con todos sus altibajos, sus sueños truncados y sus alegrías sorprendentes, sus pequeñas tragedias y sus pequeños milagros», para sentir añoranza. Leamos a Dennis Lehane mientras podamos. Lo echaremos de menos. Como a Domingo Villar.