Rulo: «Cuando me fui de La Fuga pasé el peor año de mi vida»

FUGAS

Aliaksandr Pasechnik-drummerpast

Parecía un acto suicida, pero dejar la banda ha llevado al músico a su mejor momento personal y profesional. Su disco «5» da fe de ello

17 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Se resiste Rulo a adscribir su proyecto con La Contrabanda a cualquier tipo de género. «Cuando enarbolas la bandera de alguno, sí, habrá gente que te siga la causa, pero luego artísticamente no te van a permitir hacer otra cosa». Y esa es una limitación que el músico cántabro no está dispuesto a acatar. Su último disco, 5, es una buena muestra del extraordinario momento creativo de Rulo. La acogida en los conciertos de su gira y en los festivales (en septiembre actuarán en el Recorda Fest, en A Coruña) testifica su abrumadora conexión con el público.

­—Huyes de la etiqueta de roquero como alma que lleva el diablo.

—Yo, más que cantante o guitarrista, lo que me siento es compositor. Esa es mi búsqueda. Ceñirme o intentar hacer el mismo género o el mismo disco siempre es lo más fácil. Mira, yo hice el disco El doble de tu mitad con Carlos Raya y funcionó que te cagas. Podía haber dicho: «Vamos a repetir». Pues no. No es que me autoboicotee, pero tampoco me acomodo. Así que me fui con Thom Russo a Los Ángeles, que era una asignatura pendiente que me quedó con La Fuga. No sé si acerté o no, pero hice lo que quise.

—Arrancada la espinita de Thom Russo, ¿cuál te queda ahora con La Contrabanda?

—Muchas. Antes era mucho más miedoso. Es lo que nos pasa a muchos. Cuando dejas tu banda madre te vuelves más enredador. Fíjate que parece que el riesgo va inherente a la juventud, pero es que, con independencia de la edad, cuando estás en un grupo es más difícil que cuatro tíos se lancen al mismo tiempo al mismo precipicio o desde el mismo trampolín.

—Suele decirse que huir es de cobardes, pero lo tuyo respecto a La Fuga semeja que fue un ejercicio de valentía.

—Sin duda. Por eso yo cuando oía aquello de: «Este se ha ido por la pasta», pensaba: «Si esta gente supiera realmente lo que me juego al irme de una banda en su mejor momento...». Si yo me hubiera parado a analizarlo fríamente y no desde lo emocional, no me habría ido. Pero toda mi vida ha funcionado por corazonadas y yo sentía que no tenía que subirme a tocar con quien no estuviera a gusto. Me fui siendo consciente de que el 95 % de los cantantes que han dejado un grupo que funcionaba muy bien no han triunfado en solitario. Y siendo también consciente de que me estaba yendo de mi sueño, de mi casa, de mis canciones..., de todo. Tuve un año de mierda, el peor año de mi vida. Pero luego ya comencé a componer y fui empezando a respirar otra vez. Pase una época muy mala, pero menos mal que lo hice porque si no seríamos..., pues como tantas y tantas bandas que solo se hablan sobre el escenario y que hacen discos en los que se nota que ya no hay magia.

—En la portada de «5» juegas mucho con los contrastes: la dureza y la fragilidad, el arañazo y la caricia, el blanco y el negro... ¿De cuál de esas actitudes te sientes más cerca?

—De todas. Somos humanos y somos pura contradicción. Yo de la gente que habla con unas rotundidades y unas seguridades del copón, desconfío. Yo soy todo eso de lo que hablas y creo que no hay nada más auténtico que mostrarte así. Yo llevo un cantautor y un músico de rock dentro de mí. Hay veces que los dos se están pegando y otras que acaban abrazados en la barra del bar. Depende del día. Igual que en invierno me apetece montaña y chimenea, en verano me apetece rock and roll.

—¿Qué tópico asociado a ser una estrella de rock detestas?

—Detestar, ninguno, porque también mola un poco el aura que se crea en torno a eso. Yo prefiero que la gente piense que estamos todo el día en el bar o rascándonos la barriga y tocando la guitarra al sol, a que sepan que realmente nos pasamos todo el día currando. Y currar no es cantar ni componer, que es lo más bonito. Es hacer otras mil cosas.

—¿Te sientes en ocasiones ese lobo solitario del que hablas en «Confeti»?

—Lo he sido. Para estar en este oficio hay que tener un punto de desarraigo importante. Yo tengo amigos a los que les hablas de que se tienen que ir a seis países de América en 20 días y te dicen que ni de coña. Yo ese punto de desapego sí que lo tengo. No me cuesta pagar ese peaje. Pero por otro lado, soy muy familiar. Me gusta que en la mesa haya mucha gente. Cuanta más mejor. Sí que ha habido una época de mi vida en la que he sido más lobo solitario y he estado más perdido, pero no es mi naturaleza. Por eso lo digo en la canción: «Ni lobo solitario, ni artista incomprendido». No quiero ser ese artista megaatormentado ni maldito. No voy por ahí.

—En «Cuestión de fe» relatas todo en lo que no crees. ¿En qué crees, entonces?

—Sigo creyendo en las canciones y en la música. Aunque no soy nada derrotista, soy de naturaleza optimista, a veces veo el percal y digo: «¡Cómo está la cosa! ¿Ya no va a haber chavales que quieran coger una guitarra y montar una banda? ¿Va a ser todo música urbana echa con ordenadores?». Pero luego voy a festivales y me doy cuenta de que no todo es así. De que sigue habiendo grupos nuevos que salen y se convierten en masivos, como Arde Bogotá, y son grupos que tocan instrumentos.