Para escribir con absoluta libertad de temas que en su época eran un tabú, Caterina Albert optó por rebautizarse literariamente
31 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.De ella dicen que es la Emilia Pardo Bazán catalana. También hay quien la ha comparado con la mismísima Emily Brontë. Y la verdad es que hay un hilo que conecta a las tres. El de ser unas auténticas adelantadas a su tiempo y, sobre todo, el de verse obligadas a pelear por el simple hecho de tener una voz propia en un mundo literario canino que infravaloraba a la mitad de la población por el simple hecho de ser mujer. Porque Caterina Albert i Paradis se vio obligada en 1898 a cambiar su personalidad literaria por un nombre masculino —Víctor Catalá— para poder imponer su voz en un mundo que las relegaba por completo a un segundo plano. Fue un suceso el que detonó su bautismo literario. Tras ganar los Juegos Florales de Olot con el monólogo teatral La infanticida, Caterina Albert acudió a recoger el premio, revelando así que la obra había sido escrita por una voz femenina. Esto, unido a la inmoralidad que decían que se respiraba en sus letras, llevó al jurado a retirarle el galardón. Y a partir de ahí, Caterina se convirtió en Víctor. «Caterina Albert i Paradis, lo mismo que Emily Brontë y Emily Dickinson, es una escritora tan local y de su tiempo, como atemporal e universal», explica Nicole d’Amonville, traductora tanto de la autora catalana como de la británica y la estadounidense. Tal y como relata D’Amonville, detrás de la decisión que llevó a Caterina Albert a navegar por el turbulento mar literario bajo un nombre masculino está su necesidad de huir del encorsetamiento al que era sometida la literatura femenina, destinada a «señoritas de buena familia»: «Ella quería escribir con absoluta libertad temática y lingüística, rebelándose contra los guardianes de la ortodoxia».
Y vaya si lo consiguió. Soledad, libro recientemente traducido al castellano por la editorial Trotalibros, presenta de manera cruda y clara la transformación que sufre Mila en la montaña a la que se ve arrastrada por el nuevo trabajo de su marido. Allí, en un paisaje que se gana el derecho de ser un personaje más, se va dando cuenta de que conoce poco a su compañero de vida y empieza a toparse con que su día a día, en realidad, es un bache para alcanzar sus deseos vitales y sus anhelos.
Catalá pone negro sobre blanco problemas que por aquel entonces eran un tabú y que hoy en día siguen estando a la orden del día. Y lo hace con una prosa que cala de tal forma en el lector que es capaz de trasladarle a la crudeza de esos montes escarpados. «Me he encontrado muchos lectores que, ya en el primer capítulo, sienten que la lectura les va calando tanto que les cuesta porque sienten que son ellos los que están subiendo la montaña, al igual que Mila», explica Jan Arimany, fundador de la editorial Trotalibros.
Temas muy osados
Hay mucha Catalá más allá de Soledad. Y en toda su obra se repite una característica que eleva las tramas a una categoría superior. «Escribe de manera directa sobre temas muy osados, tales como el infanticidio, la violación y el asesinato. Lo hace con pleno dominio de la técnica, y un léxico en gran parte dialectal, que al decir de Joan Maragall, corresponde al alma del pueblo y ‘solo ella es manantial de poesía’. Víctor Catalá dirige su obra al verdadero lector, a aquel dispuesto a realizar una lectura abierta y activa», explica Nicole d’Amonville.
En esto coincide Arimany, que destaca las realidades que sabe describir con gran maestría Catalá. Realidades que ella, nacida en el seno de una acomodada familia de propietarios rurales, no siempre pudo conocer de primera mano. Y, sin embargo, parecía contarlas desde sus propias carnes. «En Dramas rurales te muestra las miserias de las violaciones o de los asesinatos entre pastores. Ella vivía en una gran casa, pero te lo cuenta que parece que ha vivido eso. Luego en Un film te lleva a los bajos fondos de Barcelona para contarte cómo vive un ladrón allí. En Soledad revela los anhelos de una mujer casada; y ella nunca se casó...», relata el editor. Asombra sobremanera la capacidad para escarbar en los sentimientos de la gente sin necesidad de conocer cómo se sienten.
Conocida y estudiada en Cataluña, Víctor Catalá no ha logrado extender su impronta por el resto de España. Pero merece la pena enterrarse en sus páginas para descubrir a una escritora con la maestría de gigantes como Emily Brontë. Víctor Catalá regala en sus libros un viaje delicioso en una muy valorada soledad.