«Mi mayor regalo y mi mayor problema es ser sensible», revela la compositora de Cruces, afincada en A Coruña, que presenta «Danza luz»
06 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando Leticia Rey era pequeña, se imaginaba que volaba. Que el viento soplaba detrás de ella y la elevaba varios metros del suelo. «A mí me parecía verdad —dice, con los ojos brillantes—. Iba al monte, cerraba los párpados, sentía el viento en la cara... y escribía cuentos, poemas, canciones». Era una niña sensible. Pero también una niña atormentada. «Primero fue la sensibilidad artística. Sin embargo, con 3 años recuerdo tener muchos miedos y a los 12 viví un despertar ansioso grande».
Para la cantautora —que ha enamorado Galicia con melodías místicas, magnéticas, de agua salada— la sensibilidad tiene dos caras. Como cualquier otro rasgo, explica, todo tiene dos caras. «Pero, en mi caso, creo que mi mayor regalo y mi mayor problema es ser sensible». Leticia sufre ansiedad, algo que se manifiesta frecuentemente en el ámbito artístico, y observa que es un patrón, una tendencia que se repite en más creadores. «Una relación, tal vez no entre el artista y la ansiedad, pero sí entre la sensibilidad y la ansiedad. Porque quien tiene sensibilidad, creo, la tiene para lo bueno y para lo malo. Lo que te lleva a fascinarte con una nube, a lo mejor también te lleva a aterrorizarte por algo. Algo que quizá no es tan evidente».
Una bajada a tierra
Hay muchos estigmas, malentendidos y malas interpretaciones sobre la vida artística. «No es una esfera completamente ajena a la Tierra. Es una esfera humana. Que sí, que eleva el espíritu, pero al final no deja de ser un trabajo». En la mente de Leticia, entre temas dorados como Sneaky, Delicious, Tal vez o Waning Moon —que hace dos semanas llenaron de alma el castillo de San Antón por el festival Noroeste—, vive una persona disciplinada, constante, que cuida la alimentación, el descanso y la salud mental. Porque una tarea del artista, dice, es aprender a dejar salvaje la sensibilidad que lleva a la creación y, al mismo tiempo, pulir la que lleva al extremo, a los límites de la cordura.
«Hay muchos momentos en los que los dos caminos se entrelazan. Las etapas de mayor sensibilidad artística para mí también fueron las etapas de mayor tormento. Me veía envuelta en sentimientos de ansiedad, casi de ensoñación». Leticia cuenta cómo pasó la pandemia en su casa, en Vila de Cruces. «Compuse los mejores temas que tengo, pero estaba absolutamente atormentada. No dormía por las noches. Hay un relato que se llama The Yellow Wallpaper, de Charlotte Perkins Gilman, sobre una señora que tiene depresión y la encierran en un cuarto. En ese cuarto hay un empapelado amarillo con un patrón, y ella en ese patrón empieza a ver a una mujer encerrada que quiere salir. Y enloquece. Yo pensaba que me iba a convertir en la protagonista de ese relato, que me iba a volver loca».
Sin embargo, la música cruceña no cree que deba perpetuarse la idea del artista atormentado, famélico, en una buhardilla maloliente y con la ropa raída. Sí la del artista trilero, como describe Elizabeth Gilbert, autora de Libera tu magia: crear desde la jovialidad, desde la diversión. «Yo, de hecho, siempre he tenido mucha más inspiración desde la calma y la alegría. Desde lo apacible, mucho más que desde el tormento». Quizá, explica, se activan en momentos diferentes. En el momento de inspiración despierta la parte de la sensibilidad más bonita y en otros momentos, la parte más tormentosa.
Un baile entre claroscuros
La luz y la oscuridad se mezclan en el arte de Leticia. «Después de Lux, mi primer disco, muy luminoso, viene su proyección hermana, la nox [noche]». La proyección de todo objeto iluminado por el sol siempre es su sombra, explica, y esa es la parte que nadie quiere ver. Pero hay que mirarla directamente para poner luz sobre ella, comprenderla y gestionarla. «En mi próximo disco, Danza luz, hablo de eso, pero no solo en relación al arte propio, sino en general al camino personal, de autoconocimiento. Y hablo mucho de salud mental. Con relación al arte, a la vida cotidiana, a diversos trastornos… Algunos que padezco. Es aplicable a una lucha».
Los estigmas más difíciles de deshacer están en la mente de cada creador. «Veo una idealización, una ensoñación, muy muy grandes. Igual que en el resto de la vida. Parece que tenemos que vivir cumpliendo objetivos, pero en realidad como tenemos que vivir es viviendo. Y disfrutando de los procesos. La sociedad está mucho más enfocada en resultados que en procesos».
El artista monje
A veces hay que aceptar, dice Leticia, que lo que a uno le sale de dentro no es lo que vende. Y tomar una firme decisión: vender o ser fiel al interior. «Echamos la vista atrás, a los años veinte, y nos parece que si no vivimos en Montmartre, no somos nada. Y realmente el objetivo debería ser casarse con la vida artística, estudiar mucho, nutrirse cada día y que aflore cuando tenga que aflorar. Porque si empiezo a pensar que esto va a tener repercusión, o que no la va a tener, como me pasaba antes... Pero no, voy a pensar exclusivamente en lo que siento en estas cuatro paredes».
Una monja. Así se define la cantautora. Una monja entregada espiritualmente a su desarrollo, a su nutrición como artista y a su creación. «Viviré en la Tierra y cuando pueda manifestarlo de manera artística, genial, y si no, haré otras cosas que también hacen los humanos». Leticia ama el arte aunque no llegue a nadie nunca. Sigue estudiando canto porque adora el camino de la voz, su gran pasión. «Más que la música. El canto, ese es mi camino espiritual más grande». Quiere seguir estudiando, seguir leyendo sobre temas que le interesan, estar en contacto con la naturaleza. «Antes pensaba que quería cantar por todo el mundo, pero no me voy a frustrar si eso no llega. Ahora pienso en tener una casa en el bosque, como un templo, con un jardín grande para componer, pintar y leer».