La escritora vuelve a reinar en las librerías con su última novela, El niño que perdió la guerra, una historia que protagonizan dos madres, una en la España de Franco y otra en la Rusia de Stalin, a las que une un niño
04 oct 2024 . Actualizado a las 22:48 h.Han pasado veinte años desde que Julia Navarro (Madrid, 1953) emprendió su propia aventura, escribir narrativa. La Hermandad de la Sábana Santa se publicó en el 2004 y con ella la autora cambió el periodismo por las novelas. El niño que perdió la guerra (Plaza & Janés), en cuya presentación está inmersa, es la décima y, como es tradición, reina de nuevo esta temporada en la lista de los libros más vendidos.
Dedica esta historia a todos los que alguna vez dijeron no y empieza la narración con un poema de Anna Ajmátova, cuyo hijo estuvo encarcelado con Stalin. «La lectura y viajar son mis grandes pasiones y, al final, eso trasciende. En mis libros también están mis lecturas», cuenta la escritora.
La cultura, con sus dos caras, la sanadora y la que implica un riesgo, juega un papel importante en la vida de las protagonistas del libro, Clotilde y Anya. Una en Madrid y otra en Moscú. No se conocen, pero ambas quieren a Pablo. Él solo tiene cinco años cuando lo separan de su casa para llevarlo a Rusia por orden de su padre, miliciano comunista, que busca salvarlo de la represión franquista.
«Si alguien cree que el Mediterráneo es un mar pacífico es que nunca ha navegado por él en invierno», dice para sí uno de los personajes. Es otoño de 1938. Hoy, sigue siendo la vía de escape de miles de personas. Julia Navarro hilvana una condena a los totalitarismos.
—¿Se siente querida por los lectores que esperan, fieles, lo nuevo de Julia Navarro?
—Siento agradecimiento por los lectores que me han acompañado. Siempre tengo una sensación de que con cada libro me la juego. Que empiezo de cero, nunca doy nada por ganado. Cada libro es una aventura en la que no sé qué va a pasar.
—La acción se desarrolla entre la España que se encamina al franquismo y la Rusia de Stalin. ¿Por qué esta contraposición?
—Todos los regímenes totalitarios son lo mismo. Da igual que los pintes de rojo o azul; al final, actúan de la misma manera: lo primero es cercenar la libertad de los ciudadanos, lo segundo, intentar callar las voces críticas. Las dictaduras tienen muchas cosas en común.
—¿Cómo surgió la historia de Pablo?
—Esta historia no ha surgido ahora, es una historia eterna. Me remueve las tripas pensar en cómo se trata a los inmigrantes que llegan a nuestras costas. Todos lo hacen por una necesidad. Pablo es ese niño al que también desarraigan, al que llevan a un lugar a miles de kilómetros de su casa. La historia de la humanidad es una historia de migraciones. Desde la prehistoria.
—Hasta hoy.
—Por proyectos en los que colaboro, he conocido a muchos inmigrantes, todos han venido huyendo de la guerra o la miseria, nadie me ha dicho: me he recorrido todo África porque tenía ganas de conocer España y me he metido en una patera porque me parecía la fórmula más rápida. Integrarse no es tan sencillo como apretar un botón. Tiendo a ponerme en la piel de los demás y la realidad está ahí, yo no me puedo sustraer de lo que me rodea.
—Los periodistas somos muy dados a poner adjetivos, pero si en algo insiste usted es en evitar que encasillen sus novelas.
—Todas mis novelas transcurren en el siglo XX, y el siglo XX es anteayer. Cuando dicen eso de «su novela es novela histórica», respondo: «Ya, ¡pero si usted y yo somos del siglo pasado!». Ni son novelas históricas ni de acción o aventuras, son novelas de indagación sobre la condición humana. Lo que me interesa es el viaje a los claroscuros de la condición humana. Luego, es verdad que cuido mucho el escenario donde transcurren, porque a nadie se le puede entender si no es en el contexto en el que le ha tocado vivir. Somos hijos de nuestro tiempo. Para explicar determinadas actitudes y hechos, tienes que tener en cuenta eso. El niño que perdió la guerra no es una novela sobre la Guerra Civil, es una novela de personajes donde cuento las consecuencias que tuvo en ellos.
—¿Además de entretener, hay que hacer pensar al lector?
—Intento que mis libros no dejen indiferentes a los lectores, que les interpelen y se interpelen a ellos mismos. La historia hay que dejarla en manos de los historiadores, son ellos los que tienen que contar lo que pasó, no los políticos. Luego, cada uno tiene su memoria familiar. Es absurdo intentar escribir arcadias donde no las hubo, uno puede tener unos ideales loables, pero a veces, en la práctica, se perturban. Con distintos protagonistas, en distintos lugares y diferentes características, pero, desgraciadamente, la historia siempre se repite. Reflexionar sobre la permanencia de las dictaduras, no solo no está de más, sino que es conveniente.
—Dos mujeres llevan el peso de la narración. Dos mujeres separadas por miles de kilómetros, pero con varias cosas en común: el amor por un niño, por la cultura y por su capacidad para pensar, frente a la opinión de sus familias o maridos.
—Es una manera de recordar que las mujeres siempre hemos estado ahí. La historia la han escrito los hombres y ellos siempre han aparecido como protagonistas, las mujeres han sido una nota a pie de página. Hubo mujeres resistentes, que se enfrentaron a los totalitarismos y pagaron por sus ideas. Clotilde fue educada en los valores democráticos, sus padres son republicanos hasta que gana Franco la guerra y se tienen que sumir en el silencio. En el caso de Anya, la revolución se convirtió en un monstruo que lo devoró todo. Su padre tiene que vivir la contradicción de ver cómo el régimen que ayudó a implantar manda al gulag a su hija.
—¿Hay algo de la Julia Navarro periodista en sus libros?
—El periodismo me ha dado las herramientas para escribir historias, mi primera novela nació en las páginas de un periódico, pero yo no me cuento a mí misma, quienes me intenten buscar en mis novelas no me van a encontrar. Lo que hay es un reflejo de mis preocupaciones, de mi visión de la vida, pero que no me busquen en los personajes.