Víctor del Árbol: «Lo que yo mamé de niño es lo que hace Eduard Fernández en 'El 47', 'a nosotros nos tienen que vencer, ¡nosotros nunca nos rendimos!'»
FUGAS
«Hay personas que fueron a la Universidad, ganan mucho dinero y son muy inteligentes, pero son discapacitados emocionalmente», afirma el autor que fue mosso d'Esquadra antes de hacer realidad su sueño de ser escritor
11 oct 2024 . Actualizado a las 11:56 h.La araña de la vulnerabilidad, o esa pasión anómala que nos define en secreto vuelve a deslizarse por las telas minuciosamente urdidas de Víctor del Árbol (Barcelona, 1968), que recibió el Nadal por La víspera de casi todo y en Nadie en esta tierra vio nacer a algunos de los personajes que nos mueven a la rebeldía en El tiempo de las fieras (segunda edición en un mes), golpe literario a ese niñato tirano que es el poder. «Quería mostrar lo frágiles que somos en nuestra intimidad, qué fácil es entrar en nuestra vida. Somos más vulnerables de lo que imaginamos», advierte quien fue mosso antes que escritor.
«Escritor sin etiqueta. Premio Nadal 2016. Leer es un ejercicio de libertad. Escribir un derecho a soñar. No me preguntes si no te interesa la respuesta», se presenta en la red social X este explorador de nuestra oscuridad, que visitó A Coruña la semana pasada.
—En la novela, hay una presencia imponente de Lanzarote. ¿Por qué la isla lunar?
—Para mí, el paisaje no es solo un escenario. El viaje interior empieza en el exterior. En este caso, el del subinspector Soria, desterrado en una isla aparentemente anodina, como él. Lo que me gusta de Lanzarote es que engaña en la apariencia, sus volcanes dormidos. Si conoces la isla, por dentro tiene mucha vida. Cuando se abre una grieta y un volcán estalla, tiembla todo.
—Entramos en la isla y la novela por un poema de Blake: «La crueldad tiene corazón humano y la envidia humano rostro, el terror reviste divina forma humana y el secreto viste ropas humanas». ¿El ser humano es la medida de la tragedia?
—Siempre intento entender esa lucha que parece inagotable entre lo que queremos ser y lo que acabamos siendo. Puede que esa sea nuestra tragedia, pero al tiempo es nuestra virtud. Lo que me apasiona de la literatura es esa manera de entrar en lo que somos de contradictorio. La literatura es un espejo donde nos miramos sin tapujos. Ante un texto, uno no necesita esconderse, se puede ver desnudo tal cual es.
—¿Es un escultor de héroes corrientes capaces de sublimar su derrota?
—Me gusta esa idea romántica de los ángeles caídos. Esa idea de que somos mejores en el relato que en la vida. A fin de cuentas, vivir es eso, ¿no?, un intento de encontrar un sentido a lo que somos y hacemos. La tragedia es que ese sentido a veces no está. Pero seguimos buscando.
—¿Se desnuda al escribir? ¿Hace ajuste de cuentas con su propia vida?
—En realidad, no. Creo que ser escritor es trascender el ajuste de cuentas propio. Para abrirte un poco más al mundo. Lo que me gusta es convertirme en un observador frío que disecciona lo que somos sin puntuarlo ni juzgarlo. Una de las cosas que he aprendido es que la literatura no está para salvar al escritor.
—Menciona a Lisbeth Salander para retratar a la ciberdelincuente de su novela, Vesna, ¿un guiño deliberado a Stieg Larsson?
—Sí, es deliberado. Vesna [la protagonista] es, claramente, el resultado de sus traumas. Y tiene el sentido justiciero de Robin Hood. Yo lo que quería mostrar es lo frágiles que somos en nuestra intimidad, qué fácil es entrar en nuestra vida, en nuestro teléfono, en nuestro ordenador. Somos mucho más vulnerables de lo que nos imaginamos y eso es muy inquietante.
«En el momento en que justificas la pérdida de una vida o la tragedia de una familia por razones geopolíticas estás en un mundo de fieras»
—El poder es infantil, señaló en una entrevista al hilo de su novela anterior. ¿Un juego infantil de destrucción masiva?
—Lo estamos viendo ahora con Israel. Lo que hago en la novela es hablar de ese poder dionisíaco, de dioses omnipotentes que han perdido de vista lo que significa ser humano. En el momento en que justificas la pérdida de una vida o la tragedia de una familia por razones geopolíticas estás en un mundo de fieras.
—Ya es de la familia Julián Leal, otro desterrado, que vuelve en esta novela...
—Él es el Quijote. Y como su apellido dice, es Leal. Leal a sí mismo, quiere darle sentido a sus últimos actos. Y eso le da una pátina trágica. Todo se acaba, sí, pero, aún así, luchamos hasta el final. Con él yo tengo en común ese espíritu de rebeldía que no se manifiesta con griterío. Yo no soy una persona dada a la polémica o al griterío. Ha salido una película de Eduard Fernández, El 47, que habla de cómo en los 70 la gente se organizó para darle dignidad al barrio de Torre Baró. Son esos actos heroicos de gente desesperada. Eso yo lo he mamado de pequeño en mi familia, en mi barrio, y es lo que me lleva adelante siempre. A nosotros nos tienen que vencer, ¡no nos rendimos!
«Cada uno tiene una pasión secreta. Y a veces las pasiones secretas son las más discordantes, nos dan un puntito de humanidad...»
—Maravilloso oírle hablar de su madre, que le dejaba siendo niño todo el día en la biblioteca al irse a trabajar limpiando baños.
—Es que es así. Te cuento una anécdota. Mi madre es muy lectora, pero casi no sabe escribir, comete faltas de ortografía; no fue al colegio, como muchas chicas de su generación. Se ha puesto a seguir un club de lectura donde hablan de mis libros, pero lo hace de incógnito, ¿sabes? No dice que es mi madre... Y alguien investigando por ahí lo descubre. Esos son los valores que admiro de ella: la discreción, la convicción, la atención que presta a los libros. Me emociona que me diga que ha leído, por ejemplo, el último libro de Alicia Giménez Bartlett... Una persona que se ha formado a sí misma como lo ha hecho mi madre es un modelo. Que pueda hablar con ella de nuestras lecturas, el hecho de que se vuelva una crítica mía (¡es muy crítica con lo que yo escribo!), que ande por ahí pululando en los clubes de lectura protegiendo a su hijo desde el anonimato, es un regalo. El otro día, puso en Facebook un comentario con faltas de ortografía, y salió el típico o la típica: «No habrás leído mucho cuando tienes esas faltas de ortografía». Lo que quiero decir con esto es que hay personas que pueden ir a la universidad, ganar mucho dinero y ser muy inteligentes, pero emocionalmente son totalmente discapacitados.
—Se habla mucho hoy de la inteligencia emocional, pero quizá no somos conscientes de lo que supone...
—Sí, por eso te digo... Cuando yo hablo de una sociedad criminal, me refiero no a una sociedad que comete el crimen, sino a una sociedad que ha adoptado valores criminales. Si ponemos la apariencia, la imagen, la autoindulgencia, el beneficio a toda costa, todo eso por encima de la empatía, del respeto, de la solidaridad, de lo humano, de lo pequeño, del detalle, lo que hacemos es construir nuestro propio abismo. Estamos caminando hacia nuestro propio abismo. Y parece que vamos, como ocurre con el flautista de Hamelín, contentos hacia el final.
—La indolencia con el otro, la frivolidad de tener un estatus, la tiranía del ego. Quizá mucha cáscara para el desolado paisaje que tenemos por dentro...
—Y ese narcisismo que hace que lo veamos todo a través desde nuestros ojos, no desde los del otro.
—¿Este es un signo de nuestro tiempo, de un tiempo de fieras?
—Sí. Hoy hay muchas fieras, desde las altas finanzas hasta la delincuencia más básica. Pero quizá las verdaderas fieras son las que cada uno de nosotros lleva dentro. Y esas fieras son a las que más hay que temer. Me preocupa mucho la gente que vive bajo la mesa del rey recogiendo las migas.
—¿Colecciona dioramas de la Primera Guerra Mundial, como el subinspector Soria?
—Me apasiona la historia del siglo XX, ¡toda! Siempre que puedo aprovecho para poner ahí alguna cosita. Y me parecía darle al personaje de Soria, a ese Sancho Panza, un toque disruptor, darle ese punto de interés por algo que la mayoría de la gente desconoce, por las cosas de la Primera Guerra Mundial. Cada uno tiene (todas las personas que yo he conocido, todas, absolutamente todas) una pasión secreta. Y a veces las pasiones secretas son las más discordantes, como el que colecciona botellas de Coca-Cola de diferentes épocas. Me hace gracia... Esas pasiones discordantes nos dan un puntito de humanidad.
—La pasión anómala nos hace únicos. ¿Cómo pudo ser mosso si soñó desde pequeño ser escritor? ¿Hay un hilo que une al policía con el novelista?
—Siempre hay un círculo. Es la intencionalidad, eso es lo que une al policía y al escritor. Yo he buscado respuestas en todas partes. A la violencia, a la injusticia. Las busqué en el seminario, las busqué viajando por Latinoamérica y las busqué en la policía. Y, al final, solo las encontré en la escritura. Ser mosso ha sido una experiencia vital importante, pero lo que me ha definido siempre es ser escritor. En esta vida a veces hay eso que llamamos justicia poética. Algunas personas personas tenemos la suerte y el privilegio de podernos consagrar a nuestra pasión, y ahí dar lo mejor de nosotros. Ahora, que han pasado tantos años, es cuando me doy cuenta de que puedo aprovechar esas experiencias como policía para verterlas en mis novelas. Y lo hago, eh...
—Para ser policía, como para ser escritor, hay que valer...
—... Hay que tener un carácter un poco especial, sí.
—Para concluir, una pregunta-reflexión de esta novela: «¿Cuál es la diferencia entre designio y destino?, ¿somos libres o somos esclavos?»
—Yo te diría que la conclusión de esta novela es que nacemos libres, somos seres libres, pero ser libres exige una responsabilidad. Ser libre es peligroso porque tienes que hacer uso de esa libertad de manera responsable. Lo que quiero decir es que no puedes poner como excusa el destino. Esté escrito o no, es igual. En un mundo como el del siglo XXI, en el que se difumina tanto lo que está bien y lo que está mal, lo que nos define son nuestros actos. Y punto.