Acaba de grabar un tema conjunto con Grande Amore y este fin de semana llega a Galicia con su buen rollo mestizo de siempre
22 nov 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Conoció a Nuno Pico, de Grande Amore, al que admiraba. Resulta que el de Burela también lo admiraba a él, Jairo Perera, la persona que está tras el proyecto Muchachito Bombo Infierno. Y se embarcaron en una canción conjunta: Que pode saír mal?, que ha visto la luz en los últimos días. «Había admiración mutua y Nuno es tan buena gente que no tiene ningún mérito ser amigo suyo —explica Perera—. Me fui a su pueblo y fueron días geniales, disfrutando de esa onda guapísima que hay ahora en Galicia, donde hay una escena divertida con gente como él, The Rapants, Ortiga, Carlangas o Futuro Alcalde, que es tremenda». Hoy actúa en A Coruña (Inn Club, 22.30 horas, 18 euros). Mañana estará en los Momentos Alhambra en Santiago (Patio de Cristal San Francisco Hotel Monumento, 21.30, entradas agotadas).
—Por lo que se ve conecta con la Galicia musical más divertida y festiva.
—Sí, claro. A mí, por ejemplo, me gustan los hombres orquesta ligados al humor.
—Usted está en el cajón de sastre del mestizaje. ¿El eclecticismo suyo es por vocación o por necesidad?
—Me ponen siempre muchas etiquetas porque no saben dónde ponerme. No estoy sujeto a un rollo concreto. A mí, cuando construyo las canciones, me gusta pensar en la rumba catalana, sobre todo en la voz. Pero no es rumba catalana lo que hago yo. También tengo un algo más roquero y salvaje, rozando el punkismo. La música es una casa abierta donde podemos entrar todos. No discrimina. Todos tenemos paso, desde el catedrático estudioso, el colocado místico, el friqui, el que da el tiempo y el que aporta la armonía. Cada uno es importante. Yo admiro a los grupos que han podido hacer una versión tal y como es la original, porque para mí es imposible. Yo la hago a mi manera. Con mucho cariño, pero tengo mi propio lenguaje. ¿Por qué suena así? Porque no sé hacerlo de otra manera.
—De pequeño pidió a sus padres una guitarra por Peret y un sombrero por Gato Pérez. Parece que tenía muy claro desde pequeño cuál era su camino.
—No te creas. Tenía mucho miedo. Ahora ves a chavalillos que tienen una técnica increíble, porque las familias apuestan por la música. En mi generación era muy difícil. Tenías que aprender de una forma autodidacta y casi escondido, porque si tocabas un instrumento, eras el colgado de tu familia. Era otra manera de aprender y hacer. En mi casa, además, no había mucho dinero. Yo le debo mucho a una profesora que tuve en EGB que entró para dar catalán en el colegio. Se encontró con un montón de chavales salvajes que estaban dando caña. Esta mujer me dedicó tiempo y esfuerzo, preguntándome lo que quería hacer. Yo quería hacer una banda y me puse a ello sin que casi nadie lo supiera. Siempre he sido el colgado del barrio y a mucha honra. He ido creciendo y cogiendo mi camino. Llevo años en la autogestión trabajando con mi gente y con un punto romántico que me gusta mucho. He tenido la suerte de conocer a nuestros mayores, como el gran Peret, Los Amaya, y los he admirado mucho por la hermandad que genera este trabajo. Y la gran suerte de poder llamarlo trabajo.
—¿Diría que hace música urbana y callejera?
—Bueno, esos términos han cambiado mucho. Lo urbano antes era Leño y Asfalto, lo que sonaba a cemento. Ahora, no. La calle va cambiando, todo suena cada vez más a teléfono [risas]. El otro día estuve hablando con un chico que toca en el metro de las Ramblas, con el que siempre charlo cuando paso por allí. Me dijo que había cogido un trabajo de pintor, que cuando las cosas no funcionaban, no funcionaban y había que aceptarlo. Yo le dije: «El que no funciona no eres tú, sino la gente que pasa delante de ti sin mirar. Eso es lo que no funciona». Eso es lo que pienso yo de la calle.
—Además de esa rumba, hay un claro poso de cultura rock en Muchachito Bombo Infierno. ¿Cómo llega a ella?
—Pues desde que tengo conciencia. Antes estaba muy en la calle. Flipabas con los músicos del barrio, que para mí eran como chamanes. Lo de la rumba viene sobre todo por mi madre. Verla bailando con eso era pura felicidad. Se te ponía una sonrisa enorme en la cara cuando la escuchabas cantando cosas de Peret y esos genios. Pero también estaba mi hermano, que me llevaba a todos los conciertos. Entonces podías entrar siendo menor y yo tenía el carné del club enfermo de Los Deltonos. Vi a Jeff Healey, a Jonathan Richman, The Stray Cats... Y hablabas con ellos al terminar el bolo. Luego, en casa escuchaba a los clásicos, Bob Dylan, Little Richard y Chuck Berry. Un día me estalló la cabeza cuando viendo la tele salió un señor vestido de Frankenstein cantando: «Me siento tan feliz porque ella se ha enamorado de mí».
—Kiko Veneno.
—Claro, en aquel programa increíble que era La bola de cristal. Algo así es totalmente impensable hoy en día. Vimos a Kiko y eso nos atrapó. Nos metimos en el mundo de Pata Negra y el rock andaluz de Smash y todo eso. Me atrapó totalmente, sobre todo esa cercanía en las letras, que hablan de cosas cotidianas con mucha poesía. Yo empecé ahí. Me gustaba más la guitarra de palo que la eléctrica. La llevaba conmigo a todos lados. El sombrero me lo dieron a los 6 años y la guitarra a los 13. De los 6 a los 13 estuve tocando una raqueta. Podía ser tenista [risas]. Pero vamos, no me enrollo más. No concibo la vida sin el rock, que eso es lo más importante de todo.