La mujer que vive siempre en el mismo día

Mercedes Corbillón

FUGAS

07 dic 2024 . Actualizado a las 10:22 h.

Llueve, llueve de manera tenaz, casi apocalíptica, como si el mundo entero tuviera ganas de derretirse, de convertirse en líquido. Bueno, quizás no es todo el mundo, sino nuestro espacio en él, verde y musgoso, un lugar de jardines verticales que crecen en las piedras a golpe de agua que no deja de caer. Hace días que acabé el libro de Tallón, pero la historia me ronda como esta lluvia que nos acosa. El libro es extraño, magnífico y ni siquiera llueve mucho, llega con la niebla que lo cubre todo. Creo que solo hago eso, ver llover y, a veces, hasta me mojo. La mayor parte del tiempo prefiero estar seca y a resguardo viendo tonterías en la tele. Esta semana supe de una mujer que sufrió un ictus y desde entonces vive siempre el mismo día. Su memoria, desprogramada, no va más allá de veinticuatro horas. Al amanecer se despierta preguntándose quién es ese señor que duerme a su lado, como nos ha pasado a tantas después de una noche de fiesta. Bueno, al menos en las películas, la realidad suele ser menos hiperbólica. Una libreta escrita de su propia mano le explica que es su marido, que llevan juntos catorce años. Por alguna extraña razón, ella recuerda la vida anterior, pero no esa, la que eligió y que es la suya. Ese bucle de olvido que convierte cada mañana en un principio me pareció de lo más literario, un juego imposible de la mente humana que siempre nos da sorpresas. La mujer, joven, rubia, desconcertada, no puede amar a ese hombre que desconoce. Su cuerpo es una novedad en la cama cada mañana, pero comprende que él la quiere a ella y eso es lo que verdaderamente importa. Dice. A pesar de su convicción, hay melancolía en su voz, como la de todo ser humano que ha vivido bastante. Todos nos preguntamos si esta es la vida que querríamos haber vivido o si podríamos haber hecho cualquier otra cosa. De eso va, creo, El mejor del mundo, de los otros que llevamos dentro mientras hacemos siempre lo mismo antes de llegar a este ataúd dorado al que se refiere el título. Casi siempre nos llega con que nos quieran un poco.