
Alberto Ardid y Christian García Bello son parte de una generación de jóvenes autores con un gran potencial creativo que emerge en un sistema del arte marcado por la crisis del mercado
21 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Me gustaría contar con más espacio para escribir sobre la notable cantidad de nuevos artistas que trabajan en Galicia, jóvenes en su mayoría alrededor de los treinta años y formados gracias a la labor pedagógica de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra.
Hablamos de autores que, aunque considerados emergentes, ya poseen iniciales trayectorias profesionales, han expuesto sus obras de forma individual o colectiva en galerías, han disfrutado de becas para viajar al extranjero y, en su mayoría, abordan indistintamente diversos campos creativos. Su trabajo despliega un amplio espectro de intencionalidades y discursos con un fuerte componente conceptual —posiblemente debido a la influencia de los cualificados profesores de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra—, que se manifiesta en la emergencia de lo objetual, desde su materialidad hasta su comunicación visual, siempre en diálogo con el espacio que habitan. Con una dedicación apasionada, exploran y experimentan campos creativos diversos, ahondando en las posibilidades expresivas de los materiales, los lenguajes discursivos de la cultura urbana y en general con unos planteamientos que ponen en entredicho la noción misma del arte en el actual escenario social.
Esta generación de artistas se ha encontrado con un sistema del arte marcado en buena medida por la crisis del mercado, por las dificultades surgidas del deterioro de las programaciones de los museos y centros de arte contemporáneo, consecuencia de la falta de apoyo de las instituciones políticas en el intercambio y desarrollo internacional de sus obras, y la marginación de las artes plásticas en la cultura y en los proyectos de nuestra Administración autonómica.
ALBERTO ARDID
Este artista plástico y visual elabora obras tridimensionales a medio camino entre lo pictórico y lo objetual, utilizando una variedad de elementos capaces de expresar contradictorios conceptos artísticos. Su trayectoria, a pesar de ser corta, está jalonada por una serie de muestras y participaciones que marcan la pauta y descubren la sorprendente creatividad de sus propuestas. En su trabajo, Ardid (Vigo 1986) utiliza una gran diversidad de dispositivos y referencias visuales —desde todo tipo de materiales físicos o industriales hasta los motivos derivados de la publicidad o la sociedad de consumo y la cultura de masas—, creando nuevos significantes a través de la contaminación y descontextualización de lenguajes y procedimientos. Su obra se centra obsesivamente en la experiencia artística en sí misma —podríamos considerar esto el leitmotiv de su trabajo y todo lo que lo rodea—, sin embargo trabaja sobre estas ideas. A través de procedimientos de contraste —véase por ejemplo la serie Estudios para «Sutura»—, ironiza con su descontextualización al utilizar elementos propios de los productos de consumo masivo e introducirlos en un universo artístico que pretende aparentar otros valores, pero que, a través de su adulteración, no deja de ser una clara expresión del capitalismo.
Lo vemos en sus cuadros colgados con grandes ganchos de supermercado y protegidos con alarmas de la ropa de los grandes almacenes, son meras manchas de pintura: representaciones abstractas de un solo trazo, con sus formas curvilíneas, sin mayor significado. Cuidadosamente enmarcadas, juegan en su exposición con un doble sentido: como productos de consumo y como obras de arte. Ardid elabora asimismo una importante obra a partir de residuos de arquitecturas encontrados en los solares y obras del Vigo de su niñez o trabaja con fragmentos de espejos y piezas cerámicas en su mayoría procedentes de Sargadelos. Fragmentos provocados por una voluntaria ruptura que reconstruye aleatoriamente sin renunciar a su apariencia original, convirtiendo con indudable belleza pero también ironía, lo que era una pieza industrial en una obra de arte única. Algo que subraya con la peana que lejos de ocultar esta procedencia humilde, la enfatiza, reivindicando así su valor artístico.
La obra de Alberto Ardid se caracteriza por la vasta variedad de posibilidades creativas que experimenta, evidenciando la conclusión de que todo es susceptible de ser considerado arte y todo es susceptible de ser considerado mercancía.
CHRISTIAN GARCÍA BELLO
Christian García Bello (A Coruña, 1986), artista licenciado en Bellas Artes y Máster en Arte Contemporáneo por la Universidad de Vigo, trabaja la pintura, la escultura, el dibujo y el diseño. Con destacadas exposiciones individuales y colectivas, su obra forma parte de importantes colecciones y ha sido reconocida con premios y becas que le han permitido desarrollar proyectos muy interesantes, tanto en España como en el extranjero.
Empezó siendo pintor, pero pronto se pasa a la escultura, que le permite una mayor libertad creativa, objetual y táctil. La configuración de su trabajo busca friccionar historias pasadas y paisajes futuros alternativos a partir de una amplia investigación de las narrativas vernáculas, de formas ligadas al territorio y la condición poética de los materiales. En este artista, el espacio con el que dialogan y conviven sus obras es fundamental, concibiéndolo como un recorrido activado, diseñado casi con una intención ritual de peregrinaje, según sus palabras.
García Bello concede gran importancia al trabajo artesanal con los materiales, abarcando desde el hormigón y el aceite hasta diversas maderas, barnices, grafito, algodón cocido o el espermaceti de cachalote que le permite crear envolturas informes y moldeables que contrastan con la austera geometría presente en otra vertiente de su trayectoria. A modo de alquimista, investiga y desarrolla materiales con una profunda conexión con el territorio y su historia; materiales naturales capaces de ser manipulados respetando sus cualidades y durabilidad pero, ante todo, dejando que se manifiesten y respiren ligando sus diversas peculiaridades que reaccionan de distintas formas. Como él mismo señala sobre sus últimas obras: «Este trabajo ha tenido un impacto decisivo en mi obra y en mi forma de mirar y tocar el mundo».
Componentes que son modos de expresión, y junto a las elementales formas objetuales o a los significativos vacíos que las rodean y estructuran la narración, contribuyen a la noción de identidad y a la conceptualización de la misma. Su investigación se centra en la expresión sutil de una simbología ligada a sus inquietudes: la ausencia, el cuerpo, la muerte y la vida, con el objetivo de que la obra crezca de forma multidimensional y polisémica. Una pluralidad de significados de los que trata de darnos alguna pista en los títulos, en las hojas de sala trabajadas como una pequeña obra literaria capaz de guiar la mirada del espectador.
CALIDAD Y DIVERSIDAD
La calidad y la diversidad de las propuestas de estos jóvenes artistas gallegos demuestran el excelente trabajo formativo de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra. Su gran capacidad para unir concepto y materialidad, explorando todas las posibilidades lingüísticas, pone en evidencia un gran potencial creativo. No obstante, la precariedad del sistema artístico actual y la falta de apoyo institucional suponen un obstáculo significativo. Apostar por esta generación es invertir por el futuro del arte gallego, garantizando su proyección y reconocimiento.