Montse Sánchez rescata la odisea de una madre que sobrevivió en el Ártico: «En el Ártico la tierra no es suya, ellos son de la tierra»
FUGAS

El frío polar y la calidez humana se abrazan en este debut salvaje que se presenta en Galicia la semana que viene
21 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Cuando su hijo Bennett cae gravemente enfermo, Ada toma una gran decisión. Es 1921, estamos en Alaska, en un poblado iñupiat —indígenas de la región, mal llamados esquimales— y los cincuenta dólares mensuales que le prometen por sumarse a una expedición británica al Ártico son suficientes para pagar el tratamiento. El hielo de los suyos (Tránsito) es una historia real de supervivencia salvaje que Montse Sánchez Alonso ficciona con una punzante mirada sobre el ser humano y nuestro impacto en el medio.
La madrileña estará presentando su debut literario en A Coruña (Berbiriana, 25 de marzo), Santiago (Númax, 26 de marzo) y en Pontevedra (Librería Paz, 27 de marzo).
—Qué frío se pasa leyendo esta novela...
—Sí, me lo han dicho. Lo que sucede es que a veces lo previsible no es visible. Es decir, por el hecho de estar ubicada en el Ártico no significa que el lector vaya a sentir frío sí o sí, sino que el frío hay que hacerlo sentir. Yo lo que hice fue mucho trabajo de campo. Como gran parte de la novela la escribí en invierno, salía a la calle sin guantes o sin orejeras, me levantaba la camiseta interior para notar cómo es la sensación térmica dentro de los huesos...
—¿Cómo encontraste la historia de Ada?
—Estaba escribiendo otra novela, una autobiográfica, donde contaba todo el periplo que había atravesado para convertirme en madre, un proceso de reproducción asistida muy largo con mucha violencia obstétrica, mucha desatención psicológica... Se me ocurrió entremezclar mi propia voz con la de otra mujer peleando por su vida en un entorno de supervivencia adversa. Enseguida se me ocurrían historias como Robinson Crusoe o La Sociedad de la nieve donde, como en las grandes novelas de aventuras, los protagonistas son masculinos. Pero buscando historias alternativas encontré a Ada Blackjack, que me enamoró. Sobre todo cuando me enteré de que su motivación para embarcarse en esta aventura era salvar la vida de su hijo, que tenía tuberculosis. Me pareció tan alucinante la historia en sí, la odisea ártica, que decidí dejar de lado mi historia y centrarme en la de Ada.
—En el libro está presente la maternidad, pero también el racismo y el colonialismo del siglo XX, que Ada sufre en sus carnes.
—Sí, ahí hay dos realidades entroncadas. Primero, que en el contexto de apropiación o conquista del Ártico los colonos estaban muy empeñados en que la supuesta ciencia justificase que los esquimales eran humanos inferiores. Porque tenían menos perímetro craneoencefálico, porque tenían más piezas dentales... Cualquier excusa servía para explotarlos. Pero es que además, Ada era mujer. Y además, madre soltera. Estaba atravesada por muchas variables de discriminación y, por lo que leí en los diarios que escribió Ada y en las cartas del resto de muchachos de la expedición, el trato del que la proveían no debía de ser muy agradable.
—Es increíble que se sintiesen superiores cuando sin la ayuda de los nativos no sabrían vestirse, cazar, sobrevivir...
—Esto yo creo que es común al ser humano. Pensamos que por nosotros mismos podemos sobrevivir y perdemos la noción de que somos interdependientes y de que, además, los grupos humanos entrañan una complejidad que está totalmente ligada al entorno en el que viven. El colono está desprovisto de la humildad para entenderlo. Piensa: «Los iñupiat y otras comunidades árticas comen grasa de foca o piel de ballena. ¡Qué repugnante! Yo como gachas». Se le escapa que esos alimentos fortalecen el organismo contra, por ejemplo, al ataque del escorbuto.
—Tampoco entienden muy bien que el medio, la tierra, no está ahí para ser conquistada. Despliegas en esta novela una gran conciencia medioambiental, ¿no?
—Sí. Igual que el tema del colonialismo, era inevitable porque iba de la mano de esta historia. Las comunidades del Ártico tienen una relación muy especial con la tierra. Ellos no dicen que la tierra es suya, sino que ellos son de la tierra. Tienen muy claro que tienen que adaptarse a estas normas impuestas por el entorno.
—Escuché que decías que para ti esta novela, en realidad, habla de amor.
—Porque desde que me convertí en madre, a mí los dolores del mundo me duelen más. Siempre me han dolido, pero de alguna manera la maternidad te conecta con la idea del legado, de que hay que cuidar lo que tienes para que le llegue a tu hija. Y si algo sustenta esa idea es el amor. Amor a la especie humana, al hecho de que vivan con dignidad en el planeta que nos tocó habitar. Ada quiere volver a reunirse con su hijo para transmitirle ese amor. Piensa: «Si yo no se lo enseño, jamás va a conocer la ternura, el hielo de los suyos», que es esta relación de simbiosis entre la tierra y el ser humano.