
El legado del escritor francés sigue vivo 120 años después de su muerte. La ciudad gallega, uno de sus estandartes, se prepara para acoger en el 2028 el congreso que reúne a los vernianos
21 mar 2025 . Actualizado a las 09:36 h.Cualquier excusa es buena para volver a soñar como un niño. Los 120 años de la muerte de Julio Verne (1828-1905) son el mejor pretexto para volver a navegar en el Nautilus. Regresar a las profundidades. A esas veinte mil leguas que abrieron la imaginación de niños, jóvenes y adultos de tantas generaciones. De su mente, menuda cabeciña, salieron un sinfín de inventos que tardaron décadas en ser realidad. Especialmente, en el mar, que le obsesionaba. Verne imaginó lo que Jacques Cousteau mostró al mundo con siglo de retraso. Por eso y por mucho más, cualquier momento es bueno para releer ese capítulo que puso la ría de Vigo en el mapa. El escritor francés navegó sus costas de oídas gracias a la leyenda del tesoro de Rande y a lo que leía en prensa sobre las empresas que estaban intentando rescatar el tesoro de los galeones hundidos. Pocos años después, Verne visitó la ciudad y entonces se quedó prendado de sus gentes, sus fiestas, su procesión... de la Galicia marinera de finales del siglo XIX.
Primero toca disfrutar con la ficción. El Nautilus, ese enorme monstruo marino que recogieron los cuadernos de bitácora de buques de todo el mundo, llega al Atlántico después de haber cubierto ya cerca de diez mil leguas en tres meses y medio. El síndrome de Estocolmo empieza a hacer mella en el profesor Aronnax, que se plantea si tiene sentido abandonar esa experiencia tan enriquecedora y que le ha permitido observar todo lo que se oculta bajo litros y litros de agua. Está retenido, sí, pero el capitán Nemo, cuyas verdaderas intenciones sigue sin conseguir descifrar, no le trata del todo mal. Mientras debate todo esto en su mente, la oportunidad para escapar con su compañero, el arponero canadiense, se esfuma. Suena ese sonido, ese fuerte silbido que indica que se están llenando los depósitos para sumergirse. Entonces, ese 18 de febrero de un 1868 imaginario, el submarino soñado por Julio Verne entra en la ría de Vigo para hacerse con el tesoro de la batalla de Rande. El capitán Nemo arranca su explicación de lo ocurrido en 1702 con una bravuconada: «Todos los intelectuales son iguales, no saben nada de nada». Relata a partir de ahí a Aronnax cómo ingleses y holandeses colaboraron para impedir que llegase a España una escuadra de galeones cargada con oro y plata procedente de América. Incluso pone precio a todos esos cofres que observan por la escotilla cómo retira la tripulación con tecnología puntera de la época: 500 millones. Y es precisamente este sueño, que parece sacado de un libro de piratas, lo que conecta a Verne con la época. El autor francés, siempre bien informado, aprovechó los anuncios de las expediciones que querían rescatar los tesoros de la batalla de Rande para añadir detalle a su obra. La lucha de sociedades por hacerse con lingotes hundidos era real. Y con lo que se publicaba sobre esos proyectos, Verne imaginó esa rada abierta imposible de defender, como la describe en Veinte mil leguas de viaje submarino.

Unos años más tarde, ya saltando de la ficción a la realidad, el francés matizó esa descripción: «un verdadero fiordo». Lo dejó por escrito tras su visita a la ensenada de San Simón en 1878. Esa primera estancia en la ciudad fue fruto del azar. Se dirigía con su yate, el Saint-Michel III, al Mediterráneo, pero un temporal le obligó a refugiarse en Vigo. Se puede asegurar con certeza porque Verne era un amante de los diarios de viaje. Era tan meticuloso e incorporaba tanto detalle a sus notas que prácticamente podemos saber «cuánto le cobraron por un café», como bromea el periodista Eduardo Rolland (Vigo, 1969), probablemente uno de los gallegos que más sabe y más ha hecho por el legado vigués del autor francés. La visita fue a principios de junio, llegó acompañado de su hermano, su sobrino y unos amigos. Se encontraron con la procesión del Cristo de la Victoria y al escritor francés le fascinaron esas mujeres que pasaban «cuatro horas de rodillas». «Nos acogieron muy bien por todas partes», confesaba en una carta a su amigo y editor Pierre Jules-Hertzel dos días después de abandonar ese Vigo en fiestas, con fuegos de artificio y celebración de la independencia de los franceses, otra bonita casualidad.

Como recoge Rolland en su libro Verne en la bahía del tesoro hubo una segunda visita. En mayo de 1884 el escritor francés pasea de nuevo por las calles de la ciudad olívica. Se queda tres días, mientras reparan una avería en la caldera de su barco. Gracias a su diario y a las cartas que envió a amigos, sabemos que durmió en el hotel Continental, que visitó el café Suizo y que se reunió con el cónsul francés. Al no haber tanta fiesta en la ciudad, lo que le sorprendió esta vez fueron las vistas desde el monte de O Castro y las mujeres que todavía caminaban descalzas por algunos barrios y que llevaban llamativos pañuelos sobre sus cabezas. Vigo tuvo que impactarle seriamente porque siguió citándolo con frecuencia en su obra. Según la investigación que hizo José Garabatos, un profesor de Química y miembro destacado de la Sociedade Jules Verne de Vigo, la ciudad y las islas Cíes aparecen hasta en seis obras del escritor. No es una simple casualidad que La vuelta al mundo en 80 días comenzase precisamente en la Vigo Street de Londres. Y tampoco será casualidad entonces, que en el 2028, año en el que se cumplirá el bicentenario del nacimiento del escritor, Vigo vaya a acoger el quinto congreso internacional sobre Verne. Las sociedades hispánica y viguesa están trabajando ya en un programa potente de expertos venidos desde todas partes del mundo y en actividades que muestren que su legado sigue vivo.
Vernianos en pleno siglo XXI
Pocos escritores pueden presumir de tener una legión de seguidores tan numerosa 120 años después de su muerte. Lo de Verne es casi un fenómeno fan. Crean sociedades, en vez de club de fans, pero mantienen viva su estela, su obra y siguen investigando para dar a conocer facetas todavía desconocidas. El cubano Ariel Pérez Rodríguez (Santa Clara, 1976) es uno de los principales traductores de la obra de Verne al castellano y uno de los pocos que entiende su caligrafía. Preside la Sociedad Hispánica Jules Verne y acaba de publicar con la editorial Planeta una biografía ilustrada del autor francés. Jules Verne. Un viaje extraordinario, una auténtica joya para coleccionistas, incluye también la primera traducción al castellano de Un cura en 1835, la primera novela que escribió Verne cuando tenía 18 años. «Ahora mismo estoy trabajando en la traducción de otros tres inéditos», adelanta este devoto de Verne que define al capitán Nemo como uno de los personajes más fascinantes de la literatura. Al preguntarle cuál es la obra por la que hay que debutar con Verne, no lo duda ni un segundo. La opción lógica es Veinte mil leguas de viaje submarino. «No tiene tramas demasiado complejas y engancha por su combinación de misterio, exploración y un toque de crítica social», asegura Ariel Pérez. Para los que ya hicieron un primer viaje en el Nautilus, el experto sugiere darle una oportunidad a Los hijos del capitán Grant, que es la obra menos famosa de la serie, pero igual de emocionante. «Presenta uno de los personajes más exquisitos de Verne, el excéntrico geógrafo Jacques Paganel», señala. Además ofrece una nueva perspectiva sobre el mundo del capitán Nemo.
Redescubrir a Verne

Aprovechando las conversaciones con los dos expertos en Verne era inevitable pedirles más recomendaciones. Evitando los clásicos. Nada de esas obras que todo el mundo ha leído, ha tenido que leer o dice haber leído. Una novela para los que quieran descubrir un Verne diferente. El presidente de la Sociedad Hispánica sugiere La isla misteriosa, su obra favorita, porque apela a la curiosidad del lector. Aprovechando conocimientos de química, metalurgia y agricultura, los protagonistas consiguen construir desde cero una sociedad funcional, destaca Ariel Pérez, que considera que este libro explora «el ingenio humano, la lucha por la supervivencia y el espíritu científico con un enfoque detallado y casi filosófico». Por su parte, Eduardo Rolland, de la Sociedade Jules Verne de Vigo, recomienda una obra más desconocida. Héctor Servadac, una «historia pintoresca» con un punto de ciencia ficción en la que el francés se atreve a imaginar los efectos del impacto de un cometa contra la Tierra. Como buena parte de su obra, primero se publicó por entregas. «Fue el inventor de eso que ahora las series llaman "cliffhanger", siempre acababa los capítulos en alto», señala el periodista. También sugiere redescubrir a Verne con las dos últimas obras que la sociedad que preside ha traducido al gallego: Un drama nos aires y Unha fantasía do doutor Ox.
El universo de Julio Verne es tan inabarcable como su imaginación. Su ingenio se adelantó a los tiempos. Su mente le permitió recorrer el mundo gracias a sus lecturas y a su pasión por la geografía, una constante en su obra. Navegó, voló y llegó al espacio mucho antes que el resto de la humanidad. Larga vida a Verne, larga vida a su creatividad infinita.