
María García juega al fútbol con su progenitora, María Fraga, en el Unión Campestre, donde optan al ascenso a Primera Autonómica
03 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.«Si me hacen falta, es la primera que viene a defenderme. Enseguida dice: “Cuidado, que es mi madre”». Dentro y fuera del campo María Fraga y María García son madre e hija, por más que sus camisetas del Unión Campestre de Montrove pongan Mery y Mini, sus respectivos apelativos en el fútbol, la gran pasión que las une. La llevan en la sangre, pues el bisabuelo de la primera fue uno de los fundadores del club, pero el estrechísimo parentesco entre ambas aún sigue sorprendiendo en los partidos de cada fin de semana.
Mery, que ya ha cumplido los 50, y Mini, de 15, juegan de titulares, «y los noventa minutos», presume la progenitora. «Soy central —añade—, pero no llego a los 50 kilos. Y ella es mediocentro defensivo, así que estamos muy cerquita. Jugar con ella es maravilloso». María Fraga, que cumple su quinta temporada en el Campestre, empezó tarde en el fútbol. «Yo practicaba en el cole y en la calle, pero para las chicas no había equipos. Así que cuando empecé en fútbol sala tenía 20 años, y no pasé hasta los treinta y algo al fútbol 11», explica. Comenzó en un equipo con varias amigas y, luego, en el Torre, antes de pasar al Campestre, que inscribió su primer equipo femenino en el 2017.
La niña se crio viendo fútbol femenino, pues ya desde la sillita acompañaba a su madre a los entrenamientos. «Con 5 años me dijo quería jugar, así que le metí en el equipo del cole, pero el primer día me dijo: “¿Y las chicas?” “No, mira, es que este es un deporte mayoritariamente masculino”. “Pero si yo siempre veo chicas”», recuerda la madre entre risas. María García comenzó en el Victoria, pero con 14 años (que en fútbol femenino ya es edad sénior) dio el salto al Campestre. «Yo prefiero mil veces jugar con ella. Además, en un equipo de pueblo te lo pasas mejor, no hay ese nivel de exigencia, es más familiar, y me apetecía», cuenta Mini, antes de reconocer que muchas amigas le preguntaban si no le daba vergüenza jugar con su madre. «La veo como una compañera más. Incluso después de los partidos, que nos vamos todas a tomar algo, y no le oculto nada. Me hacía mucha ilusión jugar con ella», afirma.
Mery, que se rompió el ligamento cruzado de la rodilla en el 2019, reconoce que no fue fácil para ella: «Pensé que se iba a agobiar, pero no le importa lo más mínimo. Tiene amigas que van con ella desde preescolar, y a mí me conocían como al madre de María, pero ahora soy Mery, una más. Eso sí, cada vez que pasa algo en el campo soy la madre de todas. Y, como las dos somos María, y a mí me llaman Mery, pues ella es Minimery. Empezaron de broma, y ahora hasta en la camiseta pone Mini... Hasta al entrenador le escucho que dice desde el banquillo: “Mini, dile a tu madre…”».
«¿Pero de verdad es tu hija?»
Su relación no pasa desapercibida durante los partidos: «Lo más divertido es que en campo me llama mamá. Ahora se medio acostumbró todo el mundo, pero antes era de broma ver la cara del árbitro, o incluso de las rivales. Estabas cubriendo a una, y se te quedaban mirando como si las vacilásemos. Hasta alguna me decía al final del partido: “¿Pero de verdad es tu hija?”».
En la actualidad, el Unión Campestre aspira subir a Primera Autonómica dentro de una categoría en expansión. «Antes era grupo único, pero ahora hay seis, y se va a reformar, por lo que queremos jugar la fase de ascenso, que es donde, de momento, estamos. Para mí, sería maravilloso jubilarme en Primera con mi hija», reconoce Mery, que ve cercana la hora de colgar las botas. Aunque el padre de la niña, Juan, que entrena a los porteros de un equipo de veteranos, es el primero que las anima a seguir. «En mi casa es fútbol a todas horas, y a él se le cae la baba con su hija. A mí ya me conocía jugando, y lo da por hecho. Por él no me jubilaría nunca», se ríe.