José Manuel Rodríguez Díaz empezó a ver el cielo el miércoles por la tarde, cuando se enteró de la detención de quien, según su primera composición de lugar, podría ser el doble que durante tantos años convirtió su vida en un infierno. Más de uno empezó a dudar de él cuando su nombre alcanzó la siempre delicada condición de presunto. Se le colocaba al otro lado y se le relacionaba con atracos. Un año después de haber apelado ante la Audiencia Provincial el fallo de un juzgado de Santiago, que lo condenaba a nueve años y cuatro meses de cárcel por dos atracos en Noia y cuya sentencia nunca quiso leer, aún no sabe qué determinación han tomado los magistrados a quienes correspondió el caso. Rodríguez Díaz se vio relacionado con otros atracos con posterioridad a los dos de 1996, pero en julio del 2000 las cosas empezaron a cambiar, precisamente el día en que el abogado pudo demostrar que no podía estar en Caldas de Reis atracando un banco al mismo tiempo que en una notaría de Ourense. Llevaba semanas acudiendo hasta dos veces al día a la comisaría de policía o a una notaría, en previsión de que se produjese una feliz coincidencia como la del 7 de julio del 2000. José Manuel Rodríguez Díaz está exultante. Se le ve feliz, convencido de que pronto verá el fin del agujero. Tan contento está que incluso se muerde la lengua. No quiere hacer declaraciones. Sabe que lo que diga puede interferir en unas investigaciones que le interesan a él más que a nadie.