
El mundo a los cuatro vientos Mismo diseño, mismos materiales y mismo arquitecto. El nuevo auditorio Walt Disney, en Los Ángeles, se parece sospechosamente al museo Guggenheim de Bilbao
22 oct 2003 . Actualizado a las 07:00 h.Piel de metal, muros cortina, volúmenes curvos y retorcidos... La descripción del Guggenheim de Bilbao se ajusta perfectamente al nuevo auditorio Walt Disney, que hoy se abre al público en Los Ángeles. Solamente el envoltorio -planchas de acero inoxidable en lugar de titanio- diferencia dos proyectos concebidos por el mismo arquitecto, el estadounidense Frank O. Gehry. El sospechoso parecido entre ambos edificios levantó suspicacias ya antes de la inauguración. ¿Cómo es posible que una obra tan exclusiva, que ha costado 274 millones de dólares, sea una copia?, se preguntan sus detractores. En realidad, el proyecto de Disney es anterior al de Bilbao. Financiado por la viuda del rey de la animación, el auditorio fue diseñado en 1987, cuatro años antes de que las autoridades vascas pusieran la vista en la Fundación Guggenheim como medio para revitalizar la capital vizcaína. Sin embargo, la subida de los costes de construcción, una deficiente gestión del proyecto y la crisis económica en California aparcaron el proyecto. El museo bilbaíno se inauguró en 1997 y se convirtió en un icono de la arquitectura contemporánea, mientras que el auditorio de Los Ángeles siempre llevará el sambenito de ser una versión de aquel. «El edificio fue diseñado desde su interior hacia afuera. Quise que fuera exuberante y conmovedor, que no se pareciera a ningún auditorio construido», explicó Gehry recientemente. A juzgar por el resultado, la presunta singularidad no está muy conseguida. En descargo de Gehry hay que decir que no pocos arquitectos actuales se plagian a sí mismos. Por ejemplo, Santiago Calatrava y sus estructuras atirantadas, o Richard Meier y sus edificios de blanco inmaculado, e incluso el sagrado Norman Foster, a quien últimamente le ha dado por coronar todas sus obras con una cúpula de triángulos acristalados. Más allá de sus extravagancias deconstructivistas, Gehry puede pasar a la historia como el estandarte de un cambio de tendencia en la arquitectura: de una disciplina basada en principios artísticos y sociales a una profesión regida por criterios exclusivamente mercantilistas. Si Le Corbusier se distinguió por propugnar una arquitectura a la medida del hombre y austera en el uso de los materiales, Gehry representa el modelo opuesto: derroche de dinero y edificios absurdos y desproporcionados. El caso es que la arquitectura de Gehry triunfa. Su último encargo es la sede social de las bodegas Marqués de Riscal, en la pequeña localidad de Elciego (Álava), que, según sus promotores, será «más avanzado que el Guggenheim de Bilbao». Casi 6.000 metros cuadrados de titanio y vidrio inspirados en los colores de una botella de vino: rosa, por el vino tinto; plateado, por la cápsula de la botella, y dorado, por la malla que la recubre. Y eso que Gehry es abstemio.