Los romeros intentan proteger sus pies a base de alcohol de romero, vaselina, talco o esparadrapo, pero los resultados, aún utilizando el mismo producto, son desiguales
18 may 2004 . Actualizado a las 07:00 h.Hora de la cena en la hospedería San Giraldo. Un sexagenario que se presenta como «veterano peregrino» alecciona a unos jóvenes que marchan a la pata coja. «¿Ampollas, verdad? Os regalo un truco. Compráis esparadrapo del más cutre y os lo ponéis donde os vayan a salir. Santo remedio». La escorada chavalada acoge con sorpresa el consejo: «No suena bien, jefe, ¿pero funciona?». A Juan Carlos, voluntario de la Cruz Roja de Lugo que ejerce estos días en O Cebreiro, tampoco le suena bien la receta del abuelo. Las autoridades sanitarias no recomiendan momificar el pie a lo geisha. Cada peregrino tiene su truquillo. «Vaselina por las mañanas, y por las noches, alcohol de romero. Llevo doscientos kilómetros y no tengo ni una», presume Julián, que se descalza para dar crédito a su teoría y muestra unos remos del 46 que parecen salidos de una sesión de pedicura. «Éste ha venido en taxi», bromea un testigo del estriptís plantar. Miriam empezó con friegas de alcohol de 96 y no le fue mal, pero una hospitalera le dijo que podía llegar a quemarse, por lo que decidió pasarse al talco, «que absorbe la humedad». María se curtió los pies en espigadas cuestas antes de la partida, y ese entrenamiento, combinado con un calzado cómodo, le ha evitado problemas «por ahora». Pie de santo, pie de cojo Pero lo que para algunos es pie de santo, para otros lo es de cojo. Antonio se ha aplicado vaselina todas las mañanas de ruta, como Julián el de la pedicura, pero seiscientos kilómetros después camina sobre un territorio minado de ampollas. Así se presenta en O Cebreiro, donde lo atiende Juan Carlos. «La vaselina suele funcionar, pero no todos responden igual», consuela el voluntario, antes de ponerse manos a los pies. Suero fisiológico para que «no duela y limpie bien», pequeño masaje, pinceladas de Betadine y una gasa «para que no entre porquería y ayude a amortiguar». Esos pies ya habían superado hace unas etapas la primera fase del mal de ampollas, ésa en la que se extrae el líquido con una jeringa y se rellena con yodo. Como pica, hay quien opta por una solución más llevadera: coser la ampolla con aguja e hilo quirúrgico y dejar un cabo a modo de drenaje. Algún peregrino cutre usa hilo corriente y lo paga con la penitencia de una infección.