Las tierras desecadas de Xinzo de Limia La mecanización y la superación del minifundio son vías obligatorias para que la agricultura genere niveles de renta que permitan mantener el cultivo del campo
23 mar 2005 . Actualizado a las 06:00 h.Galicia dedica su tierra a alimentar a los animales, mientras los supermercados comercializan para los gallegos hortalizas de Murcia o tomates de Almería. El dueño de una de las contadas explotaciones intensivas de viveros, Abel Lage (San Mamed, Coristanco), apunta hacia el cielo: «Amigo, para hacer lo que se hace en el Levante se necesita, en primer lugar, luz y calor». Sol sin nubes. Más del 80% de las setecientas mil hectáreas que todavía se trabajan en el campo en Galicia están destinadas a la producción de alimentos para el millón largo de vacas censadas y demás animales. El cultivo para el consumo humano ha quedado relegado al 14%, aproximadamente, de la superficie agraria útil, a pesar de que sus rendimientos económicos son seis veces mayores que los pastizales o las plantaciones forrajeras para animales. Galicia representa el 5,84% del territorio español, sin embargo sólo la producción de patatas (14% del total de España en el 2001), centeno (10%), judías secas (17%), coles y repollos (25%), manzanas (10%), cerezas (10%), nueces (32%) y kiwis (55%) es significativa en el ámbito nacional. Los cultivos más rentables por hectárea son minoría frente a los dedicados a alimentar a cerdos o vacas. Competir o desfallecer Si el sol y el calor son requisitos para el cultivo en invernaderos, el asociacionismo, cauces para la comercialización y la superación del minifundismo territorial y mental son condiciones indispensables para producir en el campo gallego alimentos al aire libre con criterios de competitividad. Al sur de Ourense, en la desecada laguna de Antela, se extiende la llanura de A Limia. La comarca es una potencia en un alimento traído de América, pero que sació durante siglos decenas de miles de estómagos cuando vinieron mal dadas: la patata. A Limia representa el único territorio gallego que se aproxima en algo a la producción agrícola comercial tipo en Europa. Aun así, el forzado proceso de desagrarización también se percibe en el municipio: la población ocupada en el sector primario cayó un 29% en los últimos años. Como las industrias son habas contadas, crece el sector servicios. «Quedamos cinco» «Cando empecei nisto -rememora el cosechero y antes emigrante Tino Fernández (57 años)- na miña parroquia había trinta explotacións de pataca, agora quedamos cinco». La mayoría se jubilaron y alquilaron sus propiedades a las familias que continúan la tradición, ya que la fractura generacional no tiene la incidencia que en otros lugares. A diferencia de una tendencia extendida por todo el campo gallego, en la comarca de A Limia la incorporación de los jóvenes a la agricultura el año pasado se cifró en más de una veintena de casos. La cantidad es simbólica, pero supone más que en toda la provincia de Ourense, a la postre la que tiene la población más envejecida de España. Los jóvenes se incorporan a las plantaciones porque la producción de patata por encima de las 40 hectáreas genera una renta que supera la media de sueldos que podrían recibir en las áreas emergentes de las costas atlántica y cantábrica de Galicia. Cuando es rentable trabajar en el campo, los hijos tienen al menos una razón fundada para quedarse. El modelo agrario de A Limia es un caso atípico en la comunidad por los niveles de mecanización y por la extensión de las explotaciones. La mayoría de las que existen en Galicia carecen del terreno suficiente para sembrar el futuro. El agricultor Tino Fernández emigró a Alemania con diecisiete años. Pasado un lustro largo, regresó, se casó con Josefa Feijóo y comenzó a trabajar dos hectáreas con un tractor. Tres décadas después cultiva 70 hectáreas, de las cuales dos terceras partes son en régimen de alquiler, tiene tres hijos y seis tractores. «Traballando moito, a pataca deixa algo», resume con una expresión críptica su cuenta de resultados. La mecanización es imprescindible porque reduce costes, pero sólo es rentable la inversión «cando tes máis de 40 hectáreas», puntualiza otro pataqueiro de la comarca, Jaime Gil. Porque el minifundio es sinónimo de penurias. El cultivo del tubérculo sufrió en Galicia un shock durante los años setenta. En el período 1973/77, se destinaban a la producción de patatas más de 200.000 hectáreas, mayoritariamente en fincas pequeñas y con nula capacidad para entrar en los canales de distribución profesionales. Veinte años después, la extensión de terreno dedicado a la patata no pasa de 40.000 hectáreas. Esta cifra se ha mantenido estable desde el 2001, porque la mayoría de las explotaciones que quedan se ajustan mejor que peor a los requisitos de mecanización y extensión imprescindibles para ser rentables, a pesar de que las dificultades no desaparecen. Confundir al consumidor Los pataqueiros necesitan vender dieciséis kilos del tubérculo para tomarse un café. Las variedades que no se acogen a la denominación de origen Patata de Galicia se pagan este año en torno a los siete céntimos de euro por kilo. La competencia está en los campos de Castilla y Extremadura, parte de cuya producción se transporta a la comarca ourensana y se comercializa con una etiqueta trampa para el consumidor: «Patata envasada en A Limia -denuncia otro cosechero-. Cando as metes na pota e cócelas e cócelas pero non se desfán, é cando a xente se da conta de que non é pataca de eiquí». La comarca de A Limia representa el 75% de la producción total de tubérculo comercializado bajo la denominación de origen Patata de Galicia, creada a finales de los noventa, y cuyo envasado garantiza una calidad al consumidor. A diferencia de la carne o el marisco, la patata es guarnición, por lo que la acogida de una marca propia y a mayor precio se consolida a fuego lento.