De la capital de la lluvia a la ciudad de la niebla por 100 euros

Nacho Mirás ENVIADO ESPECIAL | LONDRES

GALICIA

PACO RODRÍGUEZ

Dos horas de vuelo y 50 minutos de tren separan la capital de Galicia de la de Inglaterra

11 abr 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

Cita para recordar en la historia de la aviación en Galicia: la primera salida de un vuelo de bajo coste desde un aeropuerto gallego. Y allá que nos vamos, el que suscribe y un fotógrafo. Vuelo RYR 8379, Lavacolla-Stansted. En la cola, los sospechosos habituales de cualquier cola. Reyes Pérez y Antonio Lomba, ella de Vigo y él de Ourense, van a Londres a hacer compras y a ver a los amigos, porque durante un tiempo vivieron en la ciudad de la niebla. «Es una pena que no hubiera esto cuando estábamos allá», se lamentaba ella poco antes de recibir una tarjeta de embarque que parece la entrada de un concierto. No hay nombre, sólo un número. Entre tasas, pitos y flautas, el vuelo para los dos les salió redondo en cien euros. Superado el férreo cacheo de metales de la terminal compostelana, donde pitan hasta las muelas, pasamos a la zona de embarque. La puerta de Ryanair está al fondo. No hay pasarela ni autobús porque, en el bajo coste, cada pasajero se embarca por su propio pie. Nos colocan en dos colas. En una, del 1 al 65; en la otra el resto, hasta 118. Una muchacha se lamenta por teléfono: se ha pasado seis kilos en el equipaje y le han cobrado el sobrepeso -el del equipaje- a precio de nécora. En las aerolíneas baratas el kilo de pantalones tampoco sale a cuenta. Por fin, anuncian la llegada del vuelo que viene de Londres, que será recibido por una agrupación folclórica. Y hace su entrada un flamante Boeing 737-800 del trinque. Desembarco rápido con gaiteiro a pie de pista. Ei, Carballeira. El embarque es casi igual de veloz: en 25 minutos la aeronave tiene que estar lista y aseada. Los asientos no están numerados, culos a discreción. En la cola, las instrucciones se dan a viva voz, que sale más económico. Embarcamos hablando sobre lo mal que lo han pasado Carlos y Camila. Sntados y abrochados los cinturones, un tripulante de cabina reparte menús: hamburguesa, 5 euros; bocata, 3,50; agua de medio litro, 2,50. Si quieres ver Shrek 2 en DVD, 5 euros, como la hamburguesa, y dura bastante más. Lo más caro del bar es una botella de champán Pommery que cuesta 14 euros. Si aún fuera la última copa... Viaje animado En primera fila viajan tres señoras talluditas que interrogan a las azafatas y que ya no pararán de hablar hasta Inglaterra: «Lo que yo te diga, que Santiago está más céntrico». Otra le discute: «Pues en Coruña, porque no invierten...». El inglés ubicado detrás del trío nos hace gestos como diciendo que tiene la cabeza hecha un bombo por el palique de las mujeres y nos recuerda que cambiemos la hora, una menos en Londres. Atendidas las instrucciones sobre tragedias -incluida una grabación que advierte de que el que fume podrá ser «procesado»- despegamos como la seda. La hora y cincuenta minutos se pasa volando, claro. El inglés de la cabeza como un bombo se gasta una fortuna en unas rifas que venden en el avión, la lotería benéfica Play and Help. Aunque podría ganar un coche, no le toca nada. En el avión compramos los billetes para el Stansted Express (32 euros), que nos llevará desde el aeropuerto a la céntrica Liverpool Street en 50 minutos. Entre mirar por la ventanilla y escuchar a las del bombo, anuncian el aterrizaje inminente. El Boeing toma tierra suave a las 3.50, hora local. Al bajarnos del avión se confirman nuestros temores: no hay gaiteiros esperando, sólo un policía pelirrojo que, sonriente, nos pide la documentación. Stansted, bonito y funcional. En clave de güisqui, podríamos decir que salimos de la tierra del 100 Pipers para llegar a la del Passport. Pero estamos en Londres, y ha salido barato, aunque no nos toquen la gaita.