
Un efecto óptico relacionado con el solsticio de verano que no se producía desde hace 18 años hizo que anoche el satélite terrestre pareciera mayor y más cercano de lo habitual
22 jun 2005 . Actualizado a las 07:00 h.Poetas y astrónomos se pusieron de acuerdo anoche para dirigir sus miradas al cielo y ser testigos de un fenómeno a medio camino entre el romanticismo y el enigma científico. Poco antes de las once de la noche, la Luna hizo su aparición y se mostró ante sus admiradores plena y aparentemente más grande que nunca, dando la sensación de estar casi al alcance de la mano. La explicación hay que buscarla en la conjunción de varios factores que no se daban desde hace dieciocho años y que permitieron disfrutar ayer de un gran espectáculo. Según explica el director del Observatorio Astronómico de la Universidad de Santiago, José Ángel Docobo, el solsticio de verano, que se produjo hace dos días, hace que la Luna esté durante la noche en el punto más bajo del horizonte, lo que los especialistas llaman declinación mínima. Si a esto se añade que ayer era día de plenilunio y que el cielo estaba completamente despejado, el resultado es el que se pudo ver anoche: una Luna que parecía inmensa. Pero sin serlo. Porque el disco lunar que ayer aparentaba ser enorme y con un diámetro mucho mayor de lo habitual, tenía exactamente las mismas dimensiones que cualquier otro día de luna llena, aunque deformado por lo que los astrónomos llaman ilusión lunar. En efecto, el hecho de que el satélite terrestre aparezca en el horizonte más bajo de lo habitual hace que el ojo humano lo vea más grande de lo que es en realidad, al tomar como referencia los edificios o los árboles que se encuentran el campo visual. Hay otras teorías alternativas para explicar el fenómeno, pero lo cierto es que si se dispone de un instrumento adecuado para medir con precisión el diámetro de la luna, es fácil apreciar que es siempre el mismo. Una forma menos científica, pero igualmente eficaz, para verificar el efecto óptico es comparar el tamaño aparente de la luna cuando se contempla a simple vista y cuando se elimina el contexto observándola a través de un cilindro de cartón o de papel. Como resume Docobo, la cuestión es que «el ojo humano no es un buen receptor para apreciar este tipo de fenómenos, porque lo que vemos no sucede realmente, y lo que realmente sucede no lo vemos». Un misterio, o, si se prefiere, una incógnita, que viene a sumarse a las mil y una leyendas asociadas la luna y que todavía permanecen muy arraigadas en el imaginario popular. Sobre todo en una época del año en la que reviven viejos rituales paganos vinculados al culto a la naturaleza, como las hogueras de San Juan o los baños nocturnos en la playa de A Lanzada para garantizar la fertilidad femenina. Todas las culturas cuentan con mitos similares sobre la Luna, en muchos casos vinculados a variaciones en su apariencia que resultaban inexplicables para las culturas primitivas ajenas al conocimiento de la astronomía. Algunas de estas creencias ancestrales han pervivido hasta nuestros días, como la que relaciona los partos con los ciclos lunares o, en un sentido más amplio, con los trastornos de la personalidad. Más allá de la leyenda del hombre lobo, asociado para siempre al plenilunio, la creencia popular dice que en las noches de luna llena son más frecuentes los crímenes violentos y es más fácil que las personas adopten comportamientos extraños; de ahí la denominación de lunáticos. Poco importa, en este caso, que las evidencias científicas digan lo contrario. Afortunadamente, la Luna también ha servido causas más nobles, como la inspiración de artistas y poetas. Y el recuerdo imborrable de Neil Armstrong posando el primer pie humano en el satélite terrestre es una prueba más de la fascinación que despierta y que ayer fue más grande que nunca. Aunque fuera mentira.