Miles de personas vibraron en la ría de Arousa con el desembarco más bestial del calendario festivo Convertirse en un salvaje por unas horas es la mejor manera de vivir la Romería Vikinga
07 ago 2022 . Actualizado a las 21:26 h.¡Qué dura es la vida del vikingo, por Thor! La única manera de saber qué se siente protagonizando la fiesta más bestial de Galicia, la Romería Vikinga de Catoira, es convertirse en uno de los salvajes que ayer recrearon el desembarco bárbaro justo donde el río Ulla endulza la ría de Arousa. Por testigos, miles de personas apelotonadas frente a los restos de las Torres do Oeste. ¡Qué bravura, por Odín! ¡Qué aventura, por Frey! ¡Qué resaca, por... favor! Ya de perdidos, al Ulla, así que no queda otra que meterse en el papel. A nuestro lado, los marines americanos son unas colegialas. Como al que madruga Thor le ayuda, como dice el viejo refrán vikingo, pisamos Catoira a las nueve, que es una hora prudente para una invasión. No nos aguarda Eric el Rojo, ni Olafo, ni siquiera el legendario jefe Halvar, padre del célebre Vickie. Nos ponemos a las órdenes de Emilio López, patrón del drakkar con el que, en pocas horas, conquistaremos Catoira. Emilio nos desvela un secretillo de la embarcación: un pequeño motor fuera borda que ayuda a que el cascarón se mueva. «¡Porque xa verás qué tropa, aquí non da un remo nin Cristo!». Qué emoción. Lo del motor que quede entre nosotros. El casco me viene pequeño y con los cuernos no sé, como que no me veo. Tiene razón Emilio, menuda tropa. Pasan de las diez cuando embarca el resto de la tripulación. Con los litros de vino que llevan por dentro y por fuera, prácticamente todos son inflamables. El embarque es terrible, porque hay overbooking de bárbaros y Emilio se niega a zarpar con más salvajes a bordo de los legalmente estipulados. Después de una dura pelea verbal, el patrón desiste: «O ano pasado igual, sempre co mesmo conto, joder!» El taco no es muy vikingo, pero sí marinero y expeditivo. Junto al drakkar, un viejo arenero reconvertido en galeón, con mucha más capacidad que el nuestro, completa una flota de la que también forma parte un tercer barco, el Ellen Dubh, capitaneado por el irlandés John Rogers y llegado especialmente desde la tierra de la cerveza negra para la ocasión. El Ellen Dubh es de poliéster, pero eso desde tierra no se ve. Para llegar a Catoira, los veinte irlandeses que forman la tripulación se han tragado una dura travesía en ferry y en tráiler desde la ciudad de Ardglass. Todo listo para zarpar. El patrón parece sereno, que no es poco. Llevamos sobrepeso. «¡A ver, atendede!», dice la voz ronca de un temible guerrero. Y atendemos, por Odín. El guerrero cambia el tono, se dulcifica y, amaneradamente, explica: «Se informa a los señores pasajeros de que debajo de sus asientos tienen ustedes unos chalecos....» El despiporre es tal que la explicación no termina. Un bárbaro interrumpe: «¡Señorita, señorita!, ¿onde está a bolsa para jomitar?». Estamos navegando. Como la tropa no está por remar, y ante las duras discusiones que tratan de esclarecer si estribor es la izquierda o la derecha, Emilio echa a andar el motor y damos vueltas por la ría. Nos exhibimos y hacemos tiempo hasta la hora más esperada: el desembarco. Como somos vikingos, cantamos canciones vikingas y brutales que le ponen al enemigo los pelos de punta: «¡Soy capitán, soy capitán, de un barco inglés, de un barco inglés, y en cada puerto tengo una mujeeer!» Ya, no acojona, pero es lo que hay, los vikingos no iban al conservatorio. A pecho partido, las treinta y ocho bestias coreamos otra: «¡Alabaré, alabaré, alabaré, alabarééé, ala-barééé a mi señoooor!». Menudo ejército de seminaristas. Durante el recorrido, el grito de guerra suena así: «¡Úr-su-la! ¡Úr-su-la!». No veo a Úrsula por ninguna parte, pero me imagino a los de Catoira pidiéndole a Dios por sus vidas y por sus hijas. Alto a la Guardia Civil En pleno desgarro guerrero, un incidente. ¡Nos para la Guardia Civil! Palabra. Se nos pega una lancha y nos dice que no podemos continuar. -La orden de la Delegación del Gobierno dice que tienen licencia para un barco y para veintisiete personas. Emilio no sabe qué cara poner. ¡La Guardia Civil dándole el alto a un drakkar lleno de terribles bárbaros! ¡Dónde vamos a ir a parar, por Thor! «Es lo que dice la Delegación del Gobierno», insisten. Los guerreros gritan y los tres guardias, en inferioridad numérica evidente, prefieren no meterse en camisas de once varas. Tras una llamada deciden que podemos continuar; las invasiones ya no son lo que eran. Vuelven a escucharse gritos guerreros como ése, duro y atronador, que dice: «¡Qué pasa neeeeeennn!». Viene de la proa, que queda por delante. A lo largo del trayecto, más gente se ha apostado en las orillas para vernos desembarcar. Hacemos que remamos, pero el sentido del ritmo es tan lamentable que es posible que acabemos en el fondo. Desde tierra vuelan los foguetes. Después de rodear la Illa do Rato, enfilamos la orilla. Los corazones palpitan al unísono, no como los remos. Lo que viene después es el éxtasis vikingo. Saltamos a tierra como salvajes y nos fundimos en una terrible orgía de agua, fango y vino tinto. Nos retratan. Bebemos por el cuerno. Gritamos. Secuestramos mujeres. La gente ser ríe porque no sabe de nuestra naturaleza animal. Finalmente, decidimos hacer el amor y no la guerra y entregarnos a una fiesta de las se curan en cama. ¡Qué bárbaro, por Odín!