El año en que pudimos perder el Estatuto

Xosé Luís Vilela REDACCIÓN

GALICIA

Entre 1979 y 1980, Galicia estuvo a punto de quedar relegada y con una autonomía de tercera división La reacción de los gallegos venció los recortes impuestos por Madrid

09 dic 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

1.¡Aldraxe, aldraxe! Hace ahora 26 años, por estas mismas fechas, Galicia estaba muy enfadada. En las calles se respiraba un ambiente parecido al que vivimos hace poco con el Prestige, pero su raíz era muy distinta. O no tanto. En el fondo, se expresaba el mismo sentimiento de menosprecio y abandono. Y el principal argumento del agravio también era la disconformidad con los políticos en el poder. Entonces, en las manifestaciones callejeras no se gritaba "¡Nunca máis!", sino "¡Aldraxe, aldraxe!". ¿Qué estaba pasando? El ultraje se había originado nada menos que en el Congreso de los Diputados, a las ocho de la mañana del 22 de noviembre de 1979. El proyecto de Estatuto que había entrado en la Cámara el 28 de junio salía trasquilado y disminuido, dispuesto para colocar a Galicia en la tercera división del nuevo Estado de las Autonomías. Hasta ahí podíamos llegar. Un inmenso balbordo comenzó a gestarse en los ambientes políticos, en las redacciones de los periódicos y en las calles de las principales ciudades, hasta llenarlo todo y estallar en las multitudinarias manifestaciones del Catro de Nadal. Decenas de miles de personas tomaron las calles de Vigo, A Coruña, Santiago y todas las demás ciudades gallegas, para reclamar para un poco de consideración con Galicia. Precisar cuántos se manifestaron es prácticamente imposible, porque donde los organizadores contaban 150.000, la autoridad gubernativa sólo veía 25.000. Pero, en todo caso, las protestas fueron tan numerosas y generalizadas que nadie pudo ignorarlas. Ni siquiera el partido mayoritario en Galicia, la gubernamental UCD, que se dividió y empezó a labrarse su desgracia. 2-¡Retirada, retirada! A la Unión de Centro Democrático le había tocado pilotar la transición. Nada menos que pasar del Estado totalitario a la democracia. Y no era un camino de rosas, sino un tortuoso paso de montaña al borde siempre del abismo. Detrás, empujando, una juventud ansiosa de cambio, de libertad, con una parte muy activa que no pasaba por menos que por la ruptura. Delante, inamovibles y furiosos, aquellos que llamaban los poderes fácticos, encabezados por un dragón amenazador que vigilaba a la sociedad civil y cortaba continuamente el paso y la respiración con sus exhalaciones de fuego. La Constitución ya estaba en vigor, pero era todavía lactante y débil. Catalanes y vascos habían negociado y aprobado sus estatutos de autonomía, y los gallegos, un poco rezagados, preparaban el suyo. Habían comenzado el 16 de diciembre de 1978, con la constitución de la Asamblea de Parlamentarios de Galicia. De ella salió el encargo de redactar el Estatuto. Se encomendó a la llamada Comisión dos Dezaseis, un grupo plural, abierto a fuerzas extraparlamentarias. La mitad de sus integrantes eran de UCD; el PSOE y Alianza Popular tenían dos miembros cada uno, y el PCG otro. Los representantes de grupos no parlamentarios provenían del Partido Obreiro Galego, del Partido Galeguista y del Partido do Traballo. Allí había nombres que hoy siguen siendo relevantes en Galicia y todos ellos hicieron un buen trabajo. Sin embargo, en el tramo final llegó el jarro de agua fría. Desde Madrid, UCD imponía una notoria rebaja. El Gobierno de Suárez entendía que ya era bastante con dar autonomía a las otras dos nacionalidades históricas, y que las demás (Galicia en primer lugar) debían reducir notoriamente sus competencias y ponerlas a disposición del Gobierno central. 3-Bajarse los pantalones Lo expresó gráficamente el socialista Xosé Luís Rodríguez Pardo, entonces secretario general del PSOE gallego, en una sesión de la Comisión Constitucional que revisaba en el Congreso el texto entregado por los Dezaseis: -Los gallegos, conjuntamente, que éramos los que debíamos combatir por nuestros derechos y por nuestra propia identidad, sencillamente, y no quiero hacer eufemismos con estas palabras, estamos bajándonos los pantalones. -Será él quien se los baja -respondió el centrista José Quiroga, que entonces era el presidente de la Xunta preautonómica. Emilio Attard, presidente de la comisión, intervino para imponer orden y respeto: -Quisiera, señorías, que no se degradase la terminología parlamentaria en esta sesión. -Perdón, señor presidente -contestó Rodríguez Pardo-, me subo enseguida los pantalones. Y así fue. Aunque llevó su tiempo. 4-Del bloqueo al desbloqueo La Comisión Constitucional aprobó el texto del Estatuto, convenientemente modificado a la baja, en el amanecer del 22 de noviembre de 1979, después de verse obligada a parar el reloj, porque se pasaba de plazo. Lo despachó con los 17 votos de UCD a favor y los 15 de los restantes miembros en contra. La divergencia fundamental, la bajada de pantalones, la aldraxe, estaba en el artículo 37,4 y en la famosa Disposición Transitoria Tercera, apartado 2. Las competencias que podía asumir Galicia dejaban de ser exclusivas, y quedaban a lo que determinasen las leyes orgánicas del Estado. Es decir: el Gobierno central podía ceder o no ceder, dar o quitar, tutelar o cambiar cualquier decisión que se tomase en Galicia. Inaceptable. Incluso en UCD se levantaron voces airadas. La carrera política de José Luis Meilán Gil giró abruptamente porque no se avino a las componendas de su partido y puso por delante los intereses de Galicia. Francisco Vázquez encabezó el movimiento autonomista en el PSOE y Anxo Guerreiro se empleó a fondo desde el PCG para que todos los demás pasaran de los lamentos a la acción. Alianza Popular entonces estaba tibia, pero Xosé Luís Barreiro la metió de cabeza en las negociaciones. El Partido Galeguista y Realidade Galega exigieron el más alto techo competencial para Galicia. Y así todos. Todos, menos los nacionalistas del PSG y del BN-PG. La fuerza matriz del Bloque, la UPG, consideraba insuficiente cualquier estatuto que tuviese que someterse a las Cortes, y coreaba en sus manifestaciones: "Estatuto, nunca máis; Bases constitucionais". Lo cierto es que Meilán y los galleguistas de UCD jugaron fuerte y obligaron a Adolfo Suárez a abrir las puertas del arreglo. El presidente del Gobierno lo adelantó en su discurso de respuesta a la moción de censura que le planteó el PSOE en mayo, y lo perfiló con los centristas gallegos durante su veraneo en la finca Atlántida, de A Lanzada. Francisco Vázquez, recién elegido secretario general del PSOE gallego, llevó a cabo la misma labor de convencimiento ante González y Guerra. Los dos grandes partidos aceptaban desbloquear la situación. Era imprescindible que la solución partiese de ellos, porque hay quien sostiene que las direcciones de los dos grandes partidos también habían pactado antes en secreto el bloqueo. Unos dicen que por intereses del reparto del poder. Otros, que por miedo al dragón. 5-Los verdaderos salvadores Sea como fuere, ni la UCD gallega (al menos, una parte) ni los socialistas de Galicia se plegaron en aquella ocasión a los designios de Madrid. Y así se llegó a las negociaciones que dieron lugar al Pacto del Hostal. Los representantes de UCD, PSOE, AP, PG y PCG se reunieron por primera vez el 13 de septiembre de 1980, para buscar la fórmula que permitiese eliminar la Transitoria Tercera y asegurar para el Estatuto gallego la misma altura que habían alcanzado las otras dos nacionalidades históricas. Las reuniones fueron un poco multitudinarias, pero funcionaron. El acuerdo se alcanzó el día 29 y se rubricó en el salón de san Marcos del Hostal dos Reis Católicos. Poco después, el 22 de octubre de 1980, la sesión conjunta de la Asamblea de Parlamentarios de Galicia y la Comisión Constitucional aprobaba el nuevo Estatuto, sin las limitaciones impuestas anteriormente. Galicia había perdido once meses, pero había ganado un futuro de dignidad y autogobierno. La alegría era desbordante. Todo estaba listo y ya podía llevarse el texto a referéndum. Entonces vino el gran chasco. La campaña, con lemas tan sugerentes como "Anque chova, vota", fue un despropósito. Y el resultado, un desastre. Fue afirmativo, cierto, pero sólo acudieron a las urnas 616.000 gallegos. Más de 120.000 votaron no; 40.000 sufragios se depositaron en blanco o se consideraron nulos, y apenas 450.000 personas eligieron la papeleta que decía sí. Esos 450.000 gallegos son los verdaderos padres del Estatuto. Qué habría sido de nosotros sin ellos.