
Nunca se ha subvertido tanto el principio de armonización como con la norma que pretende ahogar la competencia y aprovecharse descaradamente de los trabajadores
19 feb 2006 . Actualizado a las 06:00 h.Un fantasma está recorriendo Europa. Se llama directiva de liberalización de servicios, aunque, en honor del ex comisario holandés que la creó, Frits Bolkestein, empieza a ser identificada como directiva Frankestein. Claro: es un engendro. Escudándose en la necesidad de armonizar los mercados europeos, y entendiendo a su manera el principio de la libre circulación de personas, mercancías y capitales, Bolkestein propone eliminar cualquier traba a la libertad de iniciativa. Muy bien. Lo malo es que, para evitar que una empresa tenga que hacer frente a distintas legislaciones sociales dentro de la UE, se le ocurrió que podría acogerse a la del país de origen y exportarla a donde quisiera. Así, por ejemplo, una empresa de un Estado poco desarrollado podría abrir sedes en Londres o Vigo y aplicar a sus trabajadores las condiciones laborales y salariales del lugar de origen. Es decir: un ciudadano alemán tendría los gastos de Múnich, pero cobraría como en Lituania. Cualquiera en su sano juicio pensará que nadie podría tomar en serio una propuesta tan peregrina. Pero se equivoca. Bolkestein fue superando peldaños hasta llegar nada menos que al Parlamento Europeo. Menos mal que la presión de los sindicatos hizo reconsiderar su voto a algunos grupos, y el proyecto fue modificado. Pero sólo en parte. Desapareció del articulado el principio del país de origen -la gran amenaza-, aunque deja resquicios para que pueda aplicarse algo parecido: los Estados podrán poner límites a la competencia desigual por razones de salud pública o de seguridad, pero no con objeto de salvaguardar los derechos de los trabajadores. Así que Frankestein está ligeramente conmocionado, pero aún puede hacer mucho daño. Salvo que en la cumbre de marzo los dirigentes europeos le den la puntilla. Si no es así, iremos de mal en peor. Los proeuropeos aspiramos a que los países menos favorecidos se igualen a los más desarrollados. No al revés. Los que defendemos la armonización propugnamos el mismo techo para todos, no la demolición de la casa y la supervivencia a la intemperie. Así que más Europa... y menos fantasmas, por favor.