
Los argentinos, especialmente los habitantes de Buenos Aires, acostumbran a decir que ya nada les puede sorprender. Pero la nieve lo consiguió. Copos cayendo sobre el Río de la Plata, los bosques de Palermo cubiertos por un manto blanco y el mismísimo Obelisco azotado por la nieve y el viento convirtieron el día de la independencia argentina, 9 de julio, en una jornada insólita. En medio de la ola de frío que barre el país desde hace días, una masa de aire antártico en las capas bajas de la atmósfera, sumado a una borrasca procedente de Los Andes, provocó una inusual nevada pese a las fechas invernales. Hubo que recurrir a los libros de historia para encontrar una postal similar. Fue en junio de 1918. Entonces los periódicos compararon la capital argentina con París o Londres. Como entonces, la población también salió a festejar. Con bailes y cánticos futbolísticos dedicados a la nieve, miles de porteños saludaron un fenómeno que transfiguró Buenos Aires en Bariloche. Hubo quien se heló bajo la nieve en bañador. Otros agitaban tablas de snowboard mientras se construían muñecos para la foto y el vídeo. Pero la realidad advierte de los riesgos del frío. Persisten los problemas energéticos que mantienen al país al borde del colapso eléctrico y trascienden datos trágicos: tres personas fallecieron por hipotermia en los últimos días.