La pericia de los funcionarios de Vigilancia Aduanera, clave para los éxitos de ?la lucha contra el desembarco de cocaína, está a punto de perderse sin remedio
01 feb 2009 . Actualizado a las 02:00 h.«Lo ideal es intervenir el barco nodriza. Si no se puede, la operación se complica». La frase queda suspendida en la atmósfera de un despacho del edificio de Aduanas de Vigo. A un lado cuelgan fotografías de los cazadores: lanchas, helicópteros, barcos... Al otro, las de los cazados: planeadoras y pesqueros con su correspondiente anotación en un pósit: «1.500 kilos de cocaína». En una de las esquinas, una mesa de gran tamaño sobre la que se colocan cartas marítimas que han frustrado la introducción en Galicia de toneladas y toneladas de coca. Estamos en uno de los templos del Servicio de Vigilancia Aduanera (SVA), donde se trabaja contra el narco las 24 horas.
Sobre las cartas aún están marcados a lápiz los objetivos de la última operación: «El mar es muy grande», aclara el titular del despacho, un marino veterano con aspecto de comisario de novela negra que se ha dejado las pestañas interpretando los pequeños círculos con la anotación de la hora de avistamiento: «A las 00.40 le localizamos aquí -evoca, mientras señala un círculo en medio del Atlántico-, pero el helicóptero no puede volar eternamente. Mientras va a repostar y regresa, la planeadora, a una velocidad de 50 nudos, ha podido moverse casi doscientos kilómetros, pero ¿hacia dónde?». Las cartas marítimas no pueden responder a esa pregunta. La intuición y la experiencia de décadas de navegación y persecución del contrabando, sí. Así que la planeadora cayó. Y con ella, tres mil kilos de coca, un alijo de tantos que en la DEA hubiera supuesto un ascenso inmediato.
Respuesta inmediata
«Lo que nos singulariza es nuestra capacidad operativa; el hecho de que podamos ofrecer una respuesta rápida, inmediata, en cualquier momento, por tierra, mar y aire. Eso solo lo podemos hacer nosotros porque tenemos el personal y los medios». Esa es la divisa del SVA, un cuerpo que en Galicia se fajó contra el tabaco de contrabando y desde hace un par de décadas se dedica a frenar como puede la marea blanca. Están repartidos en barcos, aviones, lanchas, helicópteros, patrullas terrestres, grupos de investigación. Casi 300 agentes a la caza del narcotraficante.
El dueño del despacho nunca se ríe. Acepta el envejecimiento del cuerpo, que se ha ido haciendo veterano sin muchos recambios. Además, comenta, los que llegan son de otra pasta, gente que no conoce el mar, aunque se hayan licenciado en Náutica. Él forma parte de la última generación de marinos vocacionales, que nacieron al lado del mar y sobre cuya experiencia se apoyan los trofeos que cuelgan de la pared. Ahora están más alerta que nunca: «Por la crisis», explica.
-¿Se trafica más en tiempos de crisis?
-No. Pero hay más dificultades, y si un pesquero tiene problemas económicos es más fácil que caiga en la tentación y acepte una oferta que de otra manera rechazaría.
El observador aéreo, que patrulla desde el helicóptero, debe afilar más la mirada, preguntarse si el pesquero que avista desde el aire está donde debe estar, calibrar la sospecha, cruzar información: «No es normal que se detecte un objetivo en una patrulla rutinaria, aunque a veces ocurre. No es normal que una planeadora con cinco motores esté pescando calamares a las cinco de la mañana. Lo habitual es que una intervención se produzca tras una investigación». Pero de un cabo se saca un hilo y del hilo, la madeja. La experiencia, una vez más, es clave para distinguir de qué cabo tirar.
La caída de Oubiña
¿Celebran los éxitos? Los dos funcionarios se miran con cara rara, como si les hubiera preguntado si les gusta el arroz con leche: «Bueno, si las cosas salen bien, hay un buen ambiente. Pero es tu trabajo. Lo haces y te vas a casa pensando que hiciste un bien a la sociedad».
-Pero de algo estarán especialmente orgullosos.
El marino con aspecto de comisario piensa un minuto y esboza la primera sonrisa de la mañana: «La detención de Oubiña estuvo bien». Tras el relato, concluye que hubo algo de suerte al localizar al narcotraficante en Vigo, casi por casualidad, tras una noche infernal jugando al gato y al ratón, con planeadoras apareciendo y desapareciendo de la nada. Al final, una batida rasante de un helicóptero hizo aflorar todo el alijo. El premio gordo cayó por la mañana, con el encontronazo con Oubiña, teléfono en mano, junto al estadio de Balaídos. ¿Una suerte?
-Sí, pero la suerte llega normalmente después del trabajo.