El año 1959 puede considerarse como el punto de partida de un éxodo que llevó a trabajar a la Confederación Helvética a decenas de miles de gallegos
20 mar 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Es difícil marcar un punto de partida exacto de la emigración gallega a Suiza, sobre todo porque no lo hubo. Al principio, finales de los cincuenta, solo era un goteo. En los sesenta, un orballo miúdo . En los setenta, un diluvio.
Sin embargo, los expertos marcan 1959 como año de inflexión. Un estudio publicado en el Ministerio de Educación y otro en la Fundación 1.º de Mayo, ambos sobre las migraciones españolas, citan precisamente 1959 como el del arranque, sobre todo por la firma de dos acuerdos entre España y Suiza. Uno, sobre los seguros sociales, que garantizaba a los trabajadores españoles una mejor cobertura social, y otro, de 14 de abril, que suprimía los visados entre ambos países.
La maquinaria humana comenzó a moverse. Tanto, que el 2 de marzo de 1961 se firmó un importante tratado bilateral que reguló, entre otros, esos flujos laborales, como explica desde la Universidad de Zúrich Luis Calvo Salgado, gran experto sobre la emigración española, inmerso en la preparación de un libro que a mediados de año editará el Ministerio de Trabajo sobre esta parte de la historia, en la que el Instituto Español de Emigración tuvo tanto que ver.
Sería también en el 62 cuando las autoridades y empresarios suizos crearon, en la estación ginebrina de Cornavin, una especie de oficina de reclutamiento de emigrantes. Muchos ya llegaban con contrato, pero otros no, y el crecimiento económico helvético precisaba mano de obra. Cornavin fue, para los gallegos, como la isla de Ellis para los irlandeses que arribaban a la costa este americana. Allá desembarcaban del tren de Irún, se sometían a la revisión médica, los esperaban patrones, amigos o familiares, comían y descansaban en los bares de su plaza, muchos de ellos regidos por gallegos, especialmente de Ourense.
Y desde Ginebra, los emigrantes se espallaban por toda Suiza, en función de los contactos o de las necesidades. La mancha azul y blanca inundó la verde centroeuropea. El retorno masivo de los últimos años ha cambiado el panorama, pero es raro que hoy en día quede una comuna sin gallegos. Incluso más allá: todos los emigrantes españoles de Liechtenstein son gallegos, y casi todos, de la Costa da Morte, principal comarca española emigrada a Suiza. «Chegabamos ao espello de Europa, como dicían daquela. Todo estaba perfecto, en orde, limpo. Non se tiraba unha colilla, non se podía escupir no chan», recuerda Antonio Otero, de Tordoia, veterano de aquellos primeros tiempos. Pedro Hombre, de Malpica, presidente de la Federación de Sociedades Galegas en Suíza, recalca que los inicios fueron muy difíciles, porque muchos llegaban sin la más mínima formación, lo que dificultaba su integración. Y añade que la historia de la emigración gallega en Suiza, prácticamente sin contar, está cimentada en muchos sacrificios. Nada que ver, insiste, con la bucólica imagen que trasladan películas como Un franco, 14 pesetas (hoy 1 euro son 1,5 francos).
Esa historia se dibuja con miles de pequeñas historias. De eternos viajes en coche de hasta 30 horas (hoy, hay quien emplea solo 15). De autobús (Vimianzo se conecta tres veces por semana con Zúrich), y de taxi. De desarraigos familiares, cuando los hijos se criaban en Galicia. De la adaptación a urbanismos distintos (trasplantados con suerte desigual a la tierra de origen, gracias a las casas que fueron construidas con los dineros de la emigración), a lenguas diferentes, a otras costumbres sociales. De aquellas generaciones han surgido las segundas y con ellas, en algunos casos, actores famosos, científicos, futbolistas de primera, misses, cantantes, profesionales cualificados, hasta la presidenta de un Parlamento, el de Ginebra. Ya es esta otra emigración.