Los residentes de la zona de pubs de Areal, en Vigo, han fundado una plataforma para luchar contra el barullo nocturno, cuyo eco se cuela por las cañerías de sus pisos
30 mar 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Los bomberos bautizaron como «efecto chimenea» al humo que asciende por el tiro de las escaleras. En pocos minutos, cualquier edificio se inunda de gases tóxicos. En la zona de pubs de Areal, en Vigo, los vecinos sufren otro tipo de efecto chimenea. El barullo nocturno se cuela por las cañerías de los edificios y el eco asciende hasta los pisos más altos. «El bum-bum de las discotecas se oye en la salida de gases del baño y te entran ganas de bailar por la noche», ironiza Eloy Mosquera. Este vecino necesita tomar pastillas para vencer al insomnio durante los fines de semana.
Es medianoche del sábado en la calle Inés Pérez de Ceta, ubicada en el barrio de Rosalía de Castro, uno de los más caros de Vigo. Los fines de semana, esa manzana es tomada por miles de adolescentes y estudiantes cargados de bolsas con licores. Una multitud sigue la misma ruta para hacer sus quedadas en la plaza da Estrela o del Nadador.
A las dos y media de la madrugada, toca la retirada del botellón. En su regreso a casa, cruzan las calles Pontevedra e Inés Pérez de Ceta. Algunos afectados por el alcohol se tambalean y se arrastran por las aceras. Otros se agarran a los contenedores de basura y se lamentan o gritan a sus camaradas de juerga. También hay quien aprovecha para aliviar su vejiga en alguna pared mientras sus amigos vigilan que no asome el coche patrulla de la Policía Nacional que hace su ronda por la manzana. Las pandillas que aún siguen con pilas guardan cola para entrar a goteo en los pubs de Areal a beber la última copa. Otros se suben a los taxis, que aparcan fuera de su parada y en doble fila, atraídos por la enorme clientela.
La calle está animada. Dos brasileñas con minifalda caminan apresuradas por la acera mientras parlotean, una hilera de estudiantes tiran unos de otros totalmente mazados y un trío de amigas pasea sin rumbo. Los locales están insonorizados por ley y el chunda-chunda nunca retumba en la calle, aunque haga vibrar las puertas. Pero cada vez que el portero cede el paso a un cliente, el bum-bum se escapa al exterior.
«Como una discoteca»
El peatón mira hacia arriba y observa que los edificios de la manzana tienen bajadas todas las persianas. Por algo será. Ese bum-bum ensordecedor sube a causa del efecto chimenea por el tiro de las cañerías del edificio número 7 de Inés Pérez de Ceta. El sonido o su eco se expanden por la salida de gases e inunda los aseos de las viviendas. «Por la noche, mi casa parece una discoteca», comenta Eloy Mosquera, harto de los ruidos nocturnos y miembro de una plataforma que pide tranquilidad para la calle.
Mosquera abre el armario-despensa del pasillo y comenta: «A diario, se filtra el olor de la comida, y los fines de semana, el ruido machacón de los pubs. Cuanto más arriba, más eco».
Este vecino, su esposa y sus dos hijas adolescentes se mudaron hace cuatro años al selecto barrio de Rosalía de Castro, en la manzana donde se concentra la movida viguesa. Las habitaciones que dan a la calle están blindadas con doble ventanal pero es inútil: «Toda la noche oímos gritos, pitidos, altavoces y bocinazos y peleas».
Eloy no tiene más remedio que tomar medicamentos contra el insomnio, que compra en una farmacia con receta. «Incluso con pastillas, a veces me despierto a las cinco de la madrugada porque a esa hora es un verdadero escándalo. Los pubs cierran y salen los clientes», dice, sentado en su cama y con dolor de cabeza. El uso de pastillas para combatir este estrés «es la prueba de que el ruido callejero causa un daño psicológico».
Las dos hijas de Eloy Mosquera evitan pasar las noches del fin de semana en casa y prefieren salir con sus amigas. Como reza la sabiduría popular, si no puedes con tu enemigo, únete a él. Eloy forma parte de una plataforma contra el ruido cuyo presidente, Javier Quintana, vive al lado. «En su casa, hay más ruido y ha llegado a medir 80 decibelios», afirma su vecino de escalera. Dicho nivel de contaminación acústica se halla al borde de la legalidad y equivale al ruido del motor de un camión de 200 caballos. Peor le fue a un inquilino que alquiló el primer piso, con ventanas a la calle. «Tuvo que marcharse porque le temblaba la cama».