Las facultades con menos alumnos viven la reforma como una oportunidad de frenar su decadencia y aprovechar su experiencia con grupos reducidos
11 oct 2009 . Actualizado a las 02:00 h.Campus de Ferrol, nueve de la mañana. Estamos en la Facultad de Humanidades, una de las más castigadas de Galicia por la falta de alumnos. No ha sido fácil convencer al decano para que me deje asistir a algunas de las clases y comprobar in situ cómo se ha articulado la reforma universitaria que aquí, y en otras facultades de toda Galicia, ha obligado a diseñar un nuevo plan de estudios para adaptarse a Bolonia.
El caso es que aquí estoy, a la puerta de un aula donde se va a impartir una clase de Historia Antigua de Roma para alumnos de segundo curso de Humanidades, los últimos que transitarán académicamente por el plan antiguo. Los nuevos, los de primero, ya están en plena reforma. Unos minutos después de las nueve aparece el profesor, el vicedecano, y los tres alumnos que esperan disciplinadamente a la puerta entran a clase.
Del aforo total de la asignatura no han venido hoy un alumno español y dos polacas con becas Erasmus que, hasta la fecha, han mostrado dificultades para seguir el hilo, pese a que la clase se imparte en castellano. Los tres que sí acuden se sientan en primera fila de un aula en la que caben unos 70 alumnos y que, para qué engañarnos, muestra un aspecto totalmente desangelado. Pero a nadie parece importarle el detalle. La sesión comienza con un somero repaso de la anterior. Se trata de conocer qué había en la península Itálica antes del Imperio romano y el profesor va haciendo preguntas sencillas a sus alumnos. En menos de diez minutos ya han intervenido todos. Algunos más de una vez.
Regreso al pasado
Excepto por el limitadísimo aforo y por un cañón de vídeo que proyectará media docena de transparencias en una pantalla, nada diferencia esta clase de las que yo tomé hace más de 25 años. Uno explica, el resto toman notas. La clase deriva hacia un texto de Dionisio de Alicarnaso sobre los orígenes de Roma del que extraemos nombres propios y gentilicios. El profesor pasea de la pizarra (convencional) a la primera fila. Tres pasos arriba, tres pasos abajo. Nada perturba la clase que tiene una duración de dos horas. Juan Luis Montero, el profesor, tiene el interés de los cuatro que le escuchamos y, cuando me doy cuenta, tengo en la libreta más notas sobre los etruscos y los enotrios que sobre el discurrir de la clase, que es lo que me interesa.
Poco después de las 10 abre un descanso y el único alumno varón baja a fumar un cigarrillo. Es de Padrón y está desplazado a Ferrol; no ha fijado en esta carrera futuras expectativas laborales: «Vengo a recibir cultura, a aprender a pensar». Y ya saca algunas conclusiones: «No sé quién ha hecho el nuevo plan, tal vez Bibiana Aído», dice mientras señala algunas asignaturas en el cartel pegado al ventanal. Tiene el dedo sobre una que se titula Antropoloxía e Xénero.
Cambio de clase
En un pispás estamos otra vez en el aula. Repasamos más pueblos, lugares y el tufillo helenocéntrico de los historiadores prerromanos. A las once, campanazo, libertad. Una buena clase de las de toda la vida. Y con el añadido de la exclusividad. El vicedecano de la facultad, un historiador de prestigio con excavaciones anuales en Siria, nos acaba de dar un poco de su conocimiento a tres estudiantes y a mí.
Bajo las escaleras para colarme en Informática Aplicada de primero. Bolonia a tope. En el aula de informática, amplia y luminosa, una veintena de alumnos atienden a un profesor que se pasea por la clase con tres microprocesadores en la mano. El alumnado es de lo más variopinto. Al menos cuatro cumplieron ya los 35. Algunos hace bastante tiempo.
Están matriculados indistintamente en Humanidades y Biblioteconomía, las dos titulaciones que ofrece la facultad. Bolonia y un plan de viabilidad los han llevado a un agrupamiento del primer curso. Todos están frente a una pantalla y un teclado que no usaremos en toda la clase (hora y media) porque el profesor nos muestra hoy qué hay dentro de un ordenador. La clase va rápida y es amena.
Nuevas dinámicas
El profe fomenta la participación y hace circular por las mesas discos duros y disqueteras hasta reunirnos junto a una placa base y mostrarnos cómo se montan esos elementos y por qué hacen lo que hacen. Cuando acaba, casi me siento capaz de montar uno. Ese será el ejercicio de la próxima clase. La que hemos vivido es expositiva, la siguiente, interactiva. Ahí reside uno de los cambios, la dinámica nueva.
En poco menos de cuatro horas ha quedado retratada una parte de la reforma universitaria. De la milenaria memoria de Dionisio de Alicarnaso a tocar con los dedos la de un pecé. De tres alumnos a veinte. Del pasado al futuro.