Visita al pazo de Vista Real, joya de la corona de los Charlines

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña VILAGARCÍA/LA VOZ.

GALICIA

La Voz entra en la finca que Charlín compró por 85 millones de pesetas en 1991 y que Hacienda tasa en dos millones de euros

17 oct 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Carretera PO-549 de Vilagarcía a Cambados. Concello de Vilanova. Parroquia de Caleiro. Lugar de Boutrín. Al vial da una reja en la que aparecen escritas las palabras Vista Real. Es la entrada del pazo de los Charlines que hace unos días sacó a subasta la Agencia Tributaria por dos millones de euros, sin que nadie se presentase a la puja. Las reales vistas ni se adivinan desde la carretera, pero si se asciende por el sendero de tierra donde hay un estanque abandonado en el que en otros tiempos nadaban peces de colores y los novios se hacían sus fotos de boda, se llega a la fachada del pazo, una casona solariega del siglo XVIII que domina toda la ría de Arousa y que perteneció a una de las grandes familias de las tierras de O Salnés, los Martínez de Orense, propietarios también de otro pazo solariego frente a la playa Compostela, en Vilagarcía.

Cuando el propietario falleció, repartió la propiedad entre sus familiares, y a principios de los noventa, Manuel Charlín Gama, que ya había amasado una interesante fortuna procedente -según más de una sentencia- del narcotráfico, negoció con varios herederos para adquirirles el pazo. No se hizo con toda la propiedad original; de hecho, la familia aún dispone de una parte, pero sí con la superficie de 24.244 metros cuadrados en la que se asienta el pazo y las 2,5 hectáreas de viñedos cultivados de los que todavía tuvo tiempo de vendimiar un par de cosechas antes de que todo ello fuese embargado por orden de la Audiencia Nacional.

Fue el 15 de noviembre de 1995 cuando la sociedad Vinícola de Sotomayor S.L., a la que pertenecía el pazo, pasó a manos del Estado. Ese mismo año ya se había intervenido también el pazo de Baión a Laureano Oubiña, en lo que fue una lucha emprendida por la Justicia contra los clanes gallegos iniciada entonces por Baltasar Garzón y que todavía continúa.

Estaba en obras

A Manuel Charlín y a su familia, como le ocurrió también a Oubiña, le cogió la intervención en obras, por lo que nunca llegó a establecerse en el pazo. Eso sí, le dio tiempo a iniciar una serie de reformas que no hicieron más que mancillar la estructura original del edificio, una construcción sobria y solariega a la que el vilanovés, contagiado por los aires de grandeza que entonces tenían todos los que se dedicaban al contrabando, quiso abarrotar de lujo y, de paso, de mal gusto.

No se molestó en pedir autorización para las reformas, por lo que la propiedad arrastra desde entonces un expediente por obras ilegales. Arrampló con todo el interior, e hizo traer de Holanda unas enormes vidrieras que colocó sin complejos en el salón, donde también hay una chimenea de piedra de cantería que tiene a ambos lados las figuras de dos niños que, según dicen, reproducen a dos nietos del patriarca. Tampoco tuvo reparos para coronar el tejado, al lado de las antiguas chimeneas, con unas modernas buhardillas. Cuando llegaron los agentes con los papeles de expropiación, sorprendieron al patriarca colocando unas farolas en todo el camino de acceso en las que figuran unos escudos de armas de dudosa procedencia.

La propiedad tiene, además, capilla, palomar, una pista deportiva, vestuarios y un edificio anexo donde vivían antiguamente los guardas. Aunque la Agencia Tributaria intentó mantener las instalaciones en un estado óptimo, lo cierto es que el abandono y los muchos temporales que azotaron la ría de Arousa fueron poco a poco deteriorando lo que todavía, a pesar de todo, sigue siendo uno de los rincones más hermosos de las benignas tierras de O Salnés.

Mantenimiento

Sin fondos para invertir en la propiedad, la Agencia Tributaria llegó a un acuerdo con un vecino del lugar para que la mantuviese en buen estado, dentro de sus posibilidades. A cambio, se le permitía cuidar las viñas y hacerse con las uvas que cada año maduraban en sus parras. Lógicamente, la hiedra creció por doquier, lo que, lejos de resultar negativo, consiguió devolverle a la fachada parte del encanto que tuvo en la antigüedad. Pero el interior sigue en obras, tal y como lo dejaron los Charlines cuando tuvieron que abandonar el pazo; también se halla en estado semirruinoso la casa de los guardas, la pista deportiva y los servicios exteriores. Lo mismo que la capilla, sobre la que destaca en un lateral un enorme Cristo crucificado al que le faltan las extremidades.

Todo ello no impide que, favorecida también por la burbuja inmobiliaria, el valor de la propiedad se haya multiplicado en los últimos años. Manuel Charlín pagó por ella 85 millones de pesetas (510.860 euros) en 1991. Casi veinte años después, la Agencia Tributaria la tasó en dos millones de euros.