Decenas de voluntarios mantienen vivo el recuerdo de los días en Galicia
13 nov 2011 . Actualizado a las 06:00 h.Mientras las imágenes de la costa de Galicia inundada de combustible daban la vuelta al mundo, Héctor Barco no pasaba de los veintidós años y era estudiante de Ciencias Ambientales en la Universidad Pablo de Olavide, en Sevilla. El joven vio las fotos y no lo dudó. Con otros compañeros viajó hasta Muxía y se puso a recoger chapapote. «En Muxía aprendí el significado verdadero de la palabra amistad», explica.
Fue una buena experiencia. Descubrió como los vecinos le abrían las puertas para que se cobijara, le llevaban la comida a la playa y le mostraban sensaciones que, quizá de otro modo, no habría podido descubrir. «Un día vi a una amiga rascar las rocas con las manos para retirar los restos de petróleo. Era algo que mostraba la rabia que tenía, la impotencia», dice. Ahora está en Irlanda. Trabaja en el Coastal and Marine Research. Y el paso por Galicia no lo olvida.
El relato que hace es una prueba de como la rabia, la impotencia y la emoción fueron sentimientos que se multiplicaron hace nueve años en toda la costa de Galicia.
Son pocos los que, al recordar, no interrumpen un segundo la charla, parados por una lágrima que les brota de repente y les resbala por el rostro. «Todos os días íbamos na lancha vixiando a ría», recuerda el marinero Nito Dios, que entonces estaba en la Plataforma en Defensa de la Ría de Arousa. Fueron muchos días de trabajo. Todo operaba igual que un engranaje en el que todos tenían un papel importante.
Unos repartían a los voluntarios por las playas; otros vigilaban por dónde entraba el vertido; había los que repartían bocadillos entre voluntarios o los que les hacían compañía las noches que durmieron en los pabellones. Cada uno tiene una historia. Relatos de lo que pudo haberse evitado y de lo que entre todos pudieron hacer.