Dos ourensanos que viajaban en el trasatlántico encallado en enero en Italia esperan un niño concebido en alta mar tras un año de intentos
04 mar 2012 . Actualizado a las 07:00 h.«O Concordia significou moitas cousas negativas. Que algo tan malo, que orixinou a morte de tantas persoas, poida tamén ser o inicio dunha nova vida, transfórmao todo». Lo dice Isabel Mociño, quien el día nueve de enero se embarcó junto a su marido, Alejandro Mínguez, precisamente en ese buque, el Costa Concordia. Llevaban un año intentando ser padres, pero no lo conseguían, y les aconsejaron que se tomaran un descanso. Decidieron irse de crucero por el Mediterráneo. Embarcaron en Barcelona y el plan funcionó. Dentro de siete meses y medio, aproximadamente, nacerá su hijo o hija. Su nacimiento demostrará que la vida siempre sale a flote, incluso en pleno naufragio.
El buque, que se convirtió en noticia a nivel internacional por la tragedia de las muertes que provocó, para ellos tendrá siempre un significado diferente. Allí fue donde concibieron al que será su primer hijo. «Francesco y Concordia están descartados», dice Alejandro, que ya piensa en posibles nombres para su retoño. Ese viaje cambió sus vidas. Para él y su mujer, la experiencia será recordada de otro modo, para bien. Ellos, como el resto de viajeros del Concordia, tuvieron que salvar sus vidas por su propia cuenta. «Ninguén se preocupou por nós», lamenta Isabel, que temió por su supervivencia y por la de su marido mientras el buque se hundía.
El desalojo, un caos
Al escorarse, los botes de emergencia no podían desplegarse y el desalojo se convirtió en un caos. Durante una hora estuvieron agarrados a una cuerda; agarrados, en realidad, a la vida. Para ambos fue un comienzo, no un fin. Al volver a su casa en Celanova, fue Alejandro el que cargó con la presión mediática que, como ellos, tuvieron que soportar todos los pasajeros del barco. Aunque actualmente está en paro, es periodista y aceptó con normalidad la atención que los medios de comunicación pusieron en el caso. Mientras él atendía a televisiones, radios y periódicos, ella intentaba asimilar la experiencia vivida. Al principio, cuando notó una falta, la achacó al shock del naufragio. «Pensei que era polo impacto psicolóxico porque estaba cansada. Cría que podía haber alguna alteración», comenta.
No obstante, los días pasaban y, finalmente, acabó haciéndose el test de embarazo. Dio positivo y, tras hablar con su médico y hacer cálculos están seguros. «Hai un 99,9 % de posibilidades», dice Alejandro. Fue, sin duda, concebido en el Cordordia. «Pasámolo fatal, pero pagou a pena», confiesa, después de todo, Isabel, que está muy ilusionada con el que será su primer hijo o hija.
Aunque prefieren ser cautos, porque es aún muy pronto, ya han seleccionado una docena de nombres de niño y de niña para que sus familiares vayan mostrando sus preferencias. «Queremos que sexa un nome galego», dice la futura madre, pero eso, por ahora, es para ellos lo de menos. Lo importante es que todo salga bien. De todos modos, no pueden ocultar su euforia.
Un libro para el pequeño
Tanto es así que ya están escribiendo un libro para que su hijo conozca cómo empezó su historia. Él ya tiene preparada su parte. Se ha encargado de relatar, desde el punto de vista periodístico, el suceso. «Queremos velo de maneira positiva», dice él. Ella, que es profesora de literatura, escribirá la historia desde un punto de vista más íntimo. Según explica, el naufragio será solo el punto de partida de una vivencia que continúa ahora con el embarazo.
«Teño una amiga que di que os seus inicios imprimiranlle carácter», asegura Isabel, que cumplió 38 años este fin de semana. Él, que tiene 37, está encantado. «Non sei se sairá mariño mercante, pero o que está claro é que terá unha moi boa historia que contar aos seus amigos», explica Alejandro. Y no le falta razón. Cuando anunciaron el embarazo en Facebook, recibieron decenas de felicitaciones. Y es que su historia demuestra que la vida sigue incluso en las peores circunstancias.