La macroeconomía empuja hacia el microderecho. Y los Gobiernos están ayudando a que se complete ese duro tránsito con sus ajustes. Los ciudadanos perciben que su vida, mordida por los recortes, ha cambiado en los últimos años, que se les escurren de las manos trozos de terreno que antes pisaban con los pies. Siguen encontrándose a menudo, en cambio, con políticos de altos vuelos y bajos aterrizajes, cuyos movimientos continúan pivotando sobre una urna electoral. Mantener o alcanzar el poder. Esa es la cuestión capital para algunos. Los golpeados por la crisis sienten que se les aplican duras recetas, retorcidas ecuaciones por las que no acaban de pasar las Administraciones. Se saben la infantería en este economía de guerra, a veces bombardeada por su propia aviación, juzgada por los mercados y condenada por los políticos. Se simplifican recortes en servicios esenciales comparándolos con la renuncia a unos cuantos cafés al mes. Pero convendría recordar en los círculos de poder, donde a veces solo se escuchan los ecos del elogio y de la justificación de las propias decisiones, que el patrón que sigue la tijera está en cuestión, que quedaron flecos pendientes que no se han querido recortar. Y este doble rasero duele y multiplica el pesimismo, esa sensación de viaje hacia ninguna parte que no conduce precisamente hacia la recuperación económica, hacia el consumo del que necesariamente bebe el sistema capitalista. Suena lejana en el tiempo y en las intenciones aquella frase de Winston Churchill que decía que el político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próxima elecciones.