José Ramón Blanco Vila reconoce que los muradanos Ramón Luces y Javier Toledo fueron asesinados en su casa de dos disparos el 9 de noviembre del 2008
16 may 2012 . Actualizado a las 07:00 h.Ni siquiera José Ramón Blanco Vila niega tener las manos manchadas de sangre. Es el primero en reconocer que los muradanos Ramón Luces y Javier Toledo fueron asesinados en su casa de Aranga de dos disparos el 9 de noviembre del 2008. Tampoco le duelen prendas admitir que fue él quien ocultó los cuerpos desmembrados en una casa abandonada en Fonteculler (Culleredo). Estos son sus únicos pecados. Ninguno más. El resto habrá que achacárselos a Alberto Souto, que entonces era un buen amigo y asaltaban casas juntos. Es lo que dijo el principal sospechoso en el juicio que ayer concluyó «sin que se haya presentado ni una sola prueba concluyente» que demuestre que este fontanero de 43 años «mató y descuartizó» a los vecinos de Muros, según precisó su abogado, el penalista Manuel Ferreiro. Es cierto que pruebas sólidas no hay o no se presentaron, pero a este hombre le llovieron los indicios; de ahí que la fiscal lo culpe solo a él del doble asesinato y pide que sea condenado a 52 años de prisión, mientras que para los otros seis imputados solicita penas de entre tres y cinco años por encubrimiento y profanación de cadáveres (delito que solo se castiga con 5 meses de prisión).
A ver si no es una ráfaga de indicios que Alberto Souto y su entonces novia -también procesados- declarasen que Blanco Vila les había confesado el crimen; que un joven que trabajaba para él confesara que oyó discutir a Vila con los fallecidos segundos antes de oír los disparos; o que su propia esposa -imputada por participar en el descuartizamiento- no hubiese visto a nadie más que a su marido junto a los asesinados en la cocina; o que alquilase a su nombre una furgoneta para trasladar los cuerpos a Culleredo, dejándola allí abandonada porque se le habían caído las llaves al pozo donde arrojó los cuerpos. Con esta ráfaga de indicios, la fiscala empapó la defensa de Blanco Vila, pero sin una sola prueba. Ni apareció su ADN en la sierra eléctrica usada en los descuartizamientos, ni el arma, y ni siquiera un testigo presencial. Todos son de referencia, uno dijo que se lo contaron y otra que lo oyó.