Los padres del agente Javier López, uno de los que fallecieron intentando rescatar a Tomas Velicky, no han podido volver al lugar del suceso
27 ene 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Hace un año el Orzán se tiñó de luto. Tres policías nacionales, Javier López, Rodrigo Maseda y José Antonio Villamor, fallecieron al intentar rescatar del agua a Tomas Velicky, un joven de 23 años de Bratislava que se encontraba de Erasmus en A Coruña y que también perdió la vida. Hoy, cuando se cumple justo un año, los padres de Javier López hablan por primera vez.
Detrás del mostrador del bar A Miña Terra, en A Coruña, demuestran una entereza impropia de quien ha perdido a un hijo, a su único hijo. Lejos de evitar hablar del tema, Carmen y Aquilino encadenan un recuerdo con otro. «Era una persona muy tranquila, le gustaba mucho hablar y muy poco discutir», dice su padre. Aquilino incide en el carácter apacible que mostraba su hijo a cualquier hora del día y en cualquier tipo de circunstancia, tanto si estaba trabajando como si no. «Una vez estaba él aquí en el bar, y paró un taxi en la puerta con una mujer que no quería bajarse. Tuvo que ir Javier a convencerla. Le dio una gominola, siempre solía llevar un paquetito en el bolsillo, y la hizo bajar». Su cara esboza una mínima sonrisa. «Pero es que era así hasta cuando iba de paisano. Si veía una pelea de camino para casa se metía, y la madre le decía '¿Qué necesidad tienes?'. Javier se desvivía por los demás».
Aquilino se seca los ojos con un pañuelo. No llora, pero es duro, muy duro recordar cómo se le fue su único hijo con tan solo 38 años. Coge aire y sigue. «Le gustaba mucho nadar y bucear, y también andar en bici. De pequeño tenía una de carreras, pero cuando fue mayor se compró una de montaña, y solía ir al monte con ella. La madre siempre le decía que tuviera cuidado, que le podían hacer algo por esos caminos, y él le contestaba. 'Si yo no me meto con nadie, nadie se mete conmigo'».
Javier estudió Derecho, y estando en la facultad conoció a la que fue su mujer, Loreto, con la que planeaba tener hijos muy pronto. Pero, según cuentan sus padres, él nunca tuvo intención de ejercer la abogacía. «No le gustaban nada las oficinas, incluso tuvo una oferta para trabajar en un banco en Vigo pero la rechazó: él siempre quiso ser policía», dice Carmen, que se lamenta. «Si lo llego a saber, nunca en la vida se hace policía».
Aquella noche, Javier pasó por el bar para recoger el bocadillo como hacía cada vez que entraba de guardia nocturna. «Ten cuidado», le dijo Carmen refiriéndose a la alerta naranja que estaba activada en el mar debido al mal tiempo. «¡Qué me va a pasar mamá!», le contestó Javier. Hoy, un año después, aquella intuición de madre cobra más significado que nunca.
No había día que Javier no llamara a sus padres cuando regresaba de trabajar. Aquella mañana no lo hizo. «Yo había escuchado en la radio que había algo en el Orzán, y pensé 'Estará liado con eso'», explica Carmen. Pero seguía sin llamar. Así que llamó a la mujer para ver si ella lo había visto en casa antes de irse a trabajar. Tampoco. Entonces escuchó en la radio que había tres policías nacionales desaparecidos y se temió lo peor. Cogió rápidamente el teléfono y llamó a la sala del 091, pero la persona que le cogió no sabía nada. «Hasta que la policía se presentó en casa informándonos de lo que había pasado». Poco después apareció el cuerpo de Javier en las inmediaciones del Millenium. «Una cosa así te destroza la vida», dice Aquilino. «Es muy duro. Por mucho que te digan, uno no sabe lo que es hasta que pasa por ello», le interrumpe Carmen.
Los recuerdos no cesan, y Aquilino cuenta que mientras Javier se encontraba en Ferrol haciendo la mili se produjo un incendio en el Arsenal. «Por su actuación en el suceso le dieron una medalla», apunta muy orgulloso su padre. Aquel 27 de enero, recibieron el palo más grande que podían recibir. El bar los mantiene ocupados, los clientes son como de la familia, pero «ya no tenemos nada por lo que seguir, y estamos pensando en alquilarlo», dice Aquilino, que todavía recuerda cuando Javier paraba en el bar a cambiarse de ropa, a veces incluso acompañado de su compañero de patrulla, Rodrigo Maseda, con quien le unía además una gran amistad.
Hoy Carmen y Aquilino estarán en el Orzán. No han podido volver al lugar desde entonces, pero saben que hoy tienen que estar allí, se lo deben a Javier. «Hay que ir para adelante, que para atrás no se puede ir, por desgracia», dice Aquilino.