La Galicia que Fraga no conoció

m. cheda SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

ALVARO BALLESTEROS

Pescanova, las cajas, el Parlamento, el Gaiás... El expresidente de la Xunta no reconocería hoy algunas de las cosas que dejó en la comunidad cuando falleció, en enero del 2012

14 ene 2014 . Actualizado a las 17:21 h.

Ni siquiera en ecos, ya no ruge el león de Vilalba. Hará mañana dos años que dejó de hacerlo, que su voz se apagó para siempre, que falleció en Madrid y a Perbes se lo llevaron para el reposar eterno. Si hoy levantara la cabeza y regresara a la que otrora había sido su selva, Manuel Fraga comprobaría que mucho de todo aquello sobre lo que algún día reinó apenas ha cambiado: la gente sigue sin tener hijos, los chavales emigran, los montes arden en verano, el AVE no termina de llegar y los automovilistas continúan rehenes de los peajes de la AP-9. Pero podría apreciar también cómo en su Galicia algunas otras cosas, con ojos de enero del 2012, no hay quien las conozca. Pescanova, el Gaiás, Beiras de vuelta al coso de la actualidad, el Parlamento en vías de recorte, el PSdeG sin Pachi, las cajas en manos de Banesco, el Bloque menos bloque que antes...

En vida, el fundador del PP mimó a Pescanova como si se tratase de la niña de sus ojos. A costa de insuflarle miles de millones de pesetas del erario, luchó con tenacidad, obstinación a ratos, para preservar la galleguidad del grupo. Y así fue que, cuando el expresidente de la Xunta se aproximaba al final de su camino, no hace tanto todavía, el milagro de Chapela aún perduraba en un mundo globalizado: la empresa aparentaba solvencia, destilaba innovación y se identificaba con un vigués, Manuel Fernández de Sousa. Ahora de aquello queda la sombra, si acaso. Con un agujero patrimonial que estremece, la compañía se encuentra intervenida por un administrador concursal, Deloitte, y malvive pendiente de una inyección de capital que determinará si al final acaba en manos catalanas (Damm), españolas (un conglomerado de bancos acreedores) o extranjeras (dos fondos). La respuesta, el epitafio, en breve.

Naufragio en el mar y naufragio en tierra. Porque hoy tampoco reconocería Fraga ese sueño suyo que legó a los gallegos en forma de pesadilla: el Gaiás, su Gaiás. Se fue a la tumba creyendo que la faraónica Ciudad de la Cultura, entonces inaugurada parcialmente hacía 369 días, sería rematada por su sucesor, Feijoo, a pesar de que ello costaría a las arcas públicas 4,4 veces más de lo comprometido en inicio: 475,9 millones del ala, no 108. En estos momentos, cuando la factura asciende a 290, el proyecto constructivo se halla paralizado formalmente y en vías de cancelación definitiva.

Igualmente, al inventor de la gaviota azul no le resultaría sencillo entender en qué ha derivado todo aquel lío de las antiguas cajas de ahorros que había formado en vísperas de su muerte. Se marchó con Méndez y Gayoso ya amortizados, pero con la marca Novagalicia recién estrenada, con José María Castellano en la cúspide de las finanzas da terra y con las esperanzas aún intactas de que algún inversor recomprara entera al FROB la anhelada entidad. No obstante, al poco, el tsunami del rescate bancario español alcanzó las costas de la comunidad, prosiguieron los bandazos normativos, la cosa salió a subasta ya medio desgajada y un señor de Caracas, Juan Carlos Escotet, aterrizó aquí con la chequera, un puñado de buenas intenciones y esfuerzos encomiables por falar galego. Adjudicado. Un epílogo cuyo contenido prácticamente nadie habría imaginado en el prólogo del 2012.

Pero con lo que Fraga, sin duda, se frotaría hoy los ojos un par de veces, si no tres, antes de dar crédito a lo que vería es con lo del Parlamento. Si se dejase caer por la Cámara, presenciaría cómo en el hemiciclo juegan a simular que dialogan entre ellos no los tres del ocaso de su era, sino cinco partidos: PP, PSOE, BNG, EU-IU y Anova, estos dos últimos agrupados bajo el paraguas de una coalición de siglas imposibles para el vilalbés: AGE. Y observaría también con sorpresa cómo Beiras, a quien daba por políticamente consumido, ha terminado sobreviviéndole a él. Tal vez con nostalgia de aquella merluza con grelos que ambos compartieron en un reservado del mítico Vilas, descubriría igualmente que el veterano nacionalista conserva su costumbre de citar bibliotecas completas sobre la tribuna, si bien ha cambiado zapatos por puños en sus preferencias a la hora de golpear escaños. Además, alguien tendría que ponerlo al tanto sobre lo del BNG, que Beiras, al alimón con otros, fracturó en mil pedazos. Y acerca de lo del PSdeG, donde ahora manda Gómez Besteiro, uno de Lugo, como él, que aún intenta recomponer las trizas que heredó de uno de Ourense.

Se percataría, por último, de que Feijoo, al igual que él en 1992, va a meter mano a la ley electoral, aunque no para tocar el listón de acceso del 5 % de los votos fijado en aquella época, sino para reducir los diputados de 75 a 61. Lo hará sin consenso. Del «lo que diga don Manuel» a «lo que diga Alberto». Y punto.