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El sábado celebró su fiesta donde siempre, en la explanada del palco donde socorrieron a los heridos, y a muchos vecinos se les escaparon las lágrimas
11 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.La orquesta hace sonar su pasodoble. Y como cada año, en las fiestas de Angrois, los vecinos se reúnen en la explanada del palco. La noche del pasado sábado ni la incesante lluvia disuadió a los habitantes para su tradicional celebración. Cuando Pilar Ramos giró su cabeza, paraguas en mano, vio cómo a un grupo de vecinas se les saltaban las lágrimas. Nada mejor para recuperar la rutina que respetar la costumbre. Pero los habitantes de Angrois, el pasado sábado, estaban en el mismo lugar donde un año antes había irrumpido, de forma abrupta, el más inimaginable de los horrores. Ese vagón varado por un violento descarrilamiento. Y aquellos cuerpos allí tendidos.
Ha pasado casi un año, pero no es fácil que una pequeña aldea, donde el mayor sobresalto es el ladrido de un perro al oír el paso de un coche, digiera la mayor tragedia ferroviaria de la historia de Galicia.
Pilar Ramos es la dueña del bar Teré, la cantina del lugar, donde se sirve el tinto de barril, donde hay sifón y donde el póster de un equipo de fútbol, como el cuadro de un museo, resiste al paso del tiempo. Con los brazos apoyados en la barra, desde dentro, explica que por la misma tele que se oye de fondo en el establecimiento se acaba de enterar de que la Xunta ha decidido entregar la medalla de Galicia a los vecinos. Agradece el reconocimiento, pero cree que todos los honores, y muchos más, los merecen las víctimas. Su hijo Martín, uno de los más activos miembros de la asociación vecinal, está trabajando. Y tiene el móvil desconectado.
Nada ilustra mejor el sentimiento de Angrois que el rostro de resignación de Pilar. Y la imposibilidad de recuperar la rutina. Los peregrinos que entran en el bar para reconstruir en una amable conversación aquella tarde tan aciaga. Los familiares que telefonean en señal de agradecimiento. Los visitantes que depositan flores. Pilar acaba de recibir una llamada desde Alemania de una señora que, en pleno mes de julio, ya quiere comprar veinte décimos de la lotería de Navidad. Y con infinita paciencia le explica que eso no es posible. La emigrante le contesta que, entonces, irá por ahí en septiembre.
Anxo Puga, el portavoz de los vecinos, como es costumbre, lleva todo el día trabajando en Lugo. Y vuelve en coche de regreso a casa. Por momentos se pierde la cobertura de su móvil, que también ha estado todo el día apagado. Son las seis de la tarde y todavía acaba de enterarse de que la Xunta les distingue con la medalla de Galicia. Se alegra también de que se reconozca a las víctimas y a las emergencias. Y se muestra agradecido. Merecedores de un protagonismo que nunca desearon por una reacción solidaria que califican como natural, los vecinos insisten en que el primer aniversario debe servir, ante todo, para estar con las víctimas. «É a hora deles, sen esquecer que merecen que se faga xustiza», insiste Anxo Puga. Un sentimiento compartido por Isidoro Castaño, otro de los miembros de la asociación.
Angrois afronta el primer aniversario de la tragedia con un sentimiento de gratitud y de profundo dolor. Y con la esperanza de que, transcurrida la conmemoración, puedan volver a la rutina. No quieren nada que no demandasen antes del accidente. Su autobús, su palco y, sobre todo, un parque infantil. Así los niños jugarían lejos del lugar maldito. Las vías del tren.