Los últimos habitantes del desierto demográfico gallego

Jorge Casanova
jorge casanova PARADA DE SIL / LA VOZ

GALICIA

La comarca Terra de Caldelas, una de las más despobladas de Galicia, perderá el 27 % de su censo en 10 años. Buscamos a los vecinos que bajarán la persiana

28 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

La comarca ourensana de Terra de Caldelas, formada por los concellos de A Teixeira, Parada de Sil, Montederramo y Castro Caldelas, tenía en 2014 una población de 3.297 vecinos que, según las previsiones del Instituto Galego de Estadística, se habrá reducido a 2.410 en el 2024. Es la avanzadilla de la catástrofe demográfica hacia la que se precipita el interior de Galicia. La comarca, ubicada entre la Ribeira Sacra y la montaña ourensana es, a la vez, una de las más hermosas del país. Frente al envejecimiento acelerado de su población quedan parejas para insuflar un poco de oxígeno a una zona que se asfixia.

A Teixeira

Montse y Judit, dos de las jóvenes madres de A Teixeira.
Montse y Judit, dos de las jóvenes madres de A Teixeira. MARCOS MÍGUEZ

«A mí no me gusta la ciudad». Con esta frase resuelve Judit Novoa, de 34 años, la razón por la que decidió crear su familia en un lugar que tiene el evocador nombre de A pedra do sol. Judit y Montse Leiras (46) forman parte del exclusivo club de madres con hijos en edad escolar. Hablamos en uno de los bares del pueblo sobre cómo se podría revertir el proceso de demolición que pesa sobre el concello. Es difícil encontrar argumentos: una industria para aprovechar las castañas, una residencia de la Tercera Edad; incluso aprovechar la plaza de taxi que está vacante... Ellas forman dos tercios de la plantilla municipal de ayuda a domicilio, una alternativa de empleo en un concello donde el trabajo es un bien más que escaso. Judit tiene una niña de 3 años; Montse, que se vino desde Vigo fascinada por la belleza del concello, un niño de 4. ¿Se quedarán en A Teixeira? Ambas responden que les gustaría. Pero tienen sus dudas: «Al menos no les inculcaremos la idea de que se vayan, como se hacía antes», aporta Montse. Llegar a Ourense cuesta 45 minutos: «En muchas ciudades es lo que tardan en llegar al trabajo», afirma.

Parada de Sil

Yolanda Jácome, alcaldesa de Parada de Sil.
Yolanda Jácome, alcaldesa de Parada de Sil. MARCOS MÍGUEZ

«El problema es el empleo». Javier Ferreiro fue desde Madrid a Vigo y desde Vigo a Parada de Sil, buscando un lugar donde asentarse con su familia. Aquí ha conseguido la licencia del taxi municipal que ostenta desde diciembre. Tiene una niña pequeña y un bebé de menos de un año. «Si hubiera algo más de empleo este sería el lugar ideal», dice. A veces canta las maravillas de vivir en un sitio tan hermoso y al momento se lamenta de la falta de oportunidades: «Hoy no he hecho ningún viaje y para mañana no tengo nada previsto. Aquí, el mes que haces mil euros, tiras cohetes». Si mira al futuro, se viene abajo: «Hay que vivir día a día. Si no, te amargas». A unos pocos kilómetros de su casa vive otro joven matrimonio, llegado directamente de Madrid: «Allí estábamos siempre separados y aquí puedo dormir con mis hijos», dice Luis, de 43 años: «Yo tengo la esperanza de que la gente vuelva a los pueblos». La alcaldesa de Parada, Yolanda Jácome (PSOE), con unos pocos días en el cargo, también tiene esa esperanza. Tras un largo relatorio de proyectos que puedan generar algo de empleo asegura que tal vez no se pueda revertir la caída demográfica: «Pero esperemos que al menos la podamos frenar». Luis, el madrileño, habla con nosotros a pie de carretera, esperando a sus dos chavales que llegan en el transporte escolar. Se apean y salen disparados a ver los cachorros de la perra, que parió hace unos días: «No, no echo nada de menos de la ciudad. La verdad es que hasta me cuesta ir a Ourense a hacer la compra», dice Luis, que hace unos días acabó un trabajo eventual como camarero. No se le nota angustiado. Confía en encontrar otro pronto. Su mujer, María Jesús, trabaja en la residencia de la tercera edad: «Para los chavales ha sido un cambio brutal, de llevarlos por ahí con las manos retorcidas a la libertad total. «Yo viví en la ciudad y he vuelto -razona Yolanda, la alcaldesa-. Quiero quedarme aquí y tener hijos aquí. Esa idea de que hay que irse a la ciudad para prosperar se está viniendo abajo».

Montederramo

Nieves con sus dos hijos en su peluquería de Montederramo.
Nieves con sus dos hijos en su peluquería de Montederramo. MARCOS MÍGUEZ

«Ojalá pudiéramos quedarnos aquí toda la vida». Nieves Diéguez es la madre de dos de los pocos niños de Montederramo que van al colegio. Al de Castro Caldelas, porque el del pueblo lo cerraron el curso pasado. Mientras hablamos en la peluquería que regenta en la villa, los dos chavales, Gonzalo, de 4 años y Sheila, de 3, la lían parda. Ahora que no hay clientas, juegan con el secador, los peines, el cepillo, mientras su madre se queja de que la política municipal no mira para ese pequeño sector de la población que forman las familias como la suya: «Aquí llevan años y años con la residencia de la Tercera Edad. La mueven un poco cuando hay elecciones y luego la vuelven a dejar», se queja. El estigma de la falta de trabajo es el lamento común: «Nunca pensamos en irnos. Ojalá pudiéramos quedarnos aquí toda la vida. Pero si esto se pone mal habrá que irse a la ciudad», dice Nieves, mientras intenta que Gonzalo no le destroce la peluquería, llena de juguetes. «Yo siempre oí que se adaptan mejor los chavales de pueblo a la ciudad que al contrario. Veo los que vienen aquí y parece que están alelados». Nieves cree que la mejor vida es la que pueden tener en el pueblo: «Pero hay que luchar más para que salga adelante», subraya y recuerda como ejemplo que igual se podía haber hecho algo más para evitar el cierre del colegio.

En cualquiera de estos tres concellos, la llegada del verano multiplicará la población por tres. Crecerá el número de niños y se concretará el espejismo de una actividad social irreal. A los héroes de este reportaje que, por cierto, apenas han recibido ayudas por tener hijos, y a unos pocos más les tocará lidiar con el invierno demográfico.