Los vecinos lamentan la burocracia para rehabilitar sus casas y piden arreglar iglesias

e. v. pita
Doctor en Comunicación Contemporánea, licenciado en Derecho, Sociología y Ciencias de la Información y escritor

Marta Castro sella la credencial en el santuario de O Cebreiro y advierte de que hay que poner dos al día. Opina que el Camino Francés está perdiendo tránsito de peregrinos por Os Ancares: «El año pasado vinieron 150.000 aquí, pero creo que cada vez hay menos, porque ahora muchos pasan por el Camino Portugués».

Los romeros inician su marcha por la carretera. «Ayer me hundí un metro en la nieve al buscar el albergue de la Xunta», cuenta una peregrina de Vigo. Otro que llegó desde Valcarce cuenta en el desayuno: «La Guardia Civil me desvió hacia la carretera». Hay menos de un grado de temperatura. La máquina quitanieves ya ha despejado la vía hacia el alto de San Roque. En la aldea de Liñares, pasado un taller y unas casas con portalones metálicos, es imposible alcanzar la iglesia porque está cubierta por un metro de manto blanco. Solo los perros son capaces de cruzar porque su huella es menos profunda. Un vecino que pasea con su mastín avisa: «Non hai maneira de pasar». Al intentarlo, entra agua en las botas.

En San Roque se divisa ya parte de las montañas de O Courel, cuya silueta recuerda a un cráter volcánico. La ruta sigue por carretera hasta Hospital. En un cruce ladran unos perros sueltos, pero parecen mansos. Una vecina alerta desde una ventana de que el paso hasta la iglesia está bloqueado por la nieve. Pero se puede llegar. Los témpanos de hielo gotean por los arcos de piedra y la puerta está cerrada a cal y canto. Hay que salir de la pista y volver a la carretera hasta el Alto do Poio. Las máquinas excavadoras trabajan a contrarreloj para despejar la pista que conduce a unas antenas. Abajo, se divisa la aldea de Padornelo, cruzada por postes de telefonía y una torreta eléctrica. La posadera del mesón Albergue del Puerto, donde toman un café varios caminantes, llama a su manso mastín Tobi, que dormita sobre la nieve. «No Padornelo só quedan dous veciños, aquí está todo abandonado», dice. Señala hacia un acantilado desde el que se ven increíbles vistas de las montañas de Os Ancares. Al cruzar al otro lado de la carretera, se ven las de O Courel. La mesonera considera que «cada vez vienen menos peregrinos porque muchos salen desde Sarria».

La siguiente parada es en Fonfría, en paralelo a las torretas de la luz. Algunas casas están restauradas, lo que contrasta con las paredes de bloques de finca de las naves y algunas pintadas de marrón claro. La iglesia románica ofrece una bonita estampa con vistas de postal entre montañas nevadas, pero a su lado destaca el esqueleto de hormigón de una obra parada. Un perro ladra al desprenderse la nieve de un tejado, justo antes de pasar un quad.

El dueño del albergue A Reboleira, Miguel Ángel Rodríguez, lleva en el regazo a su hijo Martín y cuenta que en la aldea viven diez familias. Explica que él acaba de restaurar su casa. «Aquí todas son de pedra, pero moitas píntanas pola humidade», afirma. Dice que el problema es el laberinto burocrático para rehabilitar una vivienda rural: «Os papeis tardan un ano e medio e despois necesitas os permisos do arquitecto. A min dixéronme que as ventás non valían porque eran marróns e teñen que ser de aluminio verdes, azuis ou brancas, ou de madeira, pero aquí a madeira non aguanta este clima». Insiste en que el color marrón no tiene nada de malo. Los arquitectos también le vetaron una puerta que da al vacío: «É que alí penso poñer unha tenda para os peregrinos» dice, y lamenta que muchas iglesias del Camino estén cerradas. La de Fonfría solo se abre a grupos que llevan un sacerdote para oficiar la misa.

Antes de llegar a Biduedo, ya se puede pisar sobre la nieve y seguir el camino original. Una camarera del mesón Betularia cuenta que su familia restauró una casa rural sin subvenciones ante las «pegas» que ponía la Administración para rehabilitar. «Hay un muro caído que nadie arregla ni tampoco la iglesia más pequeña del camino. Las goteras arruinan el altar y nadie hace nada», afirma. Al llegar, por un ventanuco se ve una viga de obra clavada para proteger el altar.

Comienza el descenso a Triacastela, ya por el camino original. En el valle, se divisa una gran cantera, cerca de las cuevas de Eirós. Entonces, saltan a la vista varios ejemplos de feísmo. En vez de colocar vallas de madera, los ganaderos protegen sus prados con biondas y guardarraíles de las carreteras, quizás comprados en la chatarra. La gente escribe sobre ellos: «Buen Camino». Al fondo se ven las montañas nevadas del Oribio y los prados de Triacastela, pero las cercas de alambre de espino afean las viejas corredoiras. En Pasantes, hay un merendero de piedra con bancos rotos y un basurero. Cerca, un obradoiro arregló un vallado de piedra. La ruta acaba con los pies cansados al pasar por el centenario castiñeiro de Ramil, en un entorno cuidado. En Triacastela, a las seis no hay misa del peregrino, pese al cartel de la puerta.

 

compañeros de viaje

Arnaud Rodríguez

ALBERTO López

Este vecino de Cerdañola, cerca de Barcelona, viaja en bicicleta. Su última etapa fue de 80 kilómetros desde Villafranca del Bierzo. «Había un tramo lleno de nieve, fue algo más mental, hoy es un día muy feliz», dice. Añade que hace un año se murió su abuela y que va a Fisterra a enterrar el muñeco de un enanito de Blancanieves que le dio su allegada cuando era pequeño.