Un hombre entró en el templo de San Bartolomé, tiró el sagrario y sacó el retablo del sitio. Acabó detenido
18 abr 2018 . Actualizado a las 05:00 h.«Pasa, pasa a la iglesia, así ves el desastre que tenemos». Así recibía este martes a media mañana Arita, colaboradora habitual de la parroquia pontevedresa de San Bartolomé y una de las feligresas que vivió en primera persona el escándalo protagonizado por un hombre en medio del templo, ubicado en plena ciudad. Tal fue la trifulca que se montó que Arita se echaba las manos a la cabeza al recordarlo y enfatizaba: «Parecía que entrara el diablo».
Todo ocurrió sobre las once y media de la mañana. Arita acababa de echar agua a unas flores en el altar. Su marido, el sacristán, llamado Emilio, y otro colaborador de la parroquia estaban también en el templo. De repente, cruzó la puerta un hombre de unos 40 años, que irrumpió en la iglesia con una bicicleta. Arita le llamó la atención: «Le dije que no era adecuado entrar con la bici», indica. Pero la mujer ya vio que poco había que hacer. «Me dijo que entraba con lo que quería», recuerda. La cosa no quedó ahí. El hombre empezó a blasfemar y a vociferar sobre el diablo. Al parecer, señaló también que tenía que mantener a cuatro familias. En un momento dado avanzó hacia el altar y les pidió dinero a los presentes. Exigía 50 euros por cabeza. No se lo dieron. A partir de ahí, el intruso empezó a destrozar todo lo que encontraba a su paso. Dejó un reguero de ánforas y floreros rotos y, lo que más lamentan en la iglesia, tiró el sagrario al suelo. «No nos explicamos cómo tuvo fuerza para echarlo abajo, porque para recogerlo hicieron falta cuatro hombres», contaban. Lo peor vino cuando agarró con fuerza el retablo -que se cree que es de mediados del siglo XX- y comenzó a zarandearlo. Se temieron lo peor: «Encima del retablo está san Bartolomé, se pudo caer la imagen», explicaba el sacristán, que no dejaba de llorar.
El alboroto que se montó fue grande. Y quienes viven enfrente de la iglesia empezaron a percatarse de que algo ocurría. Uno de ellos, un hombre de mediana edad que en la parroquia creen que perteneció a la policía o a la Guardia Civil, entró en el templo dispuesto a reducir al individuo. Dicen los testigos que este vecino «sabía bien cómo hacer las cosas» y que, aunque el malhechor se resistía, él logró agarrarle las manos y frenarlo. En esas estaba cuando llegó el párroco, Raúl Lage, de 79 años, que ayudó también a sujetar al intruso. Para entonces los vecinos habían llamado también a la policía. Dice el cura que la espera por los agentes fue «eterna», pero que finalmente llegó una patrulla de la Policía Local de Pontevedra y detuvo al hombre. «Lo conocían bien, y es peligroso», lamentaba el párroco, que aún con el susto encima llamó a unos albañiles para que apuntalasen el retablo. Mientras los obreros miraban cómo poner unos tacos de sujeción, el cura se serenaba e incluso tiraba de humor: «Me pasará como a los políticos, que me va todo en el sueldo», decía.