Desde hoy, la única duda es si las nuevas elecciones catalanas las convocará el presidente de la Generalitat o el líder del PP con el 155
14 may 2018 . Actualizado a las 15:02 h.Joaquim Torra Pla (Blanes, 1962) se ha convertido en el segundo presidente de la Generalitat impuesto por la Candidatura de Unidad Popular (CUP), un grupo de extrema izquierda, anticapitalista y antisistema. Su antecesor, Carles Puigdemont, solo pudo acceder al cargo cuando este partido de corte revolucionario lo consideró oportuno y gracias al voto afirmativo de ocho diputados de la CUP y la abstención de otros dos. Ahora, a los antisistema les ha bastado la abstención de sus cuatro únicos parlamentarios y el 4,46 % de los votos (195.000 sobre un censo total de 5,5 millones) para decidir quién debe gobernar a siete millones y medio de catalanes.
Más allá de la paradoja de que una de las regiones más prósperas de Europa en términos de comercio e industria haya acabado, gracias al procés, en manos de un minúsculo grupo radical y anticapitalista, la elección de un personaje como Torra viene a confirmar que el nacionalismo ha convertido Cataluña en algo parecido a una matrioshka, la muñeca rusa que alberga en su interior una réplica de sí misma cada vez más pequeña. Artur Mas resultó ser una versión política muy reducida del cleptócrata pero carismático y posibilista Pujol. Sin embargo, al lado de su sucesor, Carles Puigdemont, un alcalde de Gerona sin más méritos que un furibundo antiespañolismo rayano en lo patológico, Mas podría pasar por un estadista. La elección de Torra es un paso más en ese proceso de degeneración, ya que es alguien sin el mínimo peso político, autor de textos directamente racistas que avergonzarían a cualquier demócrata y de una pobreza argumental que sonroja a cualquier intelectual, por más que el tópico se empeñe en repetir que Torra es un hombre muy culto. Si, según la RAE, cultura es el «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico», el nuevo presidente de la Generalitat sería un auténtico zote, por más libros que haya leído.
Nadie duda a estas alturas de que Torra no aspira a nada, porque es un mero títere que ha sido puesto ahí por Puigdemont con el único objetivo de que, una vez levantado el artículo 155 tras su designación, convoque unas nuevas elecciones en las que, si no está inhabilitado, el candidato sería Puigdemont. Tras su discurso de investidura, es evidente que Cataluña se dirige sin remedio a unos nuevos comicios, en lo que constituye una patada a seguir de un independentismo al que se le agotan las ideas.
A lo que vamos a asistir a partir de hoy es por tanto a una curiosa carrera política en la que el propio Torra y Mariano Rajoy van a competir por ser quien convoque esas nuevas elecciones y por tanto controle todo el proceso. Si el nuevo presidente catalán cumpliera su palabra y diera un solo paso que pueda considerarse contrario a la Constitución, Rajoy aplicaría de nuevo el 155 (con apoyo del PSOE y también de Ciudadanos, por cierto) y llamaría otra vez a las urnas. Por ello, la paradoja es que para poder lograr su objetivo de convocar elecciones a partir del 28 de octubre, Torra tendría que mostrar hasta esa fecha un comportamiento político exquisitamente constitucional. Algo que, por más que hoy facilite su investidura, la CUP difícilmente va a tolerar.
Albert Rivera consigue que aflore la división en el PP
Más allá de que su estrategia de sobreactuar para que la opinión pública visualice un distanciamiento entre Ciudadanos y el PP pueda ser un error político, Albert Rivera ha conseguido sembrar las dudas y hacer que aflore la división entre los populares. El PP se encuentra fracturado entre quienes secundan el discurso del líder naranja de aplicar mano dura contra el independentismo manteniendo e incluso ampliando el alcance del 155 y los que, como Rajoy, entienden que es mejor mostrar moderación y dejar a Ciudadanos el papel de partido menos dialogante en la solución a la crisis de Cataluña. Aunque en público se habla de unidad, los dos sectores están equilibrados en el partido.
Rueda se refuerza de cara a la sucesión de Feijoo
Por más que Alberto Núñez Feijoo trate de complicar el paisaje añadiendo ingredientes, variables y protagonistas para dificultar la visión y el análisis de sus oponentes, el principal candidato para sucederle como líder del PPdeG sigue siendo a día de hoy Alfonso Rueda. El vicepresidente de la Xunta tiene el perfil que más agrada al presidente gallego, alejado de ambiciones evidentes y sin afán de protagonismo. La huelga de la Justicia amenazaba con dejarlo fuera de esa carrera, pero, por el contrario, Rueda sale finalmente reforzado de ese proceso porque su posición de firmeza es la que ha conseguido doblegar a los funcionarios huelguistas y a los sindicatos, reforzando así su figura política.
Ciudadanos, ¿aliado o peor enemigo del PP en Galicia?
Que el PP consiga, con o sin Feijoo, una cuarta mayoría absoluta consecutiva en las próximas elecciones gallegas se antoja una proeza política improbable si se tiene en cuenta el lastre que supone para el PPdeG el enorme desgaste que está sufriendo el Gobierno de Mariano Rajoy. En esa tesitura, ni Feijoo ni nadie tiene claro todavía si Ciudadanos puede acabar siendo en Galicia el mayor enemigo de los populares o su mejor aliado para lograr esa mayoría absoluta. Los sondeos demuestran que los naranjas son capaces de restar votos al PSOE. Y de que el PPdeG consiga que Ciudadanos se alimente en Galicia del granero socialista tanto o más que del suyo puede depender que conserve o no la Xunta.