Feijoo se queda en Galicia: «No puedo fallar a los gallegos»

GALICIA

Gladys Vázquez / Álex López-Benito

El presidente de la Xunta ha descartado presentar su candidatura para suceder a Rajoy al frente del PP nacional

18 jun 2018 . Actualizado a las 22:38 h.

«Ya lo dije». Con suspense, con la voz entrecortada y sin un negativa. Pero Alberto Núñez Feijoo (Os Peares, 1961) se queda en Galicia. Lo hace para cumplir con su compromiso de continuar en la Xunta hasta el 2020 y para no empezar con mal pie una nueva etapa, incumpliendo su palabra. «Yo sin haber completado mi compromiso no puedo fallar a los gallegos porque sería también fallarme a mí mismo», aseguró. Para hacer pública su decisión escogió los jardines de un hotel, el mismo que utilizó para convocar a la prensa en el 2005 y anunciar que daba el paso para suceder a Fraga. Y donde también desveló sus largas reflexiones para presentarse por tercera vez a las elecciones gallegas.

Tal como adelantó, daría su opinión en un acto del PP, y para ello reunió a un centenar de destacados líderes y dirigentes orgánicos. La gran mayoría no sabían si estaban allí para firmar un aval que le permitiese optar a la carrera abierta en su partido. No hizo falta, pero todos se acercaron hasta el líder para abrazarlo, algunos después de pasar un mal trago que duró ocho minutos. A todos les intentó transmitir la misma idea, que tantas veces repite: «Seguimos trabajando». Otra frase cazada al vuelo entre la marabunta daba una idea del despiste con el que llegaron el 99 % de los presentes: «A ver a quen poñemos agora».

Feijoo entró de lleno en la política gallega en el 2003 a Galicia para darle aire al PPdeG, que se desinflaba, y quince años después se ha empeñado en quitarle la razón a los que dicen que siempre ha utilizado la Xunta como trampolín para regresar a Madrid. Ahora cobra sentido la última pista que dio a los insistentes periodistas sobre el peso que tenía la Presidencia en su decisión final. Habrá más motivos que ese para seguir en San Caetano -la crisis del partido, las luchas internas que se avecinan y hasta la dura realidad mediática que se podría encontrar si ganase el congreso- pero algunos dirigentes ya aprovecharon el mismo acto para mostrarle su alivio y deslizar en los corrillos que tendrá más oportunidades. 

Feijoo se queda a pesar de que el propio partido había limitado sus opciones: o daba un paso al frente, con 56 años y padre de un bebé de 16 meses, o prácticamente empezaba a escribir desde su despacho de Monte Pío los últimos párrafos de una vida política marcada por su incuestionable éxito electoral en momentos de extraordinaria zozobra. Salvó a Mariano Rajoy en el 2009 con una mayoría inesperada en Galicia a la que se subió a lomos de la austeridad. Y ahora será testigo desde la distancia de las evoluciones de un partido acosado por la corrupción interna y un desgaste de marca extraordinario. Sus silencios en las últimas semanas han sido interpretados por unos como una estrategia, y otros, sus círculos más cercanos, han insistido en que se trató de una auténtica reflexión personal en la también influyó lo personal por encima de todo.Al margen del error de cálculo grueso de los que siempre creyeron que la presidencia de la comunidad solo era un paso hacia otras esferas, a Feijoo se le atribuyen otros dos momentos en los que a punto estuvo de hacer las maletas: hace tres años, cuando declinó entrar en el Ejecutivo de Rajoy; y en el tramo final del segundo mandato, cuando tenía un pie y medio en la empresa privada, según fuentes mal informadas. Nunca antes estuvo tan cerca como estas dos últimas semanas, cuando todas las miradas de Génova se posaron en él y empezaron a abundar las medias sonrisas disimuladas de «yo no sé nada» entre sus colaboradores más cercanos.

En todo caso, su estancia en Galicia no será plácida. Vienen épocas de cambio en el PPdeG y en el Gobierno gallego, que podrá liderar con una cómoda mayoría, y algunos ya abrían la puerta a un cuarto mandato, improbable si sigue cumpliendo con su palabra, como hoy. La crisis de gobierno que venga, antes de que acabe el verano, ya tendrá tintes sucesorios en clave autonómica, y aunque sea de forma sosegada, a nadie se le escapa que los movimientos han comenzado en los territorios provinciales. Si están tan unidos como al final del acto, Galicia será una balsa de aceite en comparación con Génova.