Entre el gestor ambicioso que llegó de Madrid y el que ayer apostó por Galicia hay un hijo que lo ha cambiado
19 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.La carrera política de Alberto Núñez, como se le conocía entonces, arranca en 1991 cuando el entonces conselleiro de Agricultura de la Xunta, José Manuel Romay Beccaría, tiene que cubrir el puesto de secretario xeral de la Consellería por la renuncia de García Díez y capta al de O Peares. El hombre fuerte del PP en la provincia de A Coruña se convirtió así en el principal mentor de Feijoo, y poco a poco fue modelando su trayectoria, llevándose después a la Consellería de Sanidade y, tras la victoria de Aznar, también lo fichó para el Gobierno del Estado, donde Feijoo tuvo la oportunidad de foguearse como gestor al frente del Insalud y en Correos.
El dedo de Romay, que junto a Rajoy había sido condenado al poleiro político en Galicia durante su exilio en Madrid, le acabó indicando a Feijoo el camino de vuelta a Galicia, nada más y nada menos que para reemplazar como conselleiro a quien actuó durante años como delfín de Fraga: Xosé Cuíña. Feijoo se hizo fuerte en el último Gobierno de Fraga, como vicepresidente primero, y acabó ganando el pulso sucesorio frente a otros tres aspirantes, presentándose en el congreso del 2006 como el único candidato.
La travesía de tres años por la oposición fue dura -Alfonso Rueda no pierde ocasión de recordarlo cada vez que puede-, pues el PP fue desalojado del poder en las siete ciudades gallegas y perdió el favor de algunos poderes fácticos. No obstante, el estallido de la crisis del 2008 le ayudó a Feijoo a articular un discurso de desgaste del bipartito de Touriño, al que batió en las urnas en el primer intento.
Con la llegada de Feijoo a Monte Pío cambió la idea de hacer política en España. El relato de la austeridad empezó a abrirse camino. Fusiones de conselleiras, supresión de organismos públicos, rebajas de salarios, ajuste fiscal, ley del techo de gasto... «Facer máis con menos», ese era el lema. Galicia exportó al resto del Estado la forma de hacer política. Al frente de la Xunta parecía haber un gerente, más que un presidente, aunque paradójicamente Feijoo se destapó como el más presidencialista de todos los mandatarios de la autonomía, pues no tardó en hacerse con un control transversal sobre todo el Gobierno y que nadie logró desafiar en el partido.
Meditadas decisiones
La tensión que ha mantenido estos días no es nueva. La gomina decía una cosa de él en el 2009, pero Feijoo elevó su autoestima real, la que va por dentro, cuando percibió la importancia que había tenido su victoria dentro del partido, que llegó al Gobierno en Madrid dos años después. Entonces empezó a ser una voz autorizada, y cuanto más centraba la atención mediática, más hermético se fue haciendo para sus cosas. En casi diez años, ha conseguido nombrar a casi dos docenas de conselleiros sin que se filtrasen sus nombres, más allá de la lógica política. Y ha sido muy celoso de sus silencios a la hora de fijar las dos citas con las urnas autonómicas.
La matraca madrileña siempre le acompañó, y el tiempo, mal que le pese a algunos, le ha dado la razón. Quince años lleva en Galicia, diciendo que su compromiso está aquí. Hoy todavía hay quien no se lo cree. Es cierto, y así lo reconoció en su discurso de ayer, que se lo ha pensado, pero con una presión brutal, de los medios y de su propio partido, que abanderó la tesis de Feijoo o la guerra.
En el segundo mandato aparecieron en prensa las fotografías de los años 90 con Marcial Dorado, que no hicieron mella en su tirón electoral pero sí en su currículo, hasta el punto de convertirse en una recurrente punta de lanza de la oposición. Ese episodio, sumado al supuesto desapego hacia Galicia, echó a rodar la tesis de que Feijoo no tenía interés en seguir al frente de la Xunta y que se iba a hacer caja a la empresa privada. Ahí quedó el bulo, para aclarar en sus memorias.
Irse a Madrid
Tuvo más oportunidades de irse a Madrid. Nunca relevó los términos de la conversación, pero tampoco negó que Mariano Rajoy le hubiese ofrecido entrar en el Gobierno en junio del 2015. Entonces ya esgrimió su «compromiso con Galicia», pero dejó una puerta abierta que, él y el entonces presidente sabrán, pudo volver a abrirse las últimas Navidades, cuando analizaron la actualidad política.
Entre una y otra conversación vivió otra meditada, la de presentarse una tercera vez. Ocho años, sostuvo durante mucho tiempo, eran suficientes, pero la economía empezó a dar signos positivos y tuvo la tentación de hacer cosas que habían sido imposible años antes por los recortes. Ganó por tercera vez, y lo hizo sin logotipos del partido y dos imágenes, la suya y la de Galicia.
Pero en plena campaña saltó la noticia que de verdad ha cambiado su vida. Feijoo, el chico «algo chulito» que llegó de Madrid para salvar al PP gallego, el que gestionó la Xunta como un consejero delegado y que siempre hablaba de la oposición con un cuchillo entre los dientes, iba a tener un hijo con su pareja, Eva Cárdenas. Por unos meses, Saturnino Núñez, el hombre que se emocionó en el Parlamento en el 2009 al entender que su hijo había llegado muy alto, no conoció a su nieto. «Está casado con Galicia, pero Galicia no me da nietos», se quejó un día su madre, Sira Feijoo. Ahora ya los tiene a los dos en casa.