Noventa años y necesitada de ayuda, tras dedicar su vida a los heroinómanos
GALICIA
Proyecto Hombre recoge a una cuidadora que entregó la última parte de su vida a sacar de la heroína a decenas de toxicómanos y que se ha quedado sin apoyos
03 dic 2018 . Actualizado a las 10:18 h.Francis se mueve con cierta dificultad por las instalaciones de Proyecto Hombre en Santiago. Son nuevas para ella y los 90 años que ha vivido empiezan a pasar factura. Todas las paredes blancas, todo el mobiliario funcional. Desde hace unos días, tiene un rincón propio: una mesa y una silla junto a un ventanal desde el que ve progresar este otoño. Pero nada es ya como era.
Francisca Lanza fue una de las almas que ayudó a salir del laberinto de la heroína a decenas de adictos en las décadas negras de los ochenta y los noventa del siglo pasado. Desde dentro, cada día, de lunes a domingo, invierno y verano, día y noche. Fue monja y se salió porque le parecía que desde dentro se ayudaba poco y que la necesitaban arremangada. Desarrolló su labor profesional en un colegio de educación especial y, en cuanto se jubiló, se ofreció al padre Ramón Gómez para echar una mano en Proyecto Hombre. Y se entregó a la causa.
Durante años, muchos de los usuarios de esta institución, jóvenes de toda Galicia destrozados por el consumo de heroína, arribaban a Santiago en busca de una oportunidad. A veces, arrastrados por sus familiares, sin voluntad, obsesionados únicamente por un último chute. La exigencia de la terapia que desarrolla este colectivo obligaba a que los pacientes, llegados de fuera de Santiago, tuvieran que quedarse allí. Muchas familias no podían permitirse esos viajes constantes y Proyecto Hombre habilitó viviendas en la capital para que se pudieran quedar. Francisca es la historia viva de aquel experimento o, mejor dicho, del éxito de aquel experimento: «Los quería como una madre. Y los alimentaba bien, estaban hermosos, bien cuidados», dice apoyada en su bastón, mandando a sus ojos azules a buscar los recuerdos de tiempos pasados.
«Venían hechos una piltrafa, pero con un poco de cariño y un poco de comida...»
De arriba para abajo
Los que quedan de aquellos años recuerdan a Francisca con la furgoneta para arriba y para abajo, llevando a los chavales al piso, al médico, al juzgado... «Pero en verano nos íbamos a la playa, ¿eh?», interviene: «Yo tenía un R-5, pero, claro, no cabíamos todos». Así que Francis agarraba la furgoneta y se llevaba a toda la tropa a Cangas. Habla de la vez que le ofrecieron una casa para pasar unos días con sus chicos y la evocación de aquel verano estimula el brillo de su mirada.
También los llevaba a misa los domingos. «Bajo chantaje», bromea Amalia, una de las trabajadoras de Proyecto Hombre que más conoce a Francis: «Íbamos a misa, porque sin misa no podíamos quedar. Y luego los llevaba a una pastelería para que eligieran un pastel. También íbamos a los vinos, pero tomábamos refrescos». Eran convivencias largas. El método de Proyecto Hombre en aquel entonces duraba casi tres años. Los vínculos, claro, se fortalecían hasta ser casi indestructibles. Tres años para salir del agujero, tres años con ellos. «Lo hacían todo, ¿eh? Yo solo les hacía la comida, porque de eso no me fiaba».
Fue algo más que la comida. También escuchó muchas historias, compartió con muchas familias, repartió muchos abrazos y defendió a la gente que nadie defendía, la que se queda sin amigos y que piensa que ni siquiera los necesita: «Venían hechos una piltrafa. Pero con un poco de cariño y un poco de comida... Eso sí, había que enseñarles todo. Cuando se iban... lloraba como una Magdalena».
Jornadas emocionantes
Ahora todo eso ha desaparecido. La heroína no se ha ido, pero yonquis quedan pocos. Los sistemas han cambiado, aquellos pisos tutelados ya no existen. Proyecto Hombre cuenta con un centro asistencial en el que quienes afrontan la terapia pueden quedarse.
Quedan por el mundo los que vivieron aquello. Algunos, claro. Ninguno de los que salieron para ir a otra vida mejor ha olvidado a Francis. Y ahora que ha vuelto a Santiago, de vez en cuando la invitan a comer. La semana pasada disfrutó de un día emocionante con uno de sus hijos, que le ha dado ya algunos nietos. Otros la vienen a ver allí, a ese rincón en el que se ha instalado ahora junto al ventanal.
Francis regresó de Santander a petición propia. No quería permanecer en la residencia que habían buscado para ella. «Yo quiero quedarme aquí», dice. Pero el lugar en el que quiere quedarse es un centro asistencial, no una residencia, así que la institución valora qué hacer con esta mujer que tanto tiempo y amor entregó al proyecto de forma altruista. De momento, Francis se levanta con ánimo y recoge las hojas que el otoño esparce por el jardín. No sabe perder el tiempo. Quiere seguir siendo útil. Aún le quedan cosas por dar. Por si acaso, recuerda con cierta vehemencia: «Yo estoy como un roble, no tengo ni un dolor».
La pasión que viste de azulgrana
Francisca es del Barça, pero sobre todo es de Messi. Su pasión por el futbolista argentino está presente en la mesa alrededor de la que conversamos: recortes, fotos... una de ellas firmada. Cuentan que un día Francisca le escribió una carta a Messi: «Cuando tuvo el hijo, para que no se olvidara de jugar bien». Si el delantero azulgrana leyó o no la carta, nadie lo sabe, pero el presidente del club le envió otra de vuelta con la foto firmada. Lo que está claro es que Leo Messi siguió el consejo de esta mujer. No se puede criticar a Messi en su presencia. Ni tampoco a Guardiola:
-Pero mire, que es un independentista...
-Me da igual, a mí no me ha hecho nada.
Francisca ya puede permitirse el lujo de decir lo que quiera. Amalia, una compañera de Proyecto Hombre, le toma el pelo y le informa de que Cristiano compareció el otro día con un reloj de dos millones de euros: «Si le gusta...», dice Francis, pensando que hablan de Messi. «No, no, fue Cristiano». Y entonces, Francis sentencia: «Es que ese chico es un vicioso».
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