Realidad y ficción se entremezclan en un camposanto mariñeiro en el que Valle-Inclán, Cunqueiro y Cabanillas se detuvieron, atraídos por su belleza misteriosa y sepulcral
27 dic 2018 . Actualizado a las 12:59 h.No parece la mañana de Navidad el mejor momento para visitar un cementerio. Sin embargo, en Santa Mariña ya hay gente desde primera hora. No mucha, pero gente, al fin y al cabo. Alguien se afana en asear a fondo una sepultura. Un hombre pasea entre las tumbas con un buen garrafón de agua y un ramo de flores. Una pareja se introduce bajo los arcos de la iglesia gótica en ruinas que hace de este paraje un camposanto irrepetible. Tienen pinta de militar en la creciente comunidad de peregrinos culturales. Declarado el tercer monumento funerario más relevante de España en el 2014, incorporado a la Asociación Europea de Cementerios Significativos, designado como monumento nacional en 1943 y revestido por la autoridad literaria de todo un Álvaro Cunqueiro, este rincón de Cambados constituye por sí mismo un tratado de melancolía escrito en piedra.
Los dos visitantes repasan los muros de la nave central y las cinco capillas que se abren en sus laterales. Algo buscan. Pueden ser las imágenes de la Encarnación de Cristo o de sus doce apóstoles. Tal vez las representaciones de los siete pecados capitales. Su factura se asocia a los canteros que las tallaron, en el siglo XV, con el mismo grupo de artesanos del granito que levantaron el Hostal dos Reis Católicos en Compostela. Las miradas de ambos se detienen en la clave que corona uno de los arcos. Ahí arriba, una pequeña pieza condensa toda la contundencia de la iconografía medieval a la hora de simbolizar según qué cosas: un hombre se retuerce sobre sí mismo para llevar su cabeza más allá de la entrepierna y devorar sus propios excrementos. Dicen, quienes saben de esto, que la coprofágica escultura encarna el vicio de la pereza. Hoy lo asociaríamos con un sofá, una manta y tal vez una tableta. Habrá que convenir en que algo ha cambiado en seis siglos.
La mañana es soleada y conforta un tanto el ánimo. La luz lavada del invierno despejado invita a contemplar con ojos soñadores este cementerio, cuya iglesia original, construida en el siglo XII, fue reconvertida en un templo de estilo gótico marinero por Lope Sánchez de Ulloa, con una obra que amplió y culminó su hija, María de Ulloa. Su melancólica configuración actual se debe a una serie de catástrofes que se sucedieron en el siglo XIX. Comenzaron en 1838, con el traslado del culto a la iglesia de San Francisco, y concluyeron años después con un incendio.
La caída de la fachada se llevó por delante un sobresaliente rosetón y, de alguna forma, marcó el inicio de la invasión de sus ruinas por el cementerio parroquial. Hoy, una treintena de tumbas se distribuyen por lo que fue el interior de la iglesia, mientras que el conjunto está rodeado de sepulturas por todas partes. Ya solo se oficia misa una vez al año, el día de Difuntos, lo que no deja de tener toda su lógica. Cuando llega el buen tiempo, el Concello de Cambados cuelga aquí el poderoso Cristo crucificado que el escultor Paco Leiro cede a sus vecinos. La obra se retira en cuanto las lluvias amenazan con derramarse sobre su alma de madera. De las pinturas que alguna vez tiñeron los muros de piedra poco rastro queda.
El mar está a la vista, aunque a algunos guionistas de ese subidón televisivo que se vive en Arousa les ha parecido conveniente exagerarlo. Tonterías. Pasan las horas y el día se apaga. Santa Mariña cobra un aura distinta. Se diría que por aquí pulula alguno de los personajes que retrató Valle-Inclán, uno de cuyos hijos, Joaquín María, y su propia esposa, la eminente actriz Josefina Blanco, reposan en este lugar. No es difícil imaginar que el Avalón que Ramón Cabanillas situó en la isla de Sálvora se inspirase en este camposanto. Como inevitable es recordar a los cuatro hombres que perdieron la vida en el naufragio del cerquero Sin Querer Dos y no podrían tener mejor homenaje que dotar al mar de Galicia de un modelo de desarrollo de una maldita vez. En el cementerio brillan los ollos de vidro.