«Tuve que negarle a mi hijo una excursión de 8 euros, quería llorar»
Mujeres solas con hijos y parados de larga duración son los rostros de una pobreza que afecta a 612.000 personas
Periodista de La Voz de Galicia. Convencida de que siempre hay más que contar
Son los invisibles de la sociedad. Aquellos que se han quedado fuera del ritmo de la recuperación que apuntan los grandes titulares económicos. Casi la cuarta parte de la población gallega está en riesgo de pobreza. En el 2017 salieron de ella más de 78.000 personas, pero siguen siendo 612.000 los que permanecen en esta situación. Según los datos de la Rede Galega Contra a Pobreza, son gallegos que ingresan menos de 8.500 euros al año. La referencia es un hogar de una sola persona. Es decir, unos 710 euros al mes. Pero hay otro dato, el de aquellos que se encuentran en una situación de pobreza severa. Son 192.000 gallegos, que ingresan menos de 4.260 euros al año. Es decir, 335 euros al mes.
Mario, un vecino de Ferrol de 60 años, roza esa categoría. Es usuario de la Cocina Económica de Ferrol. Va cada día a comer y a cenar. Su perfil ha repuntado en el último año en los comedores sociales gallegos: un hombre solo, de más de 45 años, parado de larga duración. «Trabajaba en la construcción, pero llegó el 2008 y todo se desmoronó. La empresa cerró y perdí el trabajo». Mario no puede evitar pensar en su vida anterior. «No he vuelto a trabajar desde ese momento». Solo en el 2011 estuvo dos semanas en la vendimia en Aragón. «Me he movido por todo el país. He vivido en albergues. Si no tenían cama, directamente en la calle». Ahora vive un hostal en Ferrol. Una habitación por la que paga 220 euros al mes. Un agujero para su ayuda de 430 euros. «Solo la tendré hasta mayo. Pago el teléfono y ya no me da para mucho más. Te lo tienes que pensar si necesitas una maquinilla de afeitar, gel o una prenda de ropa. Si no fuese por la Cocina Económica tendría que mendigar. Y porque no dan desayunos, si no también vendría». Dice que, a pesar de su situación, se siente fuerte. «No me puedo permitir caer en una depresión. Menos mal que no tengo hijos. He ido a todo tipo de entrevistas, pero con 60 años ¿quién me va a contratar? Me lo han dicho a la cara muchas empresas. Ya he perdido la esperanza de volver a trabajar. Te aseguro que empezaría mañana en cualquier cosa», explica emocionado. Su vida actual transcurre entre el hostal, el comedor social y sus paseos, cuando el tiempo se lo permite. «No me queda otra que intentar salir a flote, pero pienso en los tiempos en los que cobraba 1.500 euros. Tenía mi piso, mi nevera llena...», recuerda.
He ido a todo tipo de entrevistas, pero con 60 años, ¿quién me va a contratar?
Cuando el trabajo no llega
El otro perfil, que no se percibe tanto en los comedores sociales, es el de las familias. Sí suelen recibir alimentos, pero siempre intentan que se los lleven a sus viviendas. Son normalmente familias monoparentales. Su motor, una mujer. La recuperación de ellas no está siendo la misma que la de ellos. En el 2017, el 24,4 % de las gallegas estaba en riesgo de pobreza, frente al 20,7 % de los hombres. Las organizaciones de la comunidad aseguran que este tipo de familias monoparentales las visitan a diario. Es el caso de María, una compostelana de 58 años. De ella no se puede decir que esté en situación de desempleo. Ella es en realidad una trabajadora pobre. «Tengo dos trabajos. Uno, de dos horas al día. El otro, también de un par de horas, pero solo tres días a la semana. Son empleos de limpiadora y no llego a los 500 euros al mes», asegura. María es usuaria de San Vicente de Paúl en Santiago. «Voy una vez al mes al reparto de alimentos. Lo necesito, tengo dos hijos y mi exmarido nunca me ha pasado una pensión. Ellos trabajan en lo que pueden, pero son empleos temporales. Con mis 500 euros tenemos que pagar todo: luz, teléfono y comida. Piensa que en el banco de alimentos no nos dan carne, ni pescado, ni papel higiénico, por ejemplo», dice. Estos días está aun más preocupada. Lleva tiempo tomando pastillas para dormir e incluso ha tenido que acudir al hospital por varios episodios de ansiedad. «Se nos ha estropeado la lavadora y necesitamos un deshumidificador porque tenemos humedad en casa. Mi sueldo no da para todo. A veces pienso cuánto haría yo con 1.000 euros», dice.
Sin lo básico para los niños
Otra compostelana, Manuela, también anhela el sueldo y la estabilidad que tuvo en su día. Hace cinco años que las cosas se torcieron para su familia. «Mi marido es ecuatoriano y estuvimos trabajando allí, pero, al volver, todo cambió». Esta joven de 38 años lo dice porque ni ella ni su marido han vuelto a tener estabilidad. Manuela está pendiente de una operación. Su marido, que ha encadenado contrato tras contrato en hostelería, se acaba de enterar de que no le van a renovar. «Tenemos dos hijos, de 5 y 3 años, y son mi preocupación. Desde diciembre no ingresamos nada. En febrero mi marido cobrará el paro, pero solo tiene dos meses de prestación. No hemos pagado el alquiler del piso este enero».
Entre sus grandes preocupaciones está tener que privarse de algunos medicamentos, pero sobre todo que sus niños no noten las carencias. «El otro día le tuve que negar a mi hijo que fuese a una excursión. Costaba ocho euros y no podíamos. Imagínate mis ganas de llorar», explica.
Esta familia acude también a San Vicente de Paúl. «Es un alivio. Me dan galletas para el desayuno de los niños, para que puedan llevar el bocadillito al cole. En Cáritas no nos ayudaron, pero aquí sí. Cada vez que tenemos trabajo, dejamos de ir».