
Los partidos cierran sedes, pierden el contacto directo con sus bases y aprenden a interactuar a través del plasma
14 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.La sede central del PP en Galicia se ha convertido en un edificio fantasma desde la declaración del estado de alarma. Lo mismo ocurre con su entorno, antes bullicioso, del barrio compostelano de San Lázaro. El palacio de congresos, hoteles de alta gama, un estadio y un par de edificios administrativos y sedes sindicales permanecen cerrados, con algún cartel colgado que indica dónde se puede dejar la paquetería. Lo mismo ocurre con la sede del PSdeG-PSOE, en la rúa de O Pino, o con la del BNG, abiertas solo ocasionalmente por sus respectivos líderes para comparecer en ruedas de prensa a través del plasma.
La política gallega resiste mal al coronavirus. Justo cuando los partidos habían activado la maquinaria interna para afrontar las elecciones autonómicas, se han visto obligados a apagar los motores, a cerrar las puertas y a cancelar cualquier contacto directo con las bases y los simpatizantes. Funcionan las instituciones que gobiernan, con algunas limitaciones, pero las organizaciones políticas no tienen capacidad para reunir a sus máximos órganos de decisión y su papel, en gran medida, se ha disipado.
El PP, con cerca de 100.000 afiliados, es el partido mayoritario en Galicia. Le sigue el PSdeG-PSOE, con cerca de 10.000 militantes; el BNG, con 7.000; y otras fuerzas como Podemos, con 27.000 personas inscritas en la comunidad, aunque solo 4.000 desempeñan un papel activo en los procesos internos.
Labor de gobierno
Y lo que ocurre con la formación mayoritaria es paradigmático. Su labor es casi nula. No ha reunido ni al comité de dirección ni a la junta directiva para evaluar lo ocurrido con la pandemia y sus siglas han desaparecido de escena. «Estamos concentrando todos nuestros esfuerzos en la labor realizada desde la Xunta», apuntan desde la dirección. El PP quedó relegado al indispensable hilo telefónico entre el presidente del partido, Núñez Feijoo, el secretario general, Miguel Tellado, el portavoz parlamentario, Pedro Puy, y algún que otro presidente provincial. Y poco más.
La tarea del Ejecutivo autónomo, y las instituciones locales que gobierna, acaparan toda la dedicación, y las reuniones de trabajo se llevan a cabo siguiendo un estricto protocolo que impide, por ejemplo, congregar en un mismo espacio a todo el Consello de la Xunta. Los conselleiros también perdieron el contacto con la calle y se han habituado a interaccionar con los administrados de sus parcelas a través de una pantalla de plasma.
El PSdeG suspendió la labor presencial de todos los trabajadores del partido. Cuando su secretario general, Gonzalo Caballero, comparece de forma telemática ante los medios, tiene que encargarse él mismo de viajar de Vigo a Santiago y de abrir y cerrar la puerta de la sede. La operatividad orgánica se desarrolla a través de WhatsApp, lo mismo que los contactos que se establecen con diversos colectivos afectados por el COVID-19. Los socialistas incluso tuvieron ocasión de reunir por videoconferencia a la comisión permanente, el órgano más restringido de la ejecutiva, para evaluar la situación.
Diputado desde la distancia
En cuanto a la actividad de la plataforma Galicia en Común (GeC), su candidato a la Xunta y líder de Podemos, Antón Gómez-Reino, permaneció durante casi un mes recluido en casa para recuperarse del contagio del virus, aunque mantuvo activos sus derechos de diputado en el Congreso, votando en las sesiones de forma telemática. La sede central del GeC es un coworking con vista a la compostelana plaza de A Quintana, y la única actividad que registró fue la recepción del correo. En cambio, Gómez-Reino sí mantuvo encuentros con el presidente de la Xunta, diferentes colectivos y con la prensa, pero siempre a través del plasma.
El BNG se halla en una situación diferente a la del resto de partidos, pues a diferencia de PP, PSOE, Podemos o Izquierda Unida, no opera en Galicia mediante una sucursal, sino que tiene aquí todo su centro de decisión. Así que, desde el inicio de la pandemia, su portavoz nacional, Ana Pontón, se esforzó en trasladar hacia fuera una cierta sensación de normalidad, desplegando una intensa agenda de reuniones con colectivos, de encuentros orgánicos o de comparecencias de prensa diarias. La sede de la organización está cerrada, pero sus trabajadores siguen entregados a la tarea de que el coronavirus no los expulse del tablero político y les arrebate la visibilidad mediática.
La política gallega, como muchas otras actividades, no estaban preparadas para mantener su actividad intacta en tiempos de confinamiento. Pero han intentado adaptarse al nuevo escenario, con resultados muy desiguales. La estructura de algunos partidos, y la operatividad de sus direcciones, quedó reducida a una llamada de teléfono o, a lo sumo, a un vídeo-chat. El actual contexto solo deja espacio para la labor institucional y la gestión de los gobiernos. Los partidos, como la sociedad y la actividad económica, se resignan a pasar esta etapa funcionando al ralentí.