A la caza del señor X del narcotráfico en Galicia

javier romero / serxio gonzález VILAGARCÍA / LA VOZ

GALICIA

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El último golpe policial apuntala la percepción de que los verdaderos amos del negocio todavía no han caído

18 may 2020 . Actualizado a las 00:10 h.

La operación que el Servicio de Vigilancia Aduanera ha bautizado como Pantín, y la Policía Nacional denomina Donky, brilla por el alcance de la red de narcotráfico que acaba de ser desmantelada en las Rías Baixas. Cuatro toneladas de cocaína interceptadas en el Atlántico, doce personas detenidas en Arousa y enviadas a prisión por la titular del juzgado número 3 de Vigo, que dirige la investigación, los quince tripulantes del buque que transportaba la mercancía, en la cárcel, 21 registros y la captura de una flota de cuatro planeadoras, dos de ellas auténticos monstruos de catorce metros de eslora, ponen cifras a una organización de lancheros perfectamente engrasada, que disponía de logística suficiente como para operar con soltura desde la costa de Galicia y Portugal.

Pero resta un fleco pendiente. Su nombre es Juan Carlos Santórum Navazas y sigue desaparecido desde que el domingo se escabulló cuando tenía a la policía prácticamente a las puertas de su casa, en Vilanova. Independientemente de los números, lo que el conjunto de este golpe al narcotráfico destila entre las fuerzas de seguridad es la percepción de que quienes mueven los hilos del negocio de la droga en Galicia, los verdaderos destinatarios de este y otros macroalijos, continúan en la sombra.

No es una deducción nueva. Hace años que la Brigada Central de Estupefacientes insiste en que los narcos con mayor capacidad para introducir cocaína en Europa operan desde las rías. Los investigadores hablan de una veintena de organizaciones en activo y de medio millar de gallegos involucrados en el lucrativo negocio del movimiento de polvo blanco a gran escala.

Sin embargo, no abundan los señores de la droga que merezcan tal título y hayan caído en los últimos tiempos. La excepción es Sito Miñanco, al que la operación Mito confirmó, en febrero del 2018, como el principal narcotraficante del continente, capaz de movilizar a medio centenar de personas y de gestionar un alijo de varias toneladas de cabo a rabo gracias, entre otras cuestiones, a su reputación de acero en la otra orilla del Atlántico.

Desde entonces, el Servicio de Vigilancia Aduanera, la Guardia Civil y la Policía Nacional han logrado interceptar un volumen mareante de cocaína relacionado, en mayor o menor medida, con Galicia: 34.700 kilogramos entre el 2018, el 2019 y los tres meses transcurridos de este 2020 que se encamina hacia un nuevo récord de incautaciones.

Tres organizaciones sobresalientes han sido desarticuladas en los últimos siete meses, al margen del episodio del narcosubmarino. ECO Galicia atribuye al cambadés Manuel Osorio el liderazgo de una red que camuflaba los fardos en remolques y operaba entre las rías, Levante y Portugal, con gran capacidad de maniobra. Cayó en agosto con otras doce personas, ocho de las cuales fueron enviadas a prisión.

Al multifacético guardés Antolín Fernández Pajuelo se le adjudican los mandos del primer intento por burlar el estado de alarma, el 28 de marzo, e introducir 3.700 kilos de cocaína. De los ocho detenidos en la operación Lince, siete acabaron en el calabozo. Por fin, las cuatro toneladas de este fin de semana, que colocan en el disparadero a Santórum y a su gente. Las tres tramas gozaban de infraestructura, tecnología para detectar, incluso, balizas de seguimiento policial, y solvencia de sobra en el mar. Pero no parece que su papel vaya mucho más allá de una eficaz labor de transportistas y distribuidores del material en tierra.

El caso de Santórum es revelador. Condenado a dos años que aún no ha cumplido por sobornar a dos guardias civiles especializados en el crimen organizado, aquella sentencia lo perfilaba como un mediador de los auténticos peces gordos a los que filtraba la información que le suministraban los agentes. Hasta cuatro operaciones se vieron comprometidas.

Fuentes cercanas a la investigación de la Pantín consideran que, desde entonces, se trata de un tipo marcado, útil en lo suyo -es un lanchero avezado-, pero carente del prestigio y de otras cualidades para manejar realmente un alijo como este. Si es cierto, como sostienen quienes luchan contra el narcotráfico, que en Galicia trabajan dos grandes capos, nunca condenados por delitos de drogas, la ecuación todavía debe ser despejada.