Se atribuye a José María García la expresión «ni una mala palabra ni una buena acción». Según los historiadores de la radio deportiva, la utilizó en referencia a Emilio Butragueño, un delantero al que el locutor achacaba una cierta indolencia combinada con una educación exquisita en su forma de hablar. Tenía además el futbolista el don de la oportunidad. Aunque no sudaba demasiado la camiseta, estaba en el sitio oportuno en el momento justo para empujar el balón a la red. Como Salvador Illa, el ministro que traspasa Pedro Sánchez. Imposible recordar una sola salida de tono en su etapa sanitaria ni tampoco una actuación destacada; simplemente estaba ahí.
Ahí estaba cuando en el casting ministerial se requería un catalán versátil que tanto valiera para Sanidad como para Agricultura o Asuntos Exteriores. Un filósofo como él es por definición un amante de la sabiduría y hay sabiduría en cualquier cartera. Ahí está de nuevo cuando se necesita resucitar al maltrecho socialismo catalán. Y ahí seguirá estando en el futuro si se precisa un comisario europeo de cualquier cosa o un embajador en cualquier destino. Es el político nómada, el Mr. Chance cuya parquedad se interpretaba en la película como agudeza propia del estadista.
La filosofía del ya exministro es muy sencilla y tiene una base más liberal que socialista: laissez faire, laissez passer. Los problemas que se encuentra en el cargo son catalogados en dos grupos: los irresolubles y los disolubles. Como unos son crónicos y los otros se van desgastando con el tiempo, no se precisa intervención humana. Por si quedaban algunos al margen de esta clasificación, Illa los transformó en delegables. Los troceó en diecisiete porciones para así convertirse en un ministro que reina pero no gobierna, con una gestión que se limita a glosar los datos y exhibir una expresión entre la pena y la sorpresa. ¿Cómo explicar entonces que Tezanos lo sitúe como favorito de los catalanes? Es todo un síntoma de la decadencia de la política en la otra esquina de la península. Tan lastimoso es allí el Gobierno y tan esperpénticos los gobernantes que el candidato es visto como un mesías, un «salvador» por el solo hecho de tener un ademán sosegado.
Dada la irrelevancia que se otorga al ministerio causa sorpresa que no se deje vacante en lugar de resituar a una ministra cuya gestión anterior también es una incógnita. El mérito de la sustituta es no tener ninguna relación con el ámbito sanitario. ¿Para qué? Mejor evitar malas influencias. El traspaso de poderes habrá sido sencillo, porque la tradicional cartera que se entrega y recibe estaría vacía. El consejo habrá sido escueto: no te metas en política. Uno de los capitanes del Titanic abandona el barco dejando al pasaje dentro. Educadamente como Butragueño.
Feijoo en el Estado-Ikea
Tenemos la versión edulcorada de lo que se dijo en la reunión de Sánchez con Feijoo, no de lo que se pensó. El pensamiento más importante es cómo ve el anfitrión a su huésped. ¿Como una amenaza o como un medio de socavar un poco más al líder del PP? En todo caso, Feijoo es una advertencia de lo que le espera a una coalición mal avenida, porque la serie que interpretan Sánchez e Iglesias es un mero remake de la que se estrenó en Galicia de la mano de Touriño y Quintana. Galicia fue pionera en los pactos de la rana y el escorpión, y enseñó cuál es su desenlace fatal. Quizá por ello, en un Estado que ya se parece al mueble de Ikea recién salido de la caja, Sánchez suplanta a un jefe del Estado incluido en un ERTE dinástico y actúa con la distancia solemne propia de un rey. Y llega a Moncloa, desde una de las ocho naciones de Iceta, alguien no solo cargado de las facturas impagadas, sino también de propuestas propias de un presidente de Gobierno. Los papeles están revueltos. Tal vez Feijoo volvió la cabeza para confirmar que no salía de la Zarzuela.
¿Tú también, Disney?
Confesores de otros tiempos nos enseñaron que el pecado estaba oculto en pensamientos, palabras, obras u omisiones inocentes en apariencia. Es lo que hace ahora Disney. Ni Dumbo ni Peter Pan son lo que parecen. Ocultos en las imágenes hay mensajes del Ku Klux Klan que los niños no vieron, o vieron y disimularon con precoz perversidad. La productora expurga sus películas y cataloga algunas como pecaminosas. Cada una de las incluidas en el índice lleva consigo el aviso de que atenta contra alguna minoría. En Dumbo el pecado está en unos cuervos negros; en Peter Pan se agazapa en unos indios a los que se llama pieles rojas. Nada se dice, sin embargo, del tío Gilito, un pato blanco avaro que amasa dinero, o de Maléfica que denigra al gremio de las meigas y, por ende agrede a una seña de identidad gallega. Incluso los animalistas tendrían derecho a enojarse por la mala imagen de especies honestas como las hienas en El Rey león. ¿Y por qué Blancanieves no es africana y las madrastras siempre son malas? Adiós a la inocencia.