Médicos rurales: el hospital en una mochila roja
Albert Fo muestra cómo se ejerce la medicina en un concello del interior de Ourense como Piñor de Cea
«¿Dónde se vio un médico sentado en un banquito de cocina?». Blanca se hace esa pregunta mientras mira a Albert, su doctor. Es jueves de verano. Hace calor. Él, especialista en Medicina de Familia, es el facultativo del centro de salud del concello ourensano de Piñor (1.183 habitantes), un puesto en el que hace equipo con Carmen, la administrativa, y Lucía, la enfermera que sustituye a Uxío, el titular. Keith Albert Foo es uno de los médicos rurales más jóvenes de Galicia. Tiene 35 años, y lleva ocho meses en Piñor, período con el que suma ya tres años como adjunto de médico de familia. De hecho, este hombre formado en el hospital de Ourense es miembro de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG) en el Grupo de Ecografía de Atención Primaria.
Blanca es una de los 900 pacientes que Albert tiene en su cartilla. «Más de un 80 % tienen más de 70 años», dice. Porque en ese concello, niños hay pocos. Los que hay, salvo urgencia, los deriva al pediatra que viene de Cea los martes y los jueves. Eso no es extraño en la Galicia rural. Como tampoco lo es que Albert invite a los pacientes que atiende por teléfono a pasarse por la consulta cuando precisan charlar.
Los días suelen avanzar tranquilos en el centro de salud de Piñor. Las principales patologías que trata a «sus chicos o chicas», como llama a sus pacientes, son las que acompañan a la edad: cardiopatías, hipertensión, diabetes, enfermedades reumatológicas... Aunque de vez en cuando el ritmo del día a día, como la presión arterial, también se dispara. Sucedió hace un par de semanas, cuando tuvo que llamar al helicóptero para trasladar a un paciente: «Era un código ictus. El hombre estaba en la hora oro (esos sesenta minutos cruciales), pero en seis minutos desde que telefoneé ya estaba aterrizando en el campo de atrás».
Atención en tiempos de covid
¿Cómo llevan el covid? «A modo», como se hace todo en la Galicia rural. Porque el coronavirus, como dice, no ha alterado mucho las rutinas del centro de salud: «Un 80% de las consultas son presenciales, además de haberse reforzado la atención a domicilio».
Blanca es una de esas pacientes crónicas a la que suele ir a ver. Este jueves de verano ha ido con Lucía y ha cogido el banquito de cocina para revisarle una pequeña herida en la pierna. Después de mirársela, ella hace la cura y Blanca, en lugar de mostrar un rostro de dolor, sonríe hacia ese médico que tanto se deja caer por casa armado con su mochila roja: «No queremos que se vaya este doctor. Médicos como él son los que necesitamos. Ayer no vino a verme, pero me llamó. Bueno..., vino anteayer», dice.
En Piñor, el médico es parte de la familia. Es doctor, pero también guardián de secretos, una persona a quien confían lo que más aprecian: la salud. «Al tener una relación tan cercana, te acaban contando sus cosas. Un problema que tienen en una finca, cualquier detalle de la vida cotidiana. Formas parte de la comunidad», describe Albert.
Blanca le cuenta que estudió piano, que le encanta leer, y lo invita cada día a ver su biblioteca: «Cada vez que vengo me dice ‘llévese un libro, que se lo presto', pero tengo muchos manuales de medicina para leer».
Porque los médicos rurales son profesionales polivalentes. Han estudiado una especialidad, la de Medicina de Familia y han rotado por todas las áreas de asistencia del hospital. Aquí no hay tiempo de consulta. Los minutos son los que necesite cada paciente. Hay veces en las que hablar un rato es la mejor medicina. Palabra de Albert. Porque ser médico en un pueblo excede los cometidos propios de la profesión: «El paciente nos obliga a ser polivalentes. Quiere que le resolvamos todo». No hay más que ver los aparatos que tiene en la consulta. Con ellos es autosuficiente y puede prestar muchos de los servicios de un hospital, desde hacer ecografías hasta analíticas, radiografías, el chequeo anual...
Eso le permite hacer diagnósticos con rapidez, lo que consigue frenar muchas patologías a tiempo: «La tecnología nos ayuda mucho. En dermatología, por ejemplo, podemos hacer una foto y mandarla al especialista. En solo unos días tenemos aquí el resultado. Eso evita desplazamientos al hospital que, en el caso de Piñor, está a unos cuarenta minutos, en Ourense», comenta.
Y hace otro apunte: «Somos capaces de resolver casi un 90% de las patologías que tienen nuestros pacientes utilizando las herramientas que tenemos a mano y el restante tratamos de canalizarlo por especializada....». Al ver desde la barrera cómo desempeña su labor, parece que ahí en Piñor la medicina va más rápido. Es paradójico que sea en un lugar donde la vida avanza más lenta. Será porque saben tomarse su tiempo.