Negro sobre blanco

GALICIA

Maria Pedreda

Ana Peleteiro reivindica la negritud y pronuncia la palabra sin la más mínima vergüenza

07 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

El lenguaje cursi que para algunos es el único admisible ha sufrido dos serios reveses gracias a un par de gallegos admirables. Uno por su cabeza y la otra por sus piernas. Uno con nombre de emperador persa y la otra con un apellido que hasta ahora solo asociábamos a un colegio compostelano. Hablamos de Darío Villanueva y Ana Peleteiro. El polímata le propina un repaso a la corrección lingüística en su libro Morderse la lengua, mientras que la atleta no necesita las 380 páginas del tomo del vilalbés, sino que lo resuelve en una frase memorable tras la conquista de su medalla olímpica.

Resulta que ella y el también condecorado Ray Zapata comparecen ante los medios y entonces el gimnasta empieza a hablar un tanto constreñido por el corsé lingüístico hecho de eufemismos y tabúes. Balbucea: «Somos de color pero…». La gallega no le deja terminar y le corrige con una risueña autoridad: «Somos negros, qué de color». De forma espontánea rompe una de las cadenas de la esclavitud idiomática denunciada por el académico en su tratado. Reivindica la negritud, despoja la palabra de todas las connotaciones con las que algunos quisieron desnaturalizarla y la pronuncia sin la más mínima vergüenza. Ella es negra. De haberlo dicho un blanco, aunque fuese tan sabio como Darío, habrían crujido todas las estructuras del establishment y el pecador ya estaría crucificado, pero nuestra Ana es una negra que se llama negra a sí misma. Para culminar su triple salto sobre lo prohibido, aclara además que de color somos los que cambiamos con el sol. Que le den otra medalla.

A lo mejor no es casual que estos dos certeros misiles contra la censura del diccionario procedan de dos gallegos. Uno de los cultivos principales tanto en Ribeira como en Vilalba es la ironía, y la ironía tiene como materia prima la ambigüedad que a su vez está reñida con los campos de concentración en los que se quiere recluir a palabras que la mayoría de la gente utiliza con total inocencia. Decir de Ana o Ray que son negros no implica ser del Ku Klux Klan sino solo constatar una evidencia. Castelao tituló sus láminas Debuxos de negros, Rosalía cantó la Negra sombra, Camba se declaró atónito ante la segregación en los tranvías de Nueva York porque «los negros se distinguen a simple vista». ¿Vulneraron la pureza idiomática?

O sea que, mucho antes de los angelitos negros de Machín que el pintor se negaba a pintar, Galicia ya no era territorio propicio ni para el racismo ni para la dictadura de la corrección idiomática. Ambas cosas son corroboradas por esta atleta gallega sin aditivos, conservantes ni colorantes que habla sin hacerle caso al Gran Hermano que vigila la ortodoxia de lo que se dice. Ella saltó sobre la arena y los prejuicios, en una gesta que es obligado poner negro sobre blanco.

El modelo Picapiedra

Gracias a la tracción animal o humana, una pequeña comunidad llamada Piedradura, situada hace un millón de años, nos legó soluciones que podrían ser de aplicación en la actualidad, al menos en Cataluña. Cuando oímos decir a su president que el nuevo aeropuerto de El Prat será el «más verde de Europa», inevitablemente nos acordamos de otro Pedro llamado Picapiedra que con su amigo Pablo exhibía asombrosas tecnologías, entre las cuales figuraba el pedrocópetro y el terodáctilojet. El primero volaba gracias a una manivela y unos pedales, y el segundo recurría a un ave prehistórica amaestrada, despegando y aterrizando ambos artilugios en un aeródromo sin asfalto. Resulta que Sánchez les regala un aeropuerto nuevo y, en lugar de darle las gracias, Ada Colau, parte del independentismo y Podemos se sublevan contra la afrenta. Aragonés recurre al verdor para salir del paso, pero será inútil porque el modelo es el de Piedradura. Además de nacionalidades históricas, ahora hay otra que querría ser prehistórica.

Jekyll y Hyde

El estremecedor relato del crimen de Samuel nos lleva al debate sobre la personalidad de los asesinos que tiene lugar a finales del XIX. ¿Hay un delincuente innato cuyas características psicológicas y fisonómicas permiten anticipar sus fechorías, o por el contrario una persona puede transformarse en criminal sin que ningún rasgo lo delate? A un lado, el criminólogo Lombroso que asegura poder detectar al criminal por su aspecto. Al otro, un novelista llamado Stevenson que plasma su teoría en un personaje con dos naturalezas: Jekyll y Hyde. Lombroso tranquiliza porque hace el crimen previsible. Stevenson inquieta al sugerir la turbadora idea de que hay un asesino latente en gente sin pasado delictivo, como la que da muerte a Samuel. La jauría no es similar a la banda de La naranja mecánica, formada por individuos marginales que han hecho de la violencia su profesión. Quienes matan a Samuel se convierten en homicidas o asesinos esa misma noche, con saña y sin ningún remordimiento posterior. Jekyll y Hyde.